Una regla básica de la aeronáutica es que los aviones despegan con el viento en contra, no a favor.

La primera vez que Jonathan vio un avión en vuelo era todavía un niño, creciendo en los barriales del bajo en el Bañado Sur. Jugaba con sus amigos cerca del río, completamente ajeno a leyes y “gravedades”, cuando de pronto el ruido de los motores interrumpió la calma de la tarde y los obligó a alzar la vista para ver una nave surcar el firmamento y perderse majestuosa en el horizonte azul.

Alguien hizo un comentario, o tal vez no. Lo cierto es que el juego siguió en la tierra hasta caer la noche, pero Jonathan ya no pudo concentrarse porque algo mucho más profundo acababa de instalarse en su interior. Volvió a su casa abriendo los brazos como un planeador y así, sin dejar lugar a ninguna duda, miró a su madre directo a los ojos y afirmó con certeza absoluta:

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“Cuando sea grande, voy a ser piloto. Yo quiero ser aviador”.

Su madre se sentó a su lado y lo miró con ternura. Le dijo que aquel sueño no sería fácil. Que tendría que esforzarse mucho para llegar al cielo desde el Bañado Sur. Pero, si quería hacerlo, tendría todo el apoyo de su familia. Y que nada era imposible con voluntad y sacrificio. Con paciencia y determinación.

Pues a esas virtudes Jonathan apostó la vida entera y a los trece años ya se despertaba a las dos de la mañana para ir al mercado a vender verduras con su papá. Estudiaba en los momentos en que no estaba trabajando y seguía apuntando siempre a aquel sueño improbable de volar. Trabajó de verdulero, vendedor ambulante y chatarrero, mientras iba ahorrando, y pasaron siete años desde que terminó el colegio hasta que pudo juntar lo suficiente para inscribirse finalmente en la escuela de aviación. Cuando lo hizo, sintió el júbilo infinito de quien sabe que por fin abraza su vocación. La carrera la iría haciendo por tramos, con infinitas escalas de sacrificio y sudor. Bien sabía que no había vuelo directo desde el Bañado Sur a aquel destino distante y distinto de ser aviador.

El recorrido no ha sido fácil. Aún recuerda la gran turbulencia que casi derribó su anhelo cuando su casa se incendió y lo perdieron todo. Hubo que empezar de nuevo y mirar arriba se hizo mucho más difícil por un tiempo, pero no desistió.

Mientras sigue en ruta, realiza fletes, compra, vende y sube las veinte cuadras a pie hasta llegar a la parada de micro, donde el 51 –y luego el 30– lo dejan frente al umbral de su osadía: donde vale la pena el titánico esfuerzo porque la paga es la gloria del mismísimo cielo.

*A Jonathan Benítez le faltan 40 horas de vuelo para ser piloto privado y cumplir con el primer escalafón de su carrera de aviador. Su sueño es llegar a ser piloto comercial y en el Bañado ser ejemplo de superación. Cualquier tipo de apoyo o contratación para fletes, por favor contactar al (0972) 128-406.

Etiquetas: #A contraviento

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