- Por Toni Roberto
- tonirobertogodoy@gmail.com
Una vieja publicidad asuncena de 1959 trae los recuerdos de esa misma época de nuestro gran astrónomo Blas Servín, recientemente fallecido. Un avioncito perdido en 1975 y la contemporánea Estación Espacial Internacional hacen este “silencio en el paisaje” (6).
Es de noche y Rodrigo Ríos, uno de los “hijos del espacio” del tío Blasito, está haciendo, desde alguna altura de la ciudad, unas fotos de la Estación Espacial que está pasando sobre Asunción.
Por mi parte, me entra una especie de déjà vu. Amago por un segundo llamarlo para consultarle como siempre sobre algún detalle, pero no, en ese mismo instante recuerdo que tío Blasito (el tío en el afecto de todos los aficionados al espacio como yo) ya no me atendería el teléfono. Se había ido el día anterior del planeta tierra.
Sigo escribiendo, tratando de hilar algunos recuerdos como la última vez que me llamó a principios de febrero. Me había hablado apenas un minuto y después parecía que su voz se iba perdiendo en el espacio, tan fugaz como el paso de un cometa.
EL CORONEL INGENIERO Y LOS VIEJOS SATÉLITES
Sigo escribiendo y mirando al cielo tratando de ver la famosa Estación Espacial; los recuerdos se pasean, van y vienen por mi mente, sin tiempo.
Dicen que a mediados de los 60 los vecinos del barrio Gral. Díaz quitaban sus sillas y se sentaban en la vereda para ver pasar satélites, guiados desde su balcón por el papá de nuestro astrónomo, el Cnel. ingeniero Blas Servín Ramírez, el primer especialista en telecomunicaciones satelitales del Paraguay –e quien ya les había hablado un domingo del año pasado en el artículo “Recuerdos de la calle Tercera”–, una actividad barrial en una aletargada pero apacible Asunción con poca diversión nocturna de mediados de los años 60.
EL AVIONCITO ELÉCTRICO DC 8 DE BRANIFF
La partida de nuestro gran astrónomo, todos los recuerdos que ello conlleva y el silencio obligado de esta pandemia me llevaron a recordar mi infancia allá a mediados de los 70, cuando recibí un regalo de parte de mi tío Víctor que residía en Nueva York. Era un avioncito eléctrico a control remoto, un Douglas DC 8 de la desaparecida Braniff; el pequeño jet se había convertido en la atracción de todos los niños del barrio. Nos decían que “podía llegar a la Luna”, cosa que hizo que empiece a volar la imaginación de la “colectividad infanto-barrial rumbo a la capital de la imaginación”, como decía una vieja publicidad de los años 80 de la desaparecida aerolínea de bandera paraguaya, LAP.
Un día, el avioncito a control remoto de Braniff desapareció. Nos habían dicho: “Se fue a la Luna”, y que deberíamos volver a estudiar para tener buenas notas en el colegio. Desde aquel 1975 de la ida del “avioncito
eléctrico” empezamos a mirar al espacio para ubicar en qué lugar de sus famosas manchas había aterrizado el avión que nunca volvió, pero a pesar de todo se había quedado en la inocencia de esos niños de barrio para siempre.
Así como a finales de los años 58 o 59, el tío Blasito y los “niños vecinos” esperaban pasar uno de esos raros aparatos rusos –contado por él mismo en una entrevista que le hiciera Augusto dos Santos sobre aquella época de los claros cielos de Asunción–. Nosotros, en la misma zona, pero unas décadas después, los niños de mediados de los 70, entre la tele en blanco y negro, mirando algún viejo capítulo de “Tom y Jerry” o “Margarita y sus niños”, esperábamos la vuelta del DC 8 que nunca volvió, así como hoy vemos pasar por Asunción la Estación Espacial y su tripulación gracias a los limpios y poco poluídos cielos que nos brinda “el silencio de esta pandemia”, recordando a Blas Servín que hoy ya vuela en silencio cerca de alguna estrella.