Por Juan Carlos Dos Santos
Una mirada sobre esa zona del mundo tan singular, con una historia única que se remonta al origen de la civilización humana y un simbolismo más que especial. El Jordán, como un generoso río capaz de crear verdes valles y también alimentar mares como el de Galilea y el Mar Muerto, es un espacio único que vale la pena conocer.
–¿Qué podría tener de extraordinario un modesto río de 300 kilómetros de extensión y 40 metros de ancho?
–El río Jordán sí lo tiene y desde su nacimiento en el Monte Hermón (El Ojo de Israel) hasta su desembocadura en el Mar Muerto va juntando sedimentos e historias que se remontan, con seguridad, hasta el origen mismo de la civilización humana.
Este estrecho pero tenaz río va surcando una de las zonas más áridas del planeta, el desierto de Judea, y ha creado además de exuberantes oasis a sus orillas, un valle que lo acompaña en todo su recorrido por encima de la línea de encuentro de la placa sirio-africana.
No contento con generar vida y abundancia en pleno desierto, horadar por millones de años las rocosas montañas para crear un valle a su alrededor, también es creador de dos “mares”, el de Galilea y el Mar Muerto, además de la icónica representación para todas las congregaciones cristianas desde hace 2.000 años.
NO ESTÁ AJENO A LA GEOPOLÍTICA DE LA REGIÓN
En el siempre convulsionado Oriente Medio, el río ha heredado su nombre al valle y ese accidente geográfico es la pieza central de un nuevo intercambio de opiniones y deseos dispares entre los actores de la región.
Sería muy extenso conjugar en un solo artículo todo lo estratégico, cultural y turístico que representa el Valle del Jordán.
Tras el Acuerdo de Oslo en 1993, se crearon en Cisjordania, zonas para organizar el territorio: la zona A administrada por la Autoridad Palestina (AP), con mayoría de poblaciones palestinas y la seguridad en conjunto a cargo de las Fuerzas de Defensa de Israel y de la Seguridad Preventiva de la AP. La zona B con población palestina y seguridad a cargo de Israel y la zona C, donde se encuentran los asentamientos de colonos israelíes.
UN ACUERDO DESHECHO
En un hipotético acuerdo futuro, parte de la zona C de los colonos israelíes iba a ser transferida al Estado Palestino, como compensación por las construcciones de asentamientos de colonos judíos en las zonas A y B. Es por eso que ahora, tras la ruptura unilateral del Acuerdo de 1993 por parte del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abas, Israel planea agregar de manera oficial a su territorio, al Valle del Jordán, algo que en la práctica ya sucede y que varias veces fue anunciado por el actual Primer Ministro Benjamín Netanyahu.
La franja de aproximadamente 100 kilómetros separa a Israel y a una parte de los territorios palestinos de Jordania. La seguridad así como el desarrollo de toda la infraestructura y el cuidado de los lugares importantes del cristianismo están a cargo de Israel aunque en algunos puntos es compartida con la Autoridad Palestina.
TURISMO TRADICIONAL, MEDIOAMBIENTAL Y CULTURAL
Turísticamente representa un gran atractivo para el país, pues existe demasiado potencial para esa industria. Por ejemplo, en el Monte Hermón, donde nace el Jordán, se encuentra el único centro invernal del Medio Oriente en esa especie de triple frontera entre Israel, Líbano y Siria y ni que decir del Mar Muerto, que ya cuenta con una gran infraestructura hotelera y turística además de las cuevas de Qumran, donde fueron hallados en 1948, los manuscritos más antiguos de la Biblia.
Pocos kilómetros más abajo, el valle toma el nombre del Hula, una biósfera única en tan árida región, donde vive una gran variedad de mamíferos, peces, aves autóctonas y además es lugar de descanso de los pelícanos peregrinos todos los años en su largo viaje entre Europa y Asia.
Siguiendo el curso del río y su valle por la autopista 90, que recorre toda la franja hasta el Mar Muerto, nos topamos de repente con un enorme espejo de aguas de color azul intenso, decorado por elevados acantilados del otro lado.
Es el mar de Galilea, también llamado lago de Tiberíades y los acantilados que decoran el horizonte contrastan con el azul del lago y son la continuación jordana de los Altos del Golán.
A orillas del Mar de Galilea se han desarrollado varias poblaciones judías muy antiguas, una de ellas, Magdala, reconocida como el lugar donde vivió María Magdalena.
TRAS LOS PASOS DE MARÍA MAGDALENA
Muy cerca de de Magdala se encuentra Cafarnaúm, el lugar donde Jesús comenzó su ministerio, y allí podemos observar los restos de la antigua sinagoga donde él realizaba sus prédicas al aire libre, al centro de un círculo de grandes rocas donde la gente sentada participaba de las charlas.
Los encantos históricos y culturales muy vinculados al cristianismo se sienten a cada paso por las poblaciones que van apareciendo a orillas del Mar de Galilea, por lo que es fácilmente comprensible que Jesús haya dado inicio a su ministerio en estos lugares, alejados de la poco influyente Nazareth o del bullicio y la fuerte presencia romana en Jerusalén.
Se puede hacer una parada en algunos de los restaurantes que ofrecen como plato principal el “Pez de San Pedro”, el musht (peine en árabe) servido con variedades de vegetales de la zona y también recorrer las iglesias franciscanas, algunas de la era bizantina, delatada por su arquitectura.
Tras dejar atrás el Mar de Galilea y sus poblaciones tan antiguas como la civilización humana misma se toma rumbo al sur, siempre siguiendo el curso del río, cuyas verdes orillas lentamente van dejando paso al color ocre del desierto, que todo lo consume, que todo lo rodea.
Pequeños destellos de vegetaciones repentinamente se pueden percibir en el desolado paraje que nos presenta el desierto de Judea. Son las plantaciones de los colonos israelíes que con al ayuda de tecnología, una de ellas el riego por goteo, han sido capaces de ir creando en pleno desierto, grandes plantaciones de diversas especies nativas y no nativas.
EIN GEDI Y MASADA
Cuando se espera que solamente el Mar Muerto sea el próximo destino que pueda agregar algo más que las arenas y rocas del desolado desierto, se aparece algo así como “la madre de todos los oasis”.
Ein Gedi, donde el Rey Salomón compuso “El Cantar de los Cantares” y desde donde se surtía a la alta sociedad romana en su apogeo imperial, del bálsamo, el preciado perfume que era trasladado en largas caravanas de mercaderes desde Ein Gedi hasta Roma, bordeando el Mar Muerto para luego cruzar el mar Mediterráneo.
En una roca alguien dejó un testimonio de maldición dirigido a quien osara descubrir el secreto del oasis, la fórmula del bálsamo.
La construcción de la Fortaleza de Masada era parte del control que requería Herodes el Grande, hacia toda esa larga fila de comerciantes que iban y venían por la única ruta comercial de aquellos tiempos.
Aunque Masada, con sus piscinas termales y su inexpugnable altura (500 metros), bien pudiera ser considerado un verdadero spa antiguo, obra maestra de Herodes El Constructor, no fue utilizada por el gobernador hebreo más que en un par de veces.
TRÁGICO FINAL
De todas maneras, esta fortaleza pasó al olvido luego de ser sitiada por los romanos y que acabó de manera trágica con la vida de más de 900 personas, quienes huyendo de la horda imperial, se atrincheraron en Masada, resistiendo por varias semanas hasta tomar la decisión de acabar con sus vidas y no ser capturados por los invasores.
LOS ROLLOS DEL MAR MUERTO
Poco antes de llegar a Masada y luego a las maravillosas playas del Mar Muerto, al lado derecho de la autopista 90, se observan las cuevas de Qumran, el lugar donde de manera fortuita fueron hallados en 1948, los Rollos del Mar Muerto, hoy preservados en el Museo del Libro en la ciudad de Jerusalén, bajo una cúpula humedecida de manera permanente, para replicar las mismas condiciones en las que fueron mantenidas por dos mil años a orillas del mar.
La manera en que se dieron estos descubrimientos y los detalles posteriores bien pueden ser recordados en otro momento, por el azar de los hechos, por la importancia y el contenido de lo hallado en estas cuevas.
El recorrido que se va narrando es parte de un tour obligado para quienes visitan Israel, casi igual de obligatorio como conocer la Ciudad Vieja de Jerusalén o disfrutar las movidas noches de Tel Aviv o Eilat, a orillas del Mar Rojo.