Por Mario Rubén Velázquez ruben.velazquez@gruponacion.com.py
Eran finales de 1960. Asunción era una pequeña capital con algunos pocos edificios de altura, policías e informantes por todos lados y un tranvía circulando a 10 km por hora en el microcentro. Colectivos destartalados alzaban gente por calles paralelas (en esto casi no pasó el tiempo) y se instaló un grillete feroz a la noche, a los jóvenes y a la alegría. Las radios mentían las mismas historias y los diarios eran censurados desde el Palacio de Gobierno. El incipiente rock no escapaba de esta lógica. Y algunos grupos se cansaron de esperar y buscaron salir del encierro. Los Rebeldes, IODI y Los Blue Caps ya sonaban en algunas radios y los cambios de aire no se hicieron esperar: salieron para Buenos Aires o Río de Janeiro. Pero en el ambiente subterráneo, el rock urbano, ese que se viste de cuero y metal, era apenas para unos pocos elegidos que la peleaban codo a codo. Los 70 traerían el sueño de existir.
La nueva música le llevaría años, décadas, para cuajar en una sociedad que vivía (¿o vive?) encerrada en sus propios designios, en su inocencia robada, en padecer de proyectos políticos y sociales excluyentes. Casi, casi como hoy. Pero las cosas en el mundo no eran mejores. Las guerras y guerrillas en un mundo que se polarizaba entre comunismo y capitalismo hacían estallar granadas y vidas en todos los confines de la tierra. Y la música apareció como alivio a tanta rabia y dolor.
Además del jazz –que ya pasaba en las radios desde los años 50–, el rock nacional tiene sus orígenes entre los años 60 y 70 del siglo pasado, hace apenas seis décadas. La incipiente “nueva música” doméstica hizo su aparición con Los Rebeldes, un grupo que cantaba en español y sus integrantes se vestían al estilo “beatles”. Los Rebeldes eran los hermanos Ríos: Ricky (voz y primera guitarra), Rubikin (bajo), Papucho (batería) y Papi (segunda guitarra y voz).
ESCAPAR DEL ENCIERRO
¿Por qué Los Rebeldes migraron al Brasil? “Se fueron del país porque se instaló la Operación Pulpo por parte de la Asociación de Músicos del Paraguay (AMP), que consistía en establecer reglas absurdas para favorecer a los grupos grandes en desmedro de los tríos y cuartetos y grupos chicos”, responde el músico e historiador Alcy Rock.
Además, la resolución de la AMP establecía que para que un grupo musical tenga habilitación para tocar en clubes, teatros o cualquier sitio público, debía estar integrado por cinco o más integrantes. Los Rebeldes eran cuatro y tenían vedados los locales de tocatas.
El mismo papel forzaba a que los contratados eternos sean quienes contaban con ciertos tipos de equipos, prohibiendo a los grupos más pequeños tocar ante un determinado público, explica Alcy. Algo así como las actuales licitaciones públicas hechas a medida para que ciertas empresas se queden siempre con las del león.
“Si no eran con tal o cual grupo, te suspendían las fiestas”, apunta.
Antes de instalarse en San Pablo y luego en Río de Janeiro –donde consolidaron su carrera musical–, en Paraguay grabaron un single en vinilo con cuatro temas: “Me quedo en silencio”, “Oye”, “Triste partida” y “Estoy soñando”.
“Ellos llenaban los teatros de las radios Cáritas, Comuneros, Ñandutí y Paraguay, grabaron un disco y se fueron de acá porque ya no tenían cabida. No querían tocar instrumentales y repertorios en inglés y acá les ponían trabas. Se monopolizó hasta la música. Había mucha envidia y maldad”, sostiene Alcy. La última actuación de Los Rebeldes en el país fue en el club Rubio Ñu del barrio Santísima Trinidad en 1987. Hoy solo ex miembros de esta banda sobreviven y no conceden entrevistas, hasta ahora.
FLOWER POWER
Flower Power fue un eslogan usado por los hippies a finales de los 60 y principios de los 70 como un símbolo de la ideología de la no violencia, del amor libre y de la búsqueda de trascender a un estado superior del alma. El término fue inventado por el poeta estadounidense Allen Ginsberg en 1965 y en estos pagos llegó a finales de la década de oro del rock and roll.
El rock, como lo repitieron siempre los referentes históricos del plano local, es más que una moda pasajera y alienante: es actitud ante la vida, es rebeldía y búsquedas. De ahí que los primeros rockeros del under paraguayo hayan compartido en verdaderas “comunidades”; es decir: vivir, comer, tocar, compartir, fumar, crear juntos y hacerlo con los pocos recursos que tenían, sin que importe nada más. Era un estilo de vida. Entonces, el talento fluía y construía canales de conexiones y sinergias, como ocurre con quienes conectan con el aura. Y todos tocaban en todas las bandas en las que eran invitados. Y los grupos se multiplicaban con casi los mismos integrantes.
De esa camada de “no me importa el nombre de tu grupo, yo toco igual” formaron parte los talentosos músicos Roberto Thompson, Justy Velázquez, Chester Swann, Alcy Rock, Óscar “Cachorrock” Sanabria y otros héroes.
Cuenta “Cachorrock” que en 1974 conoció a Chester Swann en el escenario del ex cine Quinta Avenida, en el Primer Festival de Rock & Roll de Paraguay, y que entonces se volvieron amigos inseparables durante décadas. Ambos guitarristas armaban –junto con Thompson, Velázquez y otros amigotes– maratones de discusiones sobre historias, poesía y filosofía, en medio de riffs y porros bien armados.
“Con Roberto y Chester teníamos una banda. Con Justy conformaron otro grupo. Roberto se integraba a todas las bandas. Él era muy versátil y podía tocar sin ensayar. Era increíble. Roberto tocaba en las orquestas. Eran muy profesionales. Ahora ellos (Chester y Roberto) fallecieron todos y yo soy un sobreviviente. Yo y Sharon Weaver (la esposa de Chester)”, cuenta “Cachorrock” Sanabria.
GUITARRAS VIRTUOSAS
El filósofo Marelin Thornton propuso, en el 2000, la idea de “flower power del poder del interminable fluir del amor. Lo que sientes es todo lo que importa, porque todo lo que importa está hecho de lo que sientes”, sostiene Thornton.
Pero en estas tierras de cerrojos militares las cosas no eran como en la radio. Vivir era un eterno reclamo de libertad y de riesgo personal por pensar diferente. Y ya los “astros se alineaban” para sumar a talentos como si todo estuviese previamente determinado por el destino, una negación sistémica de quienes no leyeron a Kishnamurti.
¿Y cómo se conectaba el trío? “De memoria, como si hubiésemos ensayado siempre”, se ríe “Cachorrock”.
Thompson era, según el músico, el talento con la primera guitarra, con un oído envidiable y rapidez y magia en los dedos. Ya era “Goyo, el estrangulador de acordes”, como lo conocían sus amigos. Chester, sin embargo, era el poeta, el que ponía las letras certeras y punzantes a las melodías que se iban “tejiendo” en ese ambiente creativo.
“En aquellos tiempos, los Creedence Clearwater Revival causaban furor en las radios y clubes, que se vinieron con todos sus temas que se convirtieron en clásicos universales. Creedence sonaba en el Bosque de la Alegría y en todas las fiestas de los barrios”, apunta “Cachorrock”.
Con Nico empezaron a componer temas propios para el Dúo Mugre. “Yo apenas rascaba la guitarra con casi nula formación musical, unos días después se integraría José A. Quintana en voces y armónica. Hicimos temas propios, pero al público solo le importaban los covers, una cosa que cuesta erradicar, pero que hoy las nuevas bandas lo están haciendo”, resalta “Cachorrock”.
Con Thompson, Nico y Chester ensayaban en las casas todos los días y tocaban en festivales. Usaban el pelo largo y andaban con la guitarra al hombro y ensayando todos los días. Eran los años 70 y la gente no se acostumbraba a la ropa y el pelo largo, relata el rockero.
–La gente, ¿qué decía por el pelo largo rockero?
–No nos decían muchas cosas, pero a veces nos tiraban cosas. Naranjas o piedras (risas). Teníamos que salir rajando de ahí. El prejuicio siempre existió.
“Cachorrock” cuenta que a Stroessner un día se le ocurrió prohibir el pelo largo y empezó una cacería de melenudos. “Se les llevaba a la comisaría a los que tenían barbas y pelo largo y entraban a pelarte la cabeza y la cara. Era con una maquinita a mano que te rapaban el pelo”, detalla. Cuenta que a los 17 años tenía el pelo sobre las orejas, pero igual sintió en carne propia la impopular medida. “Iba a mi trabajo y me bajaron del colectivo. Me llevaron a la Comisaría 3ra. y me pelaron”, dice. Pero, según el rockero, no duró mucho la antipática medida: “La Policía empezó a detener y a pelar a diplomáticos y personas influyentes. Hubo una protesta internacional por eso y los ‘peluqueros’ debieron parar”.
SIN PERMISO DE SERENATA
En 1974 se realizó un gran festival en el Cine Avenida, sobre Quinta. Al terminar, Cachorrock, Nico Espinosa y otros iban caminando sobre la avenida, cuando un señor, parado en su portón, les pidió que toquen algo. Nico, que llevaba una guitarra eléctrica en la mano, hizo como que tocaba algo, pero sin sonido, cuando caen dos policías: “sus permisos para serenata” nos dicen. Cual serenata, si estamos pasando nomás por aquí, dijimos. Y nos llevaron a la Comisaría Cuarta”, cuenta.
Su padre le regaló su primera guitarra a la edad de 15 años. Algo impensable en otros hogares, en donde la música y el fútbol eran visto como de “gente haragana”. Mi viejo era diferente, leía mucho y me compraba discos de Los Beatles, Creedence, Little Richard, Monkees. Yo los escuchaba con mis pequeños amigotes del barrio con un tocadiscos a pilas”, recuerda.
Cuando iba al colegio que quedaba en Nuestra Señora de la Asunción y Tercera conoció a Nicodemus Espinosa, el hoy humorista Nico, y a Carlos Storm, “quien tenía una discoteca y compraba discos de King Krimson, Jimmy Hendrix, Pappo Blues, Led Zeppelin y un sinfín de otros discos que escuchábamos todos los días”, desgrana.
Cuando niño, los fines de semana “iba al cine a ver y escuchar a Elvis, quien protagonizaba películas de camioneros y cantaba sus temas de Rock & Roll, y en Radio Paraguay en los años 60 ya sonaban Los Beatles”.