Por Toni Roberto, tonirobertogodoy@gmail.com

Así como el arte contemporáneo da la posibilidad de terminar la obra al observador, en el caso del denominado popularmente “castillo Norrone”, cada uno va tejiendo su propia historia y se va convirtiendo en un “inquilino imaginario”.

Hace muchos años empecé una serie de dibujos denominados “La casa de…”, un conjunto de historias, una de ellas “la casa de los Gebhardt de Norrone” en la Avda. Rodríguez de Francia y Félix Bogado, inaugurada en 1920, cuyos dueños era el matrimonio constituido por el arquitecto Augusto Pablo Gerhardt de Norrone y la pianista Matilde Uhlenbeck, que llegaron al Paraguay en 1913. Los últimos habitantes de la casona fueron su hija doña Eleonora Gebhardt y su hijo Roland que hasta hoy reside en la misma. “Tante Nole”, como la llamaban, falleció en diciembre del 2014 a una edad muy avanzada.

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Entre los innumerables recuerdos del “castillo” cuenta “Petota” Solano López, la última sobreviviente de los Solano López-Campos y antigua inquilina del primer piso, de la que hablamos en la entrega el domingo pasado, que cuando doña Matilde falleció se la despidió en la mansión con coro y violines, en una solemne ceremonia. Otros como el intelectual Víctor Jacinto Flecha cuenta que entre las grandes reuniones que ahí se realizaron recuerda la despedida a Carlos Colombino en 1964 que viajaba a París para luego trabajar por un tiempo en Barcelona.

INSPIRACIÓN

Siempre pienso que la mitad del éxito de un proyecto es la elección del predio para su construcción, que en este caso cumplió a cabalidad su constructor y propietario el arquitecto Gebhardt de Norrone (1882-1957), quien al llegar al Paraguay eligió este espacio estratégico en el límite este de la legendaria Loma Tarumá, en lo que en aquellas épocas eran las afueras de la ciudad la Asunción.

El alto terreno inspiró al “arquitecto Norrone” –así se lo conocía popularmente– a levantar una gran casa con aires de castillo de tres niveles con un amplio salón en la entrada principal sobre lo que hoy es la Avda. José Félix Bogado, con el detalle de una “especie de torreón” que completa el encanto de este diseño con sabor a pasado y que llevaba a una gran terraza con una privilegiada vista de la ciudad en aquellas primeras décadas del siglo pasado.

Aunque intenté varias veces entrar en los últimos años, sólo puedo hacer un análisis formal por fuera, una típica construcción románica de cuerpo paralelepípedo rectangular, uso de arcos varios y diversos con otras aberturas más pequeñas, con una monumental masa volumétrica, que recoge características románicas sin llegar a ser un “románico puro”. 

Aparenta una fortaleza defensiva por su carácter y estilo aunque no lo es, su tratamiento externo y emplazamiento es más semirrural europeo que urbano como corresponde al lugar y a aquella época, con cierres fuertes de mampostería de ladrillos para imponer seguridad. El “castillo” aunque deteriorado sigue en pie, las anécdotas van y vienen, tanto de los personajes que pasaron por la mansión como de los transeúntes que caminan por sus veredas contando “sus propias historias”.

Y al final, caminado en plena pandemia, sigo imaginándolo por dentro y sólo me viene a la mente una parte de la famosa canción de Alberto Cortez: “Y construyó castillos en el aire. A pleno sol, con nubes de algodón. En el lugar, adonde nunca nadie. Pudo llegar usando la razón”.

Sólo puedo decir sintéticamente: “A veces la emoción y el corazón terminan ganando a la razón”.

“El castillo Norrone”, inaugurado en 1920.



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