Un reportero gráfico y una periodista de La Nación estuvieron durante varias horas en el Hospital de Clínicas de San Lorenzo para ver de primera mano la labor del personal de blanco en estos días en que la historia los ubica como héroes. Esta crónica refleja cómo viven los trabajadores de la salud sus funciones laborales en medio del covid-19.

Christian Ferreira ten­drá un poco más de 30 años. Vestido con su uniforme blanco y un tapabo­cas, desinfecta un carrito en el pasillo que conecta a la sala de Urgencias. Él lo llama “el área limpia”. El letrero pegado en una de las superficies del carro dice “Transporte de ropa con­taminada”; sin embargo, está vacío. Me explica luego que ahí trasladó insumos que venían de la farmacia y que su misión es esa: desinfectar todo lo que encuentra a su paso en esta parte del hospital.

Desde que empezó la cuaren­tena, en marzo, Clínicas no es el hospital de siempre. No es el cruce constante de personas; tampoco los pasillos abarro­tados de pacientes esperando sus turnos y mucho menos las camas ocupadas al ciento por ciento. Es lo que la pandemia obligó que sea: un lugar con más personal de blanco asis­tiendo cuadros respiratorios y alguna que otra larga fila de gente separada a cada 2 metros esperando retirar sus reme­dios de la farmacia.

“Sin contar con los funcio­narios, antes –en prome­dio– ingresaban entre 4.000 a 5.000 personas”, comenta Derlis Torres, jefe del Depar­tamento de Seguridad, Vigi­lancia y Monitoreo. Esta can­tidad disminuyó porque solo se atienden casos desde el Área de Contingencia Respiratoria y Urgencias. Para referirse a ese bullicio propio del hospital en días sin pandemia, Chris­tian recurre a la popular frase: “esto era un mercado”. Y sí, extraña un poco eso, esa época en la que no había miedos, pero piensa que de esta situación hay algo que aprender.

Christian trabaja en Clínicas desde hace 6 años, es asistente de enfermería. “Si ya era una responsabilidad estar al ser­vicio de un hospital, ahora es el doble. Todo es más delicado, porque si cometo un error puedo dañar a muchas perso­nas. Y eso ha sido lo más difícil en los últimos meses”, expresa.

Su turno empieza a las 6:00 y antes de volver a su casa y encontrarse con su esposa y sus 2 hijas, se asea en el hospital. “Hay duchas para todo el per­sonal, entonces acá ya nos des­infectamos todo”, relata. Hace 3 meses que no ve a sus padres, hermanos y abuelas. Habla con ellos por videollamada. Para él, el momento más duro fue al principio de la cuarentena, cuando decidió aislarse de sus hijas durante algunos días.

“Me aislé en mi propia casa. Había leído algo y sentía la necesidad de cuidarlas. Le dije a mi señora que les diga que estaba trabajando en otro lugar, que por eso no estaba en casa. En realidad, me que­daba arriba, en un sector al cual podía entrar desde otra puerta sin que me vieran”, revela. “Hubo un momento en que el estrés fue demasiado grande porque no sabíamos qué iba a pasar”, añade.

El Hospital de Clínicas es con­siderado un bastión de la salud pública paraguaya. En sus 125 años –el próximo 19 de julio festejará el aniversario 126– guarda en sus memorias luchas históricas de médicos, médicas, enfermeros y enfermeras por lograr una mejor calidad sani­taria en el país. Su viejo edificio, ubicado en el barrio Sajonia de Asunción, hoy se convirtió en un museo. Desde el 2012, Clí­nicas está en San Lorenzo, con una edificación más moderna, pero manteniendo siempre aquello que lo caracterizó: Su vínculo con los sectores más vulnerables del país.

LOS ROSTROS DE LA SALUD

Muchas veces, en los hospita­les sucede lo mismo que en los aeropuertos: es fácil per­derse. Cada parte de la estruc­tura edilicia puede verse igual y, aunque los letreros indi­quen dónde se encuentra cada área, es posible perder horas tratando de llegar a ellas, tal y como ocurre con las puertas de embarque luego de leer el panel de lle­gadas y salidas de los vuelos.

Desde el ingreso del virus al país, el Hospital de Clínicas se ha organizado según las actua­les necesidades sanitarias. Quien llega por una urgen­cia o un cuadro respiratorio debe pasar por un primer fil­tro antes de ser atendido. Se trata de una carpa blanca ins­talada fuera del edificio, pero dentro del predio y muy cerca de la entrada del estaciona­miento. Allí, dos jóvenes médi­cos interrogan a los pacientes para poder derivarles a una de las áreas ya mencionadas.

Esa mañana, los doctores Ernesto Benítez (30) y Johnny Salinas cubrían el turno de este puesto. Son médicos internos –proceso previo a su residencia médica o espe­cialización– desde principios de abril. Ambos coinciden en que el nuevo virus es un desa­fío para todas las jerarquías del hospital. “Ni siquiera los médicos más experimen­tados estaban entrenados para este escenario. Ahora todos estamos aprendiendo. Creo que la forma de traba­jar en el hospital va a cam­biar”, señala Benítez.

“Esta es la primera vez que estamos ejerciendo nuestra carrera y ya nos encontramos con una pandemia. Nosotros estamos contentos de poder ayudar de esta manera. Este primer filtro es fundamental para el manejo del hospital, porque así evitamos poner en riesgo a pacientes y cole­gas”, agrega, y pide permiso para responder la consulta de un paciente que acaba de llegar en auto.

La emergentóloga Karina Rivarola, una de las doctoras al frente de Urgencias, con­firma lo que ya nos habían anticipado: el hospital se reorganizó desde el ingreso del covid-19 al país. “Al lado de Urgencias, hay una torre de consultorios que tuvimos que vaciar para la atención exclusiva de pacientes con coronavirus. Además, médi­cos de otras especialidades, no solamente de emergentología, tuvieron que venir a colaborar con nosotros”, destaca.

A su lado está la Dra. Luana Maciel, también emergen­tóloga, quien defiende la idea de que es momento de darle a los profesionales de la salud el lugar que se mere­cen. “Siempre hubo déficit en el personal de blanco, pero nunca obtuvimos res­puestas por parte de las autoridades. Ahora esto se ve porque es algo que nos afecta a todos por igual. Necesitamos más ayuda humana, una jubilación digna, insumos permanen­temente y disminución de carga horaria, porque somos seres humanos y también tenemos familia”, asegura.

“Voy a llorar” le dice la Dra. Luana a la Dra. Karina cuando, minutos antes de la entrevista, la trae para que cuente también cómo es ser madre y estar en el primer anillo de la lucha contra el covid-19. “Fue todo un cam­bio. Tengo una hija de 5 años y en mi casa habilitamos un pasillo que ella no frecuenta para poder asearnos. Pero el temor de que el virus aparezca en cualquier momento siem­pre está”, confiesa.

“Vamos a llorar las dos, yo tengo 4 hijos”, le responde Rivarola a Maciel en ese ins­tante previo. “Fue un cambio de 180 grados. Como el virus era nuevo, vivimos momen­tos de mucho temor. Las dos somos madres y el miedo a que el virus esté presente no desa­parece”, menciona Karina.

Además, comenta que esa sensación la experimentaron todos sus compañeros en el hospital, algunos incluso con más intensidad. “Muchos tuvieron pesadillas, insomnio, crisis de angustia y ansiedad. Fue desafiante en todo sen­tido, emocional y físicamente. Usar los equipos de protección implica cierto estado físico, el intercambio de oxígeno no es el mismo. Hubo muchos desa­fíos en todos los aspectos. Gra­cias a Dios, a más de 50 días de cuarentena, estamos bien y seguimos de pie”, reflexiona.

En uno de los pasillos del hos­pital, la jefa de Limpieza, Ma. Luisa Duarte, está hablando por teléfono, intentando encontrar a uno de sus perso­nales. “Es que están por todos lados y me cuesta encontrar­les”, dice luego de cortar la lla­mada. Ella también es mamá. Tiene un hijo de 12 años al que no ve hace 2 meses. “Desde que inició esta pandemia, él está con mi mamá”, revela.

El trabajo de quienes manejan la limpieza en un hospital es tan fundamental como el de cualquier médico o enfermera. “Estamos atendiendo princi­palmente las áreas de circula­ción, las públicas. Limpiamos con mayor frecuencia ascen­sores, escaleras, barandas, azulejos, etc.”, añade.

Luisa pasa la mayor parte del día en Clínicas, pero apenas sale del hospital y llega a su casa, la tecnología la vuelve a conectar con su hijo. Ella está viviendo en San Lorenzo y su familia en Asunción. “Cuando termine todo esto, lo primero que voy a hacer es ir a buscar a mi hijo, abrazarle y traerle a mi casa, porque demasiado ya le quiero ver”, expresa.

UN TRABAJO PARA VALIENTES

Hoy, el barbijo es casi una extensión del rostro, especial­mente para los que cubren el Área de Contingencia Respi­ratoria del Hospital de Clíni­cas. Allí, hombres y mujeres, además de tapabocas, llevan puestos otros elementos de protección. En este pabellón se atiende todo tipo de cuadros respiratorios y está distribuido en tres salas: de internación (30 camas), terapia intensiva B para pacientes críticos (8 camas) y terapia intensiva A para quienes no presentan cua­dros muy graves o son dados de alta de la anterior (9 camas).

Todo el personal de salud que está involucrado en estas tres secciones debe colocarse un traje especial que comprende guantes, gorro, protección para el calzado, tapabocas, anteojos y el traje en sí mismo. “Tardo como 15 minutos en ponérmelo, pero lo más difícil es sacarse”, comenta un enfermero que está a punto de ingresar a la sala de pacientes críticos.

“El traje de por sí es incómodo, sobre todo el anteojo, porque se empaña mucho el vidrio”, explica la doctora Belinda Figueredo, jefa del Departa­mento de Cuidados Intensi­vos Adultos del Hospital de Clínicas. Y añade: “La masca­rilla N95 también es incómoda porque comprime mucho, pero uno se acostumbra”.

La Dra. Belinda asegura que esta situación es aún más difícil para los enfermeros y médicos de guardia que llevan puesto el traje las 12 horas que dura el turno. “Yo hago recorridas de 3 horas como máximo, pero para ellos sí puede ser com­plicado, porque cada vez que salen a almorzar o van al baño, deben volver a colocarse otro para poder ingresar de nuevo al área”, comenta.

Y aclara: “Hasta ahora en tera­pia del Hospital de Clínicas no hemos tenido ningún caso posi­tivo. Sí existen pacientes con afecciones respiratorias gra­ves pero son casos que vemos habitualmente en esta etapa del año. Desde hace 2 meses trabajamos siguiendo todos los protocolos, atendiendo a cada paciente como si se fuera covid-19 positivo, hasta demostrar lo contrario. Porque así nos cuida­mos entre todos”.

Inmersa en la terapia B del Área de Contingencia, la doc­tora se alista para observar el estado clínico de cada uno de los pacientes. Desde este lugar y junto a su equipo, lucha por sal­var vidas. Este mundo es visible solo para el personal de salud. Sin embargo, hasta minutos antes de empezar su recorrida, sigue conectada con el exte­rior, coordinando tareas pen­dientes con la jefa de Prensa, Sara Núñez, a través de una ventana muy pequeña.

Al cruzar la puerta del Hos­pital de Clínicas y verlo tan inmenso e infinito, es impo­sible dimensionar la cantidad de gente que lo lleva adelante, pese a todas las adversidades. Sin embargo, en la oficina de Derlis, el jefe de Seguridad, Vigilancia y Monitoreo, hay 132 cámaras que muestran en detalle lo más valioso del hospital: su gente.

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