Por Ricardo Rivas, periodista Twitter: @RtrivasRivas

Desde que el coronavirus SARS-COV-2, cuando finalizaba el 2019, rebasó las fronteras de China para propagarse en no menos de 160 países, una buena parte de la población global lo percibió no solo como imparable, sino mortal. El presidente norteamericano, Donald Trump, puesto en evidencia el fracaso contundente de su administración en salud, cuando las estadísticas indican con precisión que la pandemia afecta en EEUU a 1.780.824 personas y terminó con la vida de 103.953, lo que le hace liderar la muerte, informó oficialmente: “Instruyo a mi gobierno a detener la financiación (de la Organización Mundial de la Salud) mientras se realiza una investigación sobre el papel de la OMS en la mala gestión y el encubrimiento de la expansión del coronavirus”.

Con su dedo acusador extendido agregó: “La OMS falló en su principal deber y debe rendir cuenta”. La respuesta política del más importante de los líderes de la nada –en una patética exhibición de ignorancia– no sorprende. Ese rebaño de pastores negativos que integra como el habitante temporario de la Casa Blanca, lejos de admitir que la aplicación de políticas que debilitaron los sistemas de salud pública que hasta comienzos de los 90 del siglo pasado protegían y prevenían, dedican buena parte de sus horas a la construcción de inútiles relatos propios de sociópatas y conspiranoides que capilarizan por las redes bajo el formato de oficializadas #fakenews. Es palabra de Donald. De poco sirve. Al momento de escribir esta historia, la Aldea Global reporta 5.978.586 “afectados”; 2.983.050 “infectados activos”; 2.630.966 “recuperados” y 364.570 “fallecidos”. En horas, aumentará. Pero, aun así, es necesario mirar hacia adelante.

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Annalee Newitz: “Los próximos 3 a 5 años estarán llenos de problemas en torno de los derechos de los trabajadores, la atención médica, la educación virtual”.
Dr. Thomas Frieden: “En la pospandemia lo único que tendremos que hacer es comprender que no hay solo una cosa que hacer”.

MIRAR AL FUTURO

Maryn McKenna, periodista especializada en temas científicos y directora del MOOC en línea “Periodismo en la pandemia: Cubriendo covid- 19 ahora y en el futuro”, que cursamos casi 9 mil periodistas en el Centro Knight para el Periodismo de las Américas de la Universidad de Texas, sostiene que –mirar al futuro– “no solo significa admitir que los dos próximos años, posiblemente, (no) habrá una vacuna inventada y distribuida, sino que se trata del resto de nuestras vidas” porque “el nuevo coronavirus cambió el mundo tal como lo conocemos” y que, si bien “podemos esperar reparar el daño inmediato que la pandemia ha causado a las familias, las economías y las sociedades, no debemos esperar que ninguno de ellos vuelva a ser lo que eran”. La colega, parafraseando a Winston Churchill, luego de la primera victoria sólida de las fuerzas aliadas frente al nazismo en la Segunda Guerra Mundial, señaló que en la lucha contra el flagelo actual “este no es el final. Ni siquiera es el principio del fin. Pero es, tal vez, el final del principio”. En ese contexto, propone que, en lo inmediato, habrá que “averiguar si las personas están enfermas o si muestran pruebas de anticuerpos de recuperación; rastrear sus contactos si están enfermas y persuadirlas de que sean confinadas de forma segura, en casa o en una vivienda convaleciente, hasta que ya no sean un peligro para los demás”.

Agrega que esas “pruebas y el rastreo son las cosas mínimas necesarias para abrir las economías” que es “algo que el mundo tiene que hacer antes de caer en una depresión económica global”, aun que admitió que esas prácticas son “medios de control de reducción del riesgo (aunque) no hacen desaparecer el riesgo”. Para fortalecer su argumento, recuerda que “hay artes de nuestras sociedades que han aprendido, en las últimas décadas, lo que significa vivir e incluso prosperar en una atmósfera de riesgo incierto” a partir del HIV/sida, aunque también enfatiza que “hemos aprendido a vivir junto con la amenaza del dengue, del zika, de la malaria y a protegernos continuamente mientras continuamos con nuestras vidas. En la edad del coronavirus (el mañana) podría ser un ejercicio prolongado en la reducción del daño” que es necesario evitar. McKenna, además, lanzó un desafío: “¿Permitiremos que nuestros gobiernos se retiren detrás del nacionalismo en un intento de mantenernos a salvo o recrearemos ese estallido de simpatía internacional y compromiso mutuo que creó a las Naciones Unidas y a la Organización Mundial de la Salud después del final de la Segunda Guerra Mundial?”.

Nocturnidad, leños encendidos y una buena mecedora inducen a la reflexión en tiempos de “aislamiento social, preventivo y obligatorio”, como llaman aquí –en la Argentina, el país de los eslóganes eufemísticos– al confinamiento. Daniel Prieto Castillo, uno de los grandes maestros de la comunicación en Latinoamérica, solía decirnos que “no es posible futurizar sin antes historizar”. La biblioteca siempre ayuda. Con una copa tubo de champagne Cristal bien frapé, creado y criado por la casa Louis Roederer desde 1876 a pedido del zar Alejandro II, la lectura es más placentera. Los perfumes emergentes del punto de madurez exacto de las uvas chardonnay y pinot noir que lo componen, sumados a media docena de años de envejecimiento en cavas, abren de par en par las puertas al mundo mágico de los sabores. Repasé los textos de la semana en procura de discernir el mundo que viene.

PREVENIR EPIDEMIAS

Thomas Frieden, médico infectólogo de larga y exitosa trayectoria transnacional, CEO de la organización Resolve to Save Lives (Resueltos a Salvar Vidas), destaca que la “segunda iniciativa (de esa ONG) es la prevención de epidemias”. Comenta que, en el futuro, será necesario “fortalecer los sistemas de alerta temprana y respuesta rápida para prevenir la propagación de enfermedades”.

En ese contexto, luego de enfatizar que el coronavirus “es el peor suceso de enfermedades infecciosas en 100 años” porque “es tan malo como la pandemia de 1918-1919 (gripe española)” y de destacar que “en Nueva York (el efecto de covid-19) es devastador”, remarcó que lo que allí sucede –en el futuro– debe considerarse como “una advertencia para cualquier ciudad en el mundo”. Frieden también explicó la alta vulnerabilidad de los países llamados ricos y los que no lo son. “Hay diferencias importantes entre Nueva York, Italia y otros países de ingresos más altos en los que entre el 20 y el 25% de las personas son mayores de 65 años con África, en donde (esa población) es el 4% y (ese continente) tiene causas competitivas de muerte, como se las llama, a causa de HIV, a la tuberculosis, la malaria, las enfermedades prevenibles mediante vacunación y es sensible a las intervenciones de atención médica”.

Desde esa perspectiva, “si se interrumpe” esa práctica “en cualquier parte del mundo, seguramente, habrá más muertes”. La tragedia neoyorquina, entonces, solo sorprende a quienes poco o nada conocen sobre salud pública. Thomas fue por más. “En algunos países asiáticos en los que ya habían experimentado el SARS actúan muy rápidamente para aumentar las pruebas, el rastreo de contactos, el aislamiento y la cuarentena”. Describió que a esa estrategia se la conoce como ‘box-it-in’ (porque consiste en) pruebas, aislamiento, rastreo de contactos y cuarentena. (Las) Cuatro esquinas diferentes de una caja (en la que) juntos se puede poner el virus en esa caja, para que podamos salir (de la crisis) como sociedad. Países en todo el mundo, como Singapur, Ghana, Nueva Zelandia, Etiopía, Uganda, hacen eso bien con resultados realmente impresionantes.

En EEUU –explica– cuando hablamos de rastreo de contactos, la gente dice: ‘¿Qué es eso?’ Cuando lo hablamos en África, dicen: ‘Lo tenemos’”. Thomas Frieden piensa en mañana. “Tenemos que mejorar en relación a los hogares de ancianos, a cualquier lugar donde las personas se congreguen porque son lugares potenciales para la propagación del covid. Entre ellos las cárceles, los refugios para personas sin hogar, viviendas con mucha gente. Debemos saber qué hacer con los barrios marginales urbanos.

Será preciso rediseñar y reimaginar nuestra sociedad para que haya desinfectantes de manos en todas partes, para que llevemos barbijos, para gestionar un cambio en la forma en que hacemos estas cosas. Pero, también, habrá que fortalecer la salud pública, proteger a los vulnerables, continuar la atención primaria para que podamos hacer la gran diferencia y no tener que volver a nuestras casas. En verdad, lo único que tendremos que hacer es comprender que no hay solo una cosa que tengamos que hacer”.

AZOTES MILENARIOS

Desde siempre el mundo se vio azotado por epidemias que, milenariamente, se conocen como pestes. Así lo relatan sucesivos cronistas desde entonces sobre palimpcestos o papiros. La Biblia, al igual que otros libros sagrados y algunos otros profanos, registran algunas de aquellas tragedias. Hipócrates, en el “Tercer Libro de las Epidemias” –me comentó alguna vez José María Descalzo, un tan joven como estudioso oncólogo argentino– sostenía que “los cambios de estación y el estado del aire engendran la peste”.

La Antigüedad fue azotada, en Atenas, en el 428 aC; en Agrigento, en 406 aC; en Siracusa, en el 396 aC. Varios de los más encumbrados emperadores romanos lidiaron con la muerte. Se dice que en el siglo III, unas 6 mil personas por día morían irremediablemente en Roma. Se recuerda con horror la peste de Atenas cerca del 430 aC. Tucídides culpaba de cerca de 9 mil muertes –entre ellas, Pericles– a Etiopía. En Antonina, se fue para siempre el emperador Marco Aurelio. Entre 1347 y 1350, la peste negra se extendió mortal sobre casi todo el continente europeo. Giovanni Boccaccio, en el Decamerón, contó como nadie el paso de aquella pandemia por Florencia.

De la malhadada muerte se culpó a pobres, a mendigos, a judíos. En algunos territorios del Sacro Imperio Romano Germánico se los masacró. Se sospecha que el virus inició su marcha mortal en la India. Tal vez lo transportó la tripulación genovesa de un navío comercial que se contaminó en Crimea. Dicen que hasta el 60% de la población mundial sucumbió. En toda Europa devino el colapso de la actividad agrícola. En Alemania, el 70% de los propietarios rurales murió. La mortandad obligó a profundos cambios sociales y económicos en favor de los que menos tenían. De los miserables. Los médicos debieron diseñar vestimentas especiales para protegerse del contagio. Con enormes togas que los cubrían de pies a cabeza colocaban en sus narices picos de avena rellenos de algodones embebidos en perfumes aromatizantes para evitar contaminarse por inhalación.

Tal vez por ello, apoyándose en la historia y en el presente, Annalee Newitz, periodista y escritora de non fiction, piensa que en el mundo después de la pandemia habrá más tecnología para simplificar la vida cotidiana, más educación en línea, más trabajo a distancia, pero advierte que se deberá apuntar a reducir las desigualdades, las inequidades, para que trabajar o estudiar no sea el lujo de pocos. “Los próximos 3 a 5 años estarán llenos de problemas en torno de los derechos de los trabajadores, la atención médica, la educación virtual”, sostiene Newitz.

Dejé de leer los textos del curso. Era momento de reflexionar. Sin embargo, me sumergí en la lectura de milenarias historias. En “El gesto de la muerte”, un tan antiguo como célebre apólogo, leí: “El Rey Salomón tenía dos escribas kusitas: Elicoreph y Achiyah, hijos de Shisha. Un día Salomón observó que el Ángel de la Muerte estaba triste. Salomón le preguntó: ‘¿Por qué estás triste?’ Y él le respondió: ‘Porque se me ha pedido que tome a los dos kusitas que te sirven’. Salomón ordenó a los demonios que condujesen a los dos escribas sobre los campos a la legendaria ciudad de Luz donde nadie perece, pero murieron antes de llegar a las puertas de la ciudad. Al día siguiente, Salomón observó que el Ángel de la Muerte estaba alegre y le preguntó: ‘¿Por qué estás alegre?’. Y él respondió: ‘Porque has enviado a tus dos escribas al lugar exacto donde debía tomarlos’”. El sueño me venció. El libro cayó de mis manos. La visión de una pesadilla me entregó a Trump vestido como Salomón.

Médico durante la peste negra con equipo especial para protegerse de aquella pandemia.
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