Tendría que haber sido el sábado 4 de abril a las 19:30, a la precisa hora en que el Sol irradia en primavera los últimos rayos de luz sobre el horizonte. La idea de pactar el amor de esa manera –y en ese preciso instante– era algo que venían planeando hace meses.

Los amigos.

La familia.

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La promesa de quererse.

A fines de diciembre, mientras Jamie realizaba las últimas pruebas de su vestido de boda, todavía no sabía que en Wuhan empezaba un virus a extenderse. Cuando en enero Ben confirmó el número de personas que asistirían al banquete, ignoraba que en Roma dos turistas daban positivo al mismo virus y surgían casos en lugares diversos del oriente. Alarmó a los novios cuando el primer positivo fue confirmado en Estados Unidos, pero todavía era posible que la crisis viral quedara contenida como había pasado otras veces. Pero en marzo ya la historia era diferente: el horror se había vuelto pandemia y azotaba al mundo desbordando hospitales e inundando las noticias con avisos de penurias, aislamiento y muerte.

Era claro que la boda tendría que suspenderse.

Hasta cuando se hubiera marchado el miedo.

Hasta que pudiera volver a abrazarse la gente.

Tantos planes habían quedado flotando en este confinamiento inoportuno, tantos sueños revocados en la profilaxis del nuevo mundo, que pasaría inadvertida esta boda suspendida si no fuera por aquello de que el conformismo no suele llevarse bien con amores que se respeten. Porque Ben y Jamie decidieron olvidar las formas y concentrarse en el fondo de la promesa, y el mismísimo 4 de abril a la hora pactada salieron al balcón con sus trajes de fiesta para desposarse –contra virus, vientos y mareas– en una ceremonia casera, oficiada y acompañada por videoconferencia.

A cara lavada, la ilusión engalanada de certeza.

¿Testigos? Los vecinos, que al verlos en el balcón tan ataviados celebraron con los novios la íntima fiesta, descorchando alegría y brindando por ese amor que había sabido vencer los escollos de la mala suerte para encarnar aquella frase tan oportuna de Neruda:

“Que no nos separe la vida y se vaya al diablo la muerte!”.

*La boda de Ben y Jamie en pleno confinamiento y viralizada por sus vecinos quedará registrada en la historia como otro de los casos del triunfo de la esperanza en los tiempos del COVID-19. Miami, 2020.


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