Por Mario Rubén Velázquez, ruben.velazquez@gruponacion.com.py
Fotos Néstor Soto y Gentileza
Eran finales de 1970 y principios de 1980. La calle Palma de Asunción era peatonal los sábados a la mañana y estudiantes de todos los colegios y jovencitas recorrían las cuadras habilitadas estrenando minifaldas, botas de cuero y pelo suelto, en una libertad aparente que no existía en otros días o lugares. Pero una mañana todo fue suspendido “por orden superior”, luego de que unos supuestos “inadaptados” desnudaran a una jovencita en plena calle Palma. “Nosotros tocamos esa mañana y de repente vino la Policía a repartir palos. Después nos enteramos del quilombo que armaron”, cuenta Richard Albospino, voz y guitarra de la banda Faro Callejero. Esa misma tarde fue prohibido realizar cualquier evento en el microcentro y menos tocatas de grupos de rock. Para que la “juventú rebelde” aprenda “a respetar a la autoridá”. La alegría, una vez más, fue encadenada. La frase “es solo rock and roll, pero me gusta” quedó sin eco en un país sin memoria.
Corría mediados de la década de 1970 cuando empezó a gestarse una de las pocas bandas que sonaron en las radios: Faro Callejero. Richard Albospino era entonces un “pendex” rebelde de ojos azules y pinta de ganador, cuando una de sus primas lo invitó al colegio Santa Clara en donde estudiaba. “Le pregunto para qué y me dice ‘para que crean que sos mi novio’. Fui, saqué la guitarra y canté, y se armó un quilombo”. Ese día la monja directora lo sacó del colegio a empujones. “Fue una época maravillosa”, rememora entre risas. Eran tiempos de fiestas, amores y locura. El rock asoma en donde menos se lo espera.
Yo me peleaba con todo el mundo para ser músico. Vivía en Roberto L. Pettit. Venía la calecita a mi barrio y pasaba música. La calecita giraba y sonaba la música. Era algo mágico para mí. A mí no me interesaba el fútbol, me importaba ser músico”. Tenía 16 años y estaba en el tercer curso cuando conoció a Roberto Thompson en el colegio Acuña de Figueroa, y nunca más quiso ser otra cosa.
Roberto venía del Salesianito, era patinador y ya tocaba la guitarra. Le dije que quería componer canciones con él. Le mostré “Amor de adolescentes”, que fue una de las primeras. De ahí surgió la idea de formar un grupo, que posteriormente se llamó Faro Callejero.
ROCK PROSTIBULARIO
La formación inicial de Faro Callejero fue de Richard Albospino (voz), Roberto Thompson (primera guitarra), Orlando Nene Salerno (bajo), Toti Morel (batería) y Diego Gómez (guitarra rítmica). “Faro nació en paralelo con Pro Rock Ensamble, a finales de 1970. Ensayábamos en casa y un día apareció Saúl Gaona, quien estaba formando su grupo, y le llevó a Roberto y Justy Velázquez para conformar Pro Rock”, cuenta.
En esos tiempos, para ganarse algo de plata, con Thompson tocaban en dos burdeles del centro. Los prostíbulos se llamaban Ko’eju y La Cigarra. “Cuando tocábamos en los prostíbulos, nuestro grupo se llamaba Yvytu Soul y hacíamos covers de algunas bandas conocidas (risas). Mi viejo me preguntaba de dónde venía tanta plata, de dónde compré mi guitarra eléctrica, entonces le inventamos que tocábamos en una boîte (lugar de fiesta)”, asevera con humor.
“Laburábamos desde las 23:00 hasta el amanecer. Íbamos yo, Ale, Pereira, Roberto”, se ríe. Su viejo fue una noche con amigos para darle una sorpresa a Ricardito. Y en lugar de una boîte encontraron un famoso lupanar ubicado sobre Palma en donde las cortesanas más chispeantes y con faldas cortitas acompañaban los temas de King Crimson, Pink Floyd o Led Zeppelin, con suaves contoneos de cadera, subidas a algunas mesas, mientras lo parroquianos aplaudían eufóricos.
“Tocábamos en todos los lugares, en ciertos sitios peligrosos e innombrables aprendí lo que era el vicio, la locura, el descontrol. Hasta que un día pude superar eso”, explica sin tapujos.
“OPERACIÓN TIJERA”
Pero eran tiempos de dictadura militar y el peligro acechaba a los jóvenes “sin carné habilitante” ni padrinos protectores del entorno del poder. Idéntico que ahora. Y miedo, mucho miedo. La calle era “de la Policía”, según el ministro de Educación de Stroessner, Carlos Ortiz Ramírez, alias Ñandejára Taxi (“burro”). Sí, ese mismo a quien el actual ministro de Educación, Eduardo Petta, homenajeó en febrero pasado, reimprimiendo los libros “Semillita” y “Estrellita”.
Por el pelo largo, la barba rala, las ropas de colores chillones y las cadenas y pulseras, en la calle les gritaban de todo: desde “maricas de mierda” hasta “putos”, a secas. Y les tiraban cosas. “Nos gritaban puto, de todo. En un tiempo me ataba el pelo, hasta que dije ya no. Y lo usaba suelto. Eso era terrible para los policías. Un día me bajaron del micro y me llevaron al Cuartel Central de la Policía a pelarme el mate. Luego vino un tipo, me mira a los ojos y dice: ‘Mirá, este tipo tiene ojos azules’. Y me mete una trompada. Esos tipos eran felices humillando a la gente”, apunta Albospino.
Cuando podían, “actuaban” en varios lugares, relata Albospino. Aún con permisos policiales oficiales, en ciertas ocasiones venía la Policía y los llevaba a la Comisaría. “Estábamos todos paranoicos porque íbamos arrestados por el pelo largo o cualquier cosa. A mí, ‘Matute’ (la directora del Colegio General Díaz) ya me había echado por eso”.
De ahí proviene su rebeldía, sostiene. Y explica que algunos le catalogaban de “rebelde sin causa”, algo que él nunca entendió. “No, yo soy rebelde con causa. Yo la tenía y la tengo clarísima: a mí no me gusta este sistema, no soporto que me implanten cosas que no necesito ni tolero. Yo nunca le hice mal a nadie”, expresa.
TOCATAS
Pro Rock Ensamble grabó un vinilo porque Saúl González, el factótum de la banda, tenía más capacidad económica que los demás grupos, cuenta Albospino. “En los 80 grabamos un disco en vivo en el Bowling. Toti llevó una grabadora que era de ‘Rojita’. Esa noche tocó ‘Surmenage’, con Cachito Verdeccia y José Farías. También estaba el bajista Mario González, que ahora toca con Al Di Meola y Gato Barbieri”, relata.
Todos los temas de Faro Callejero, en letra y música, pertenecían a Albospino. Eran tiempos de psicodelia y Roberto Thompson agregaba su talento con la primer guitarra haciendo los solos. A fines de los 70 “viajábamos mucho, al exterior y al interior. Recuerdo que llenábamos el Ykua Pytã de Villarrica con Faro. Imagínate lo que pasamos entre 1978 y 1980”, memoriza el músico.
Cuando escribió “Hombres sin Dios” y se preparaban para tocar en el club Sol de América, ubicado sobre la avenida Quinta, apareció la Policía y a todos llevó presos para que expliquen qué significaban las letras. “Toti Morel era el único ateo del grupo y en esa época los ateos eran considerados satánicos, comunistas (risas)”. Esa vez zafaron con recortes de pelo a cero. “¡Qué pelada!”.
“Juan Pueblo” suena en las radios y relata la vida de los abandonados del sistema. Es un tema con gran influencia rioplatense, pero que a la vez suena a rock paraguayo. “Nosotros somos una isla sin mar, entonces la influencia nos viene de todos los mundos posibles”, sostiene. Antes de todo, eran zapadas psicodélicas y mezclas de todos los estilos posibles.
La influencia de la música latinoamericana en el rock era evidente, siempre lo fue y siempre será. “Lo que pasa es que nosotros los paraguayos vivimos siempre en una isla sin mar. De ahí que hay muchísima influencia de la música que viene de Argentina, de Brasil, y ni qué decir de Estados Unidos, de Inglaterra…”.
FINAL Y REINICIO
En 1980, la conformación original de Faro Callejero se separa y entran nuevos músicos: “Entra Ivo Calderón en el bajo, me quedo yo en la guitarra, Roberto en la primera guitarra. Sale Toti Morel, entra Carlos Leite en la batería. Éramos dos guitarras, bajo y batería. Mariana Rubín nos asesora y vamos a tocar al teatro Jacinto Herrera de radio Ñandutí”. Aún así, tocar se hacía cada vez más cuesta arriba y habían noches en que regresaban sin un centavo a la casa. Como sucede aún hoy con varios grupos.
ULTRAJE SEXUAL EN PLENA CALLE PALMA
“Una jovencita en minifaldas fue ultrajada en calle Palma. La turba era de policías de civil. Está en el Archivo de Terror”.
El rock en Paraguay era un virus que se debía combatir severamente, en los tiempos del miedo. La irreverencia, el pelo largo y las ropas “raras” debían ser combatidas y castigadas a toda costa por la dictadura que manejaba el país entonces. “Ser rockero era sinónimo de patotero, sucio, drogadicto, puto...”, relata el escritor e investigador Aníbal Barreto Monzón.
“Los sábados a la mañana se realizaban las famosas ‘palmeadas’, actividades para jóvenes en la Calle Palma, que se volvía peatonal ese único día. Habían grupos que tocaban y los estudiantes se encontraban y recorrían la calle en grupos. Hasta que un día, un 21 de setiembre Día de la Primavera, hubo un incidente oscuro que suspendió todas as actividades antes permitidas. Fue en Palma y15 de Agosto, en la vereda de una farmacia”, relata Barreto Monzón.
Corría la década de 1980, cuando una jovencita -que vestía minifaldas- fue atacada por una turba, que la manoseó y la desnudó en plena calle Palma. “La chica fue ultrajada frente a todo el mundo. Hay fotos en los medios de ese abuso”, agrega el escritor.
Posteriormente la Policía detuvo a unos jóvenes que negaron tener vínculos con los hechos. “Lo llamativo de ese incidente es que todo ese relato está en el Archivo del Terror (archivos de la Policía estronista) y demostraba que se trató de un procedimiento policial de infiltrados que simularon ser civiles y cometieron el abuso. Stroessner ordenó que se levante Palma peatonal y se acabó el jolgorio”, puntualizó Barreto.
EL ÉXITO, SEGÚN ALBOSPINO
Richard la tiene clara, dice. Y lo explica: “Mi viejo era sencillo, pero de una cultura elevada, y veníamos de una familia bien estructurada, de valores profundos. Por eso yo tengo otra percepción del éxito muy diferente a los demás. Para mí, el éxito es estar vivos, eso es lo primero. Segundo, es hacer lo que nos gusta y ganarnos la vida en ello. Siempre están tratando de encaminarte para que hagas lo que ellos quieren que hagas. Vos tenés que hacer lo que a vos te gusta hacer. Siempre hice lo que me gustaba y lo quise hacer, entonces no tengo nada pendiente. Nada”, expresa.
Richard cuenta que la música, así como lo elevó y lo ubicó en cierta gloria y fama, también le dio dolores de cabeza, pero que jamas pensó en dejarla. “Estuve en la miseria como en la abundancia. Así es la música. Muchas mujeres me dejaron porque me decían: ‘Por qué no hacés otra cosa, vos sos inteligente’. Y yo les decía que no, que era eso lo que yo siempre quise. Y nunca más dejé de tocar”. Y empezó a estudiar hasta convertirse en profesor superior de música y ahora enseña a sus jóvenes alumnos.