Guzmán Ibarra. Politólogo
Posiblemente, como pocas veces, la incertidumbre ha anidado de forma tan rutinaria en nuestras vidas. Incluso en la política paraguaya, con su apego institucional a lo difuso e indeterminado y a su habitual ausencia de rumbo, la suma del covid-19 deja todavía menos aspectos certeros. Por lo tanto, es mejor partir reflexionando sobre aquellas cosas, más o menos fijas, de las que tenemos mayor seguridad y conocimiento.
En este sentido, si deliberamos en torno a la metáfora de que “la pandemia desnuda todas las precariedades y limitaciones del Estado paraguayo”, podemos acaso sentirnos un poco incómodos. Y es que, si algo nos vienen señalando de forma sistemática las ciencias sociales paraguayas en los últimos 40 años, es que vivimos en una sociedad con enormes problemas vinculados a la desigualdad, donde la pobreza y exclusión son símbolos constitutivos. Y el Estado –a pesar de algunos esfuerzos– es uno de los principales responsables.
EL DÍA A DÍA DE LA DESIGUALDAD
La pandemia penetra la vida cotidiana, transformándola, y nos obliga a repensar nuestros esquemas de funcionamiento, modificando nuestras formas de interacción social, armonizando los horarios y las lógicas de trabajo. Sin pedir permiso, entra a nuestras casas y se convierte en la “nueva normalidad”. Sin embargo, si advertimos este nuevo “statu quo”, fuera de la experiencia individual y con el telón de fondo de la desigualdad, vemos que la adaptación es mucho más compleja para las familias que no tienen un ingreso fijo, vivienda propia o digna, familias donde las mujeres son jefas de hogar o donde los padres se han quedado sin trabajo. La pandemia es un drama individual, incrementado y convertido en un problema social debido a los altos niveles de desigualdad.
La desigualdad también se vincula con la política e incide en el ejercicio de los derechos políticos, limitándolo y evitando que sectores amplios de la población participen y logren la representación política o expresen sus demandas y que estás sean canalizas por los mecanismos propios de la democracia. Cuando sucede, y los individuos ven que sus requerimientos no pueden ser satisfechos, nos enfrentamos a lo que se llama déficit democrático.
CRISIS DE REPRESENTACIÓN Y DESIGUALDAD
Vivimos en un contexto caracterizado por una representación política desprestigiada, donde los niveles de confianza hacia instituciones claves de la democracia liberal como el Congreso y los partidos políticos son muy bajos. Por ejemplo, de acuerdo a los datos del Latinobarómetro, el 88,8% de la población paraguaya percibe que se gobierna para grupos poderosos y no para el bien del pueblo. Estas cifras enuncian claramente la fragilidad de los vínculos de la elite política con la ciudadanía. Asimismo, expresan dificultades tanto en la agregación y ordenamiento de las demandas. Todos estos aspectos configuran la tan mentada crisis de representación. Esta situación hace el juego más fácil para el populismo, en la profundización del discurso y la práctica de la antipolítica, que ha arrastrado a más de un país en la región y con pésimos resultados. Con este panorama, era difícil esperar reacciones alentadoras ante la adversidad de la pandemia.
Sin embargo, a juzgar por los hechos, la rapidez de acción en materia sanitaria fue oportuna y merece el reconocimiento. ¿Pero qué hace que una elite política desatinada cuente con momentos de lucidez y tome decisiones correctas? ¿Es la crisis una disparadora de racionalidad y extrae lo bueno de nuestros políticos? Una pista a este dilema puede encontrarse en los fundamentos de la decisión política de declarar cuarentena; esta estuvo basada en la ciencia y el reconocimiento objetivo de que la precariedad de nuestros servicios de salud constituye una vulnerabilidad que ponía en riesgo a la mayoría. Seguir al conocimiento, por lo tanto, puede ser una buena manera de encausar el rumbo.
Pero no podemos ser ingenuos y pensar que las malas decisiones políticas se fundan en la falta de cientificidad y conocimiento de nuestra elite política. El interés orienta a la acción política. En este marco, quizás el ejemplo más patente es la defensa y sostenimiento a la regresiva política fiscal. Como pocos temas, no solo las ciencias sociales y las instituciones de think thank paraguayas, sino innumerables organismos internacionales vienen recomendando al Gobierno paraguayo introducir reformas fiscales, por su potencialidad en la reducción de los niveles de desigualdad y el mejoramiento del bienestar social. Que no implica solo el aumento de los impuestos, sobre todo los directos, sino también trabajar en políticas redistributivas.
Sin embargo, ante el consenso técnico y las recomendaciones internacionales, nuestra elite política prefiere mirar al vecino y hacer un guiño a sectores económicos específicos. Tal separación respecto a las necesidades colectivas fortalece el distanciamiento con la ciudadanía, incrementa la crisis de representación y pone en peligro a la democracia. Con los potenciales efectos de la pandemia, más nuestra conocida desigualdad estructural, la más afectada será la población vulnerable. No hacer las reformas supone efectos dramáticos y al decir del sociólogo Didier Fassin, una vez más, la ética del mercado pondrá a prueba el espíritu de los pobres.
ELECCIONES Y COVID-19
Si creemos que la democracia es el único juego permitido en el pueblo, entonces las instituciones que construyen la legitimidad son sumamente importantes (Kitschelt). Las elecciones son esos procesos claves en donde la voluntad colectiva es expresada fácticamente, por lo tanto, cuidarla ayuda a oxigenar el sistema político. Sin embargo, la decisión tomada en materia electoral –al igual que el tema fiscal– no persiguió la evidencia empírica y teórica proporcionada por la política comparada. Es de esperar que las próximas elecciones municipales, el financiamiento político siga des-controlado, el debilitamiento de los partidos aumente, al igual que las campañas personalizadas y el clientelismo político.
DEMOCRACIA POSVIRAL
Finalmente, si bien es cierto que la incertidumbre gobierna nuestras vidas, limitando nuestra capacidad de pensar una sociedad o un mundo posviral, quizás no sea necesario reinventar la pólvora. Se puede empezar ahí donde estábamos antes de la pandemia e intentar hacer algo por reducir la desigualdad. Es muy probable que, con una sociedad menos desigual, se pueda enfrentar al futuro con mayor seguridad.