• Por Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas 

Cuando era un niño leí por primera vez “Las mil y una noches” – una obra literaria anónima sustancial– y supe que la cultura del relato es la de la humanidad misma. De ella y de su práctica –sí y solo sí– emerge la oportunidad para el acuerdo y para acotar el desacuerdo.

Es la llave para la construcción de otredades positivas. Vivir también es narrar. No fueron pocas las noches –y muchísimos los días– en que soñé con Scheherazade, la heroína y personaje central en aquella obra imprescindible. En el camino de la vida, las convicciones, la curiosidad, la vocación por el conocimiento y la militancia por los derechos humanos en los que la idea de la diversidad es un eje central, algunas décadas atrás conocí a Hamurabi Faisal Noufouri.

Un gran hermano del que me nutro en cada conversación. Arquitecto, doctor en arte por la Universidad de Salamanca, enorme académico con quien, desde entonces, compartimos la senda vital. Alguna vez, no hace mucho, con el habibi Hamurabi, en Córdoba capital –unos 1210 km al sudoeste de mi querida Asunción– en el centro mismo de la Argentina, y tierra de otra amiga, Marycruz Najle, cenábamos en el restaurante Sibaris del hotel Windsor. Justo en la esquina de las calles Buenos Aires y Entre Ríos. La noche y el ambiente daban para una charla distendida. Propuso que comiéramos “bife de chorizo porque era lo que compartíamos con mi padre cada vez que cenábamos aquí”. Imposible negarse.

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Más aún cuando quien marca el rumbo en la cocina es el chef Roal Zuzulich, un cordobés que desde su adolescencia se desarrolla en la gastronomía cordobesa y que, en la localidad de Alta Gracia, tiene su propio emprendimiento, al que llama Herencia. El vino corrió por mi elección. Ordené un Catena Zapata Estiba Reservada del 97 –85% Cabernet Sauvignon, 15% Cabernet Franc, añejado en roble francés– para celebrar la vida en estado de amistad. Luego de la ceremonia de la cata y el brindis, le dimos tiempo al silencio. “A mi padre, Faysal Noufouri, le agradaba venir aquí porque este hotel lo diseñó Abdón Sahade, un paisano genial, una suerte de Leonardo da Vinci en el siglo pasado”, evocó Hamurabi. Solo escuché. “Siempre lamenté que aquí no hubiera un restaurante giratorio como en el hotel Cham Palace de Damasco –una de las ciudades de ‘Las mil y una noches’–, donde me alojé cuando joven.

Desde allí, cada noche miraba cómo las estrellas bajaban del cielo para tapizar lo que llaman el ‘barrio de los migrantes o de los peregrinos’, que en la ida o en la vuelta de la peregrinación a la Meca se afincan allí. Muy cerca, en la falda del Monte Qasioun, está la tumba del murciano Muhiddin Ibn Arabi, poeta, filósofo y padre del sufismo, uno de los mayores exégetas del Corán”, agregó con emoción mientras lentamente las cuentas de su misbaha corrían entre sus dedos. “Tenía 31 años cuando peregriné a la Meca”, precisó. Le pedí que me hablara de Abdón. Así supe que aquel creador y emprendedor, “con desechos del (acorazado de bolsillo alemán de la Kriegsmarine dinamitado en el Río de la Plata por su comandante Hans Langsdorff, el 17 de diciembre de 1939, Admiral) Graf von Spee construyó, aquí, en Córdoba, la primera casa giratoria en el mundo”. Sahade migró del pueblo de Aara, antiguo hábitat de los karíes, en Siria, a Córdoba, donde llegó en 1904.

Comerciante textil, con los años consolidó una buena posición económica. Agradecido con esa comunidad de acogida, aseguran sus descendientes, alguna vez sostuvo: “Debo todo lo que tengo a esta ciudad, necesito hacer algo por ella en agradecimiento, algo grandioso que la haga conocida por el mundo entero”. Con ese propósito presentó numerosos proyectos que las autoridades cordobesas consideraron “erróneamente, muy disparatados”. Siguió adelante. Con fondos propios, en 1947, en la esquina de Paraná y San Lorenzo, comenzó a construir la casa giratoria, “única en el mundo”. El 10 de julio de 1951 la inauguró. “Sus nietos, Abdón y Tufic Sahade, aseguran que ese mismo día, por la emoción, el veterano Sahade sufrió una cardiopatía que lo postró hasta 1954, cuando falleció”.

El silencio regresó a la mesa que ocupábamos. No sabía con cuál de los cientos de interrogantes que emergieron durante el relato interrumpir esa especie de silencioso homenaje. “Por esas razones regreso siempre al Windsor”, explicó Hamurabi. “Porque es doblemente evocador de los relatos de Faysal, mi padre, en mi niñez sobre el legendario inventor Abdón Sahade y de sus aventuras propias juveniles en Damasco, habibi”, añadió. La primera vuelta de café a la usanza del Oriente Cercano abrió paso a una nueva evocación. Una foto sepia de su papá en el puerto de Buenos Aires junto a su cupé majestuoso operó como prólogo.

SUFRIR A LA DISTANCIA

“Mi viejo sufrió mucho la falta de contacto con sus padres por la imposibilidad de volver a Siria por la Segunda Guerra Mundial que se desató veinte meses después que llegara a la Argentina cuando tenía 17 años. Cada día, cuando cerraba el bazar, iba a la costanera y lloraba con sus ojos fijos en el horizonte. Mi abuelo murió y mi viejo no pudo ir. Sufría. Algunas veces iba con su perro ovejero alemán. En el mundo árabe los canes son de los pastores nómadas, en tanto que los gatos son de citadinos o agricultores. Faysal sufría. Lo enorgullecía relatarme los inventos de don Abdón. No lo comprendí por muchos años. Recién cuando escribimos con otros dos amigos nuestro libro ‘Tinieblas del Crisol de Razas’, allá por los años 90, en el siglo pasado entendí. Mi padre, además del aislamiento del migrante, cargaba cotidianamente con el estigma de ‘beduino bárbaro’ en los círculos letrados o de ‘turco bruto’ para los mundanos. Abdón era la demostración de que su origen no era sinónimo de barbarie. Mi capítulo en tinieblas explica de dónde heredamos los argentinos esas pamplinas absurdas, esos prejuicios xenófobos y discriminadores que tan caro pagamos social y culturalmente porque dificultan, traban, la coconstrucción de un amplio nosotros hasta hoy”. Con la segunda vuelta de café regresó el silencio. Tal vez, este aislamiento global que nos exige la pandemia sacude algunos recuerdos más que otros y permite reflexionar sobre estas tragedias permanentes de los migrantes, de los desplazados, de los exiliados, de los que se desarraigan, de los cuarentenados, de los grupos de riesgo que, desde la más absurda, ignorante, injustificada e impiadosa sospecha de millones los significan negativamente y se niegan a la riqueza de la diversidad.

Abdón Sahade, creador, emprendedor y agradecido a Córdoba, quien construyó la primera casa giratoria en el mundo.
La casa giratoria, hoy.
Faysal Noufouri, aquel migrante que sufría en silencio.
La casa giratoria en 1951, cuando se inauguró en Córdoba.
Doctor Hamurabi Noufouri.



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