De la laguna Tapaicuá hay referencias documentales que proceden del siglo XVI. Pero debido a un suceso mágico, que tiene como protagonista a Fray Luis de Bolaños, el nombre original transmuta a su actual denominación, Ypacaraí. Sin embargo, en la historiografía local no existe mucha claridad al respecto. Algunos divulgadores de la historia se atreven a decir que sucedió en 1603, pero las noticias que extraemos del Archivo Nacional de Asunción dan pistas para refutar tal exactitud. Esta nota, precisamente, apunta a una sobrelectura de la leyenda original del lago Ypacaraí a la luz de fuentes científicas, históricas y primarias así como de alguna cartografía referencial de los siglos XVII y XVIII rescatada de repositorios extranjeros.
- Por Jorge García Riart
- (*) Miembro del Centro de Investigación de Historia Social del Paraguay, del Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica y de la Academia Liberal de Historia.
Hay una hipótesis científica muy bien lograda por Moisés Gadea, publicado en el Boletín del Museo Nacional de Historia Natural del Paraguay (2019, vol. 23, n. 2), que sostiene el principio marino de las aguas del emblemático embalse natural. El investigador sostiene que posiblemente, en el Mioceno medio, ocurrió una transgresión del Mar Chaqueño que inundó el Valle de Ypacaraí hasta Pirayú y Paraguarí.
Otra suposición que merece ser comprobada con mejores elementos es que en el fondo del lago Ypacaraí hay aguas saladas que quedaron de la regresión del mar, y que luego se completaron con agua dulce proveniente de las lluvias que corrieron por los accidentes topográficos de la cuenca.
Concluye Gadea que se necesitan hacer más estudios, con más técnicas y mejores herramientas, exploraciones, muestreos, observaciones, aplicación de nuevos recursos y mayor refinación en las técnicas para determinar la veracidad o falsedad de estas hipótesis.
Sin embargo, estas conjeturas pueden influir en la historiografía puesto que existen indicios de aguas saladas en la toponimia del entorno del lago tal como el arroyo Jukyry, que da nombre a una compañía del ejido actual de Areguá y a Jukyty (juky es sal en guaraní) así como el propio río Salado que cuando baja su torrente “se vuelve apenas salífero”, como advirtió Thomas Page en su viaje por Paraguay, en 1853 (Río de la Plata, la Conf. Argentina y el Paraguay, 2007, p. 143).
LAS SALINAS
Existen documentos manuscritos en el Archivo Nacional de Asunción, como testamentos y casos judiciales, en los que se citan el Valle de las Salinas, el Pago de las Salinas o simplemente Las Salinas. Principalmente, el nombre salta al conocimiento con la expansión territorial de los conquistadores españoles hacia 1570.
Según Benjamín Velilla en sus Aportes a la historia del Paraguay (2005), en la “isla de las Salinas” (hoy Jukyry) se instaló uno de los presidios más antiguos de la Provincia y su primer jefe pudo haber sido Miguel Antón de Luque, así como el primer ganadero del lugar (p. 150).
En la Biblioteca Nacional de Francia (en línea) encontramos un mapa del Paraguay, elaborado alrededor de 1700, que presenta un curioso orden de poblaciones coloniales en el que se destaca Las Salinas, en las afueras de Asunción, cerca del río Pirayú, camino a Paraguarí y a Ybycuí.
El plano, como otros tantos de esa época, no marcan la laguna Tapaicuá ni el lago Ypacaraí, o porque a sus productores no les pareció relevante o porque no tuvieron información del recurso hídrico, no porque no existiera. No obstante, esa ausencia acrecienta incorrectamente entre algunos la especulación sobre su nacimiento.
LAGUNA TAPAICUÁ
Margarita Durán, en su estupendo rescate histórico sobre Areguá (2005), dice que los orígenes de la “laguna Tapaicuá” –nombre original del lago Ypacaraí– se pierden en el tiempo (p. 105). Sin embargo, las primeras referencias a este remanso de agua sobresalen de las mercedes reales y ordenanzas coloniales.
Uno de esos documentos, por ejemplo, cuenta que Juan de Encina de Mendoza en 1565 fue favorecido con campos que se proyectaban hacia Areguá. Más tarde, en 1576 Juan de la Torre y Tomás Hernández recibieron por gracia también fincas en el entorno del lago Tapaicuá (pp. 27 y ss).
Juan de Garay, alcalde-gobernador de Asunción en 1578, solicitó que “todos los señores (que poseían) vacas desde el río Tobatí hasta el que sale de la laguna Tapaicuá hasta donde entra en el río Paraguay hagan corrales…” (véase Discurso Histórico de Aguirre, 2003).
En 1624, los Mercedarios recibieron en donación un pedazo de las tierras de Torres, a través de su viuda Ana de Estrada. Más tarde, para arreglar los límites de su dilatada estancia dibujaron un boceto de sus posesiones en Areguá donde consignaron hacia el norte la “laguna de Tapaicuá” (ANA, CyJ,3 vol. 1334, n 5). Véase el mapa en la misma portada del libro de Durán.
Los predicadores de la Merced extendieron sus dominios en el Valle de las Salinas con más donaciones que se produjeron a lo largo del siglo XVII y traspasaron al siglo XVIII, lo cual hace suponer que tuvieron control de un vasto territorio que se extendía desde Jukyry hasta Guasuvira (límite entre Ypacaraí e Itauguá), de oeste a este, y desde la laguna de Tapaicuá hasta la sierra de Yvytypane, de sur a norte.
El demarcador de límites Francisco Aguirre también realizó un dibujo en su Diario (2017) de la laguna Tapaicuá, aunque en la carátula escribió “Borrador de los ríos a la laguna de Ypacaray y R. de Pirayú” (p. 100), quizás con la intención de significar la transmutación nominal del estuario que ya estaba vigente en 1794.
OPA CARAI
En algún momento se produjo un clivaje en la nomenclatura original del lago o de la laguna. No sabemos cuándo exactamente. No encontramos documentos que atestigüen este cambio. Aunque para sospechar de algún corte temporal nos valemos de la cartografía colonial.
A mediados del siglo XVIII, la geodesia empezó a incluir el nuevo nombre de la laguna con una grafía aún primigenia: “Opa Carai”. Véase, por ejemplo, parte del mapa que se incluye en esta nota que tiene como fuente la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro y que ubica la laguna entre los arroyos de Las Salinas y el Salado a un costado del cerro de Yvytypane.
También, el mapa preparado por demarcadores de límites entre la Corona de España y la de Portugal, alrededor de 1790, señala una morfología alargada y replica la nueva grafía del lago (véase en el Archivo General de Indias).
En 1798, los límites de la parroquia de La Catedral de Asunción definitivamente estaban marcados por el arroyo San Lorenzo, que cae en Las Salinas y este hasta su entrada en la “laguna de Ypacaray” (ANA, NE, vol. 1768), lo cual nos indica el cambio nominativo ya confirmado.
RELATOS “OFICIALES”
El primer relato que podemos llamar oficial sobre la transmigración del nombre de la laguna lo hallamos en Descripción de los Pueblos de la Provincia del Paraguay de 1761 (autor no identificado). “Esta laguna se llama Ipacaray, cuyo nombre confirma la creencia de una tradición que se conserva en esta provincia aunque se ignora el nombre que tenía antes” (ANA, SH, vol. 129, n.10), dice la noticia.
Por lo expresado en párrafos anteriores, sabemos ahora que esa laguna llevaba el nombre primigenio de Tapaicuá. Más o menos a mediados del siglo XVIII se hizo fuerte la versión de la intervención mágica de un predicador llamado Luis de Bolaños sobre las aguas del Ypacaraí, a juzgar por las fuentes bibliográficas.
Años más tarde, Mariano Antonio Molas recogió la historia de Bolaños también en su Descripción Histórica (escribió posiblemente antes de su liberación en 1840 y se publicó en 1868 tras su muerte) en estos términos: “El nombre propio y primitivo de la primera laguna es Tapaicuá, pero se le ha dado común y generalmente la denominación de Ipacaraí que en idioma castellano quiere decir laguna conjurada”.
A principios del siglo XX, Leopoldo Gómez de Terán y Próspero Pereira Gamba publicaron un Compendio de Historia del Paraguay (1901) que acopió una leyenda, según ellos, que es común a varias naciones indígenas: “Tapaicuá, el primer hombre de la tierra, nace del fondo de un lago que luego se llamó Ypacaraí, que quiere decir laguna conjurada”. Pero, fueron más allá de lo mítico. Afirmaron que en 1603, Bolaños logró contender el desborde del lago (p. 7).
BOLAÑOS EN EL SÍNODO
Sin embargo, el cura Bolaños, en 1603, estaba en Asunción participando del Sínodo convocado por el gobernador Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias) y Fray Martín Ignacio de Loyola, su superior (léase Historia de la Iglesia en el Paraguay, 2011, p. 47).
Entonces, surge aquí una duda razonable sobre la localización del fraile aquel año. Poco probable es que haya ido unos días a recorrer Las Salinas y regresado luego a formar parte del Sínodo o viceversa. Las crónicas indican que Bolaños tuvo un lugar preponderante en la conferencia eclesiástica.
También dicen que en el foro se debatieron y condenaron las supersticiones de los indígenas que a la vista de los ciudadanos de la época eran fruto de hechicería y, por tanto, debían ser castigados. En este contexto, ¿Qué parte pudo haber tenido la presentación de Bolaños con relación a su actuar sobre las aguas del lago?
Otro dato curioso. En el mismo Sínodo se repudió el uso como cábala de un tipo de guacamayo que tenía poderes especiales para los indígenas (Historia de la Iglesia, p. 50). Pese a eso, cabe considerar que pa’i Bolaños fue llamado también Pa’i Tuku o Saltamontes por los guaraníes, como anotó Isidoro Calzada en su Biografía de Fray Luis de Bolaños (1975).
PUEBLO DE ARECAYÁ
La explicación natural de una posible inundación del lago y su posterior bendición adquirió ribetes sobrehumanos. Jane Luna, en Franciscanos Vascos en Paraguay (2013) considera que este y otros milagros atribuidos a Bolaños se explican porque él fue considerado como un chamán o un pequeño dios por los aborígenes (p. 170). Existen también asociaciones del origen del lago con la Virgen de Caacupé, que no trascienden la creencia popular.
La fábula completa dice que el lago inundó el valle de Pirayú, particularmente el pueblo de indios de Arecayá (Godoy, 1913, González, 1964; Furt, 1929). La tradición católica –quizás de fuerte ascendencia franciscana– asoció la rebelión de esta gente con prácticas profanas y “el vicio de la sodomía” (leer Descripción trunca), lo cual puede ser cierta o no, pero no coincide la justa insurrección con el dato cronológico que aportan Terán y Gamba.
Lo que sí sabemos, a la luz de documentos del Archivo Nacional de Asunción, que para apaciguar los levantamientos, el gobierno colonial entregó por merced real a los franciscanos, en 1661, el territorio de los Arecayá bajo el modelo de yaconazgo (ANA, CyJ, vol. 2018, n. 5). Incluso, se levantó una iglesia en honor de la Virgen de la Concepción. En 1673, el gobernador Felipe Rexe Corvalán visitó el pueblo y se practicó un censo (ANA, SH, vol. 29, n. 6).
Los indígenas no quedaron tranquilos y continuó la guerra. Entonces, en 1677, se unió el pueblo de Altos (donde también había presencia franciscana) con el de Arecayá, y algunos de sus naturales habitantes fueron trasladados al Valle de Tapúa. Branislava Susnik en El Indio Colonial del Paraguay (Ed. 1965) sustenta que los de Arecayá se retiraron hacia el arroyo de Aruayá porque eran numerosos (p. 180). Fray Bolaños había muerto ya en 1629.
NI VOLCANES NI ESTRUENDOS
Algunos cientistas afamados, como J. Rengger, quien hizo el Viaje al Paraguay entre 1816 y 1826 (2010), en época del gobierno de Gaspar Rodríguez de Francia, no se convenció de que lo decían sobre el origen del lago. El suizo escribió en su diario: “La leyenda de que antiguamente habría existido una aldea de indios en el lugar de la laguna me parece fabulosa…” (p.318).
No obstante, apreciando la obra de Óscar Doldán sobre Historias casi olvidadas de San Bernardino (2016), encontramos testimonios de colonos que entre 1914 y 1917 aseguran haber hallado bajo tierra elementos de cocina y esqueletos de indígenas. Rengger también anotó una observación parecida en 1820. ¿Serían vestigios del extinto pueblo de Arecayá?
Con respecto al origen geológico, Rengger se adelantó también a ciertas conjeturas falsas: “ni erupción volcánica ni un alud” (p. 318), aludiendo posiblemente al estruendo que se escuchó cuando los desagües naturales de la laguna supuestamente quedaron represados, lo cual provocó su desborde hacia las alturas de Pirayú y de Areguá.
Finalmente, con respecto a la leyenda original del lago, tenemos la presunción que a mediados de los años 1700 se produjo un clivaje en la nomenclatura del lago. Se dejó de lado la versión mercedaria que preservó el original nombre de Tapaicuá y prevaleció la versión franciscana del Ypacaraí matizada con los prodigios de Luis de Bolaños.
DESCRIPCIÓN HISTÓRICA
“Hay en el distrito de esta Provincia algunas lagunas. Entre las más permanentes y notables hay dos. Una al Su inmediata al río Tibiquari. La llaman de Ipoa. Tienen de largo ocho leguas. Su agua es dulce y abunda de pescado. La otra es de cuatro leguas de extensión. Está en el Valle de Areguá a 6 leguas al Norte de la Capital. Su agua es salubre. Entra en ella un arroyo que llaman Pirayú y sale otro llamado el Salado que entra en el Paraguay. Esta laguna se llama Ipacaray cuyo nombre confirma la creencia de una bendición que se conserva en esta Provincia aunque se ignora el nombre que tenía antes. Está cerca de un pequeño cerro, en cuya falda hubo un pueblo de Indios entregados al abominable vicio de la Sodomía. Elevando pues un día de repente sus aguas, sumergieron al pueblo, sin que escapase alguno de sus moradores. Añade la general tradición que por quitar el horror, que se tenía en este paraje, la bendijo después el Venerable Padre Fray Luiz Bolaños, compañero de San Francisco Solano, y desde entonces permanece sin novedad con el nombre de Ypacaray, que quiere decir agua bendita. Obsérvase en ella que antes de empezar el viento Norte que corre a tiempos determinados en aquel paraje se oye un ruido y estrépito hacia el centro de dicha laguna que atemoriza a los que no están antes advertidos de esto”.
Fuente: Descripción del Obispado de la Asunción del Paraguay [Manuscrito] [S.l.: s.n.], [1788-1789?]. Colección Pedro de Ángelis. Original en ANA, SH, vol. 129, n.10.