Compartimos un fragmento de un trabajo de investigación en curso sobre la epidemia de viruela en el Paraguay.
- Por David Velázquez Seiferheld
- Historiador.
- Ilustraciones:
- Archivo-Internet.
“Nosotros no conocemos, y Dios quiera que no conozcamos jamás, los funestos efectos de la guerra civil, pero hemos visto los estragos que la viruela ha hecho en nuestras poblaciones en 1844”.
El Semanario de Avisos y Conocimientos Útiles. 17 de marzo de 1866.
Marzo de 1866: Transcurría la Guerra contra la Triple Alianza ya en territorio paraguayo, cuando desde el Semanario de Avisos y Conocimientos Útiles, periódico paraguayo, se denunciaba que el ejército aliado envió a tres individuos infectados de viruela a propagar el mal entre la población. “Nosotros no conocemos, –señalaba el periódico– y Dios quiera que no conozcamos jamás, los funestos efectos de la guerra civil, pero hemos visto los estragos que la viruela ha hecho en nuestras poblaciones en 1844”, en su número 621. La afirmación del periódico reflejaba la angustia que producía la memoria de la gran epidemia de viruela de 1843, 1844 y 1845, que causó un número de víctimas mortales difícil de precisar, pero muy alto, en el Paraguay.
Los datos que compartimos en esta ocasión, y que son un avance de una investigación en curso, provienen tanto de investigaciones previas sobre esta epidemia, como la de Barbara Potthast, así como de documentos del Archivo Nacional de Asunción, tanto de la colección Bareiro como de las secciones de historia. Aún queda documentación por revisar y, por lo tanto, quizás varias preguntas sin responder. Fue, sin dudas, la epidemia más mortífera de las que se tiene registro en el Paraguay republicano. Las víctimas exceden largamente, en números y relativos, a las de la epidemia de gripe aviar (la mal llamada “gripe española”) de inicios del siglo XX.
TODO COMENZÓ…
¿Cuándo comenzó la epidemia de viruela? Sin que hasta ahora sepamos exactamente cómo y cuándo apareció el primer brote, puede pensarse que ocurrió en los puertos del Sur. Si bien tanto la Villa Encarnación (la ex reducción jesuítica de Itapúa) y Villa del Pilar ya no eran los únicos puertos de desembarco de mercaderías en el país como lo habían sido durante la dictadura de Francia, seguían siendo los primeros puertos en los que se registraban las embarcaciones que ingresaban al Paraguay. A fines de octubre de 1843, el comandante de Villa del Pilar, Francisco Pereira, comunicaba a los cónsules que “hasta el momento presente no se ha descubierto que en esta villa se hubiese introducido la viruela”. En las memorias del jesuita Bernardo Parés se lee: “Hacia el mes de noviembre (de 1843, nota del autor) acometió al Paraguay, pero muy especialmente a su capital, una horrible epidemia de viruela”. En cualquier caso, los brotes se convirtieron en epidemia. ¿Cómo reaccionó el Gobierno en aquella coyuntura? ¿Estaba preparado el país?
ENFERMEDAD Y MUERTE EN PARAGUAY
Si nos atenemos a relatos históricos del período colonial, existen informes que mencionan las enfermedades más extendidas a fines del siglo XVIII: el tétanos infantil o “mal de los siete días”, la viruela, la escarlatina, el paludismo, la sífilis, la disentería. Robert Jackson señala que la viruela fue “probablemente el más grande asesino de los pueblos nativos de las Américas”, durante los siglos XVII y XVIII.
Existen testimonios sobre epidemias de viruela en el Paraguay colonial. Según el jesuita Del Techo, la peste de viruela de 1558-1560 “hacía horribles estragos en Asunción, y tanto, que morían al día más de cientos”. Entre 1729 y 1735 hubo nuevos brotes, imparables y trágicos. Según Guevara: “Los PP Ortega y Filds administraron el sacramento de la penitenciaría a diez mil moribundos (…) y enterraron ellos mismos otro número igual de cadáveres. Cuatro mil paganos recibieron el bautismo, casi todos los cuales pasaron muy pronto a mejor vida” (…). “La mortalidad fue horrorosa en Villarrica… La peste tomó a niños y ancianos, mujeres y varones. Murieron más de dos mil indios”. Estos testimonios han sido rescatados por Boccia Romañach y Boccia Paz en su obra “Historia de la medicina en el Paraguay”.
Juan Francisco Aguirre, uno de los demarcadores de la comisión de límites entre España y Portugal en América, que vivió en el Paraguay entre 1784 y 1796, en su diario anotó con respecto al pueblo de Itá: “Antiguamente era mayor el pueblo, y se dice que tuvo 5.000 almas en los tiempos del obispo Cárdenas. Las viruelas le acabaron”.
En ausencia de las inoculaciones y vacunas, se adoptaban medidas como la cuarentena de los enfermos, señala el citado Jackson, o la prohibición de descenso de la tripulación de barcos provenientes de las provincias del Sur (ANA – SH – 118n8). En los casos más extremos, tal como ocurrió en la epidemia de viruela en Chile en 1720, no quedaba sino “la resignación y las rogativas” (Penna, 1917, pág. 15).
La distancia del Paraguay (en aquel momento perteneciente al Virreinato del Perú) respecto de la Lima virreinal dificultaba la atención adecuada de las enfermedades. Una institución imperial española, el Protomedicato, fue replicada en América. El Protomedicato era una instancia de regulación del ejercicio de profesiones relacionadas con la salud. Además, cumplía funciones de vigilancia y supervisión; pero en la práctica, hasta que fue creado el Virreinato del Río de la Plata, Asunción no fue visitada por protomédicos ni por enviados de Lima. Era, como en otros tantos campos de la actividad colonial, el Cabildo el que se intentaba hacer cargo de facto de implementar las regulaciones de salud e higiene con muy limitados medios. La medicina, en la práctica, estaba mayoritariamente a cargo de curanderos empíricos.
Luego de la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, se creó inmediatamente el Protomedicato en Buenos Aires a cargo de Miguel O’Gorman, irlandés. Este se encargó de organizar un sistema de higiene y salud pública para todo el virreinato, regulando el ejercicio de la medicina, cirugía, farmacia, flebotomía. Además del protomedicato, dependió una Escuela de Medicina. Para la tarea de vigilancia tenía a oficiales en todo el territorio virreinal. Tras la expulsión de los jesuitas, en la provincia del Paraguay los gobernadores comenzaron a tratar de rellenar el vacío de su ausencia en lo que a salud se refiere con la creación de algunos hospitales, que llevaban algún alivio a las poblaciones.
INOCULACIÓN Y VACUNA EN EL RÍO DE LA PLATA
Observaciones sobre la inoculación de pústulas de viruela benigna en personas sanas, que se realizaba en Turquía, indujeron a la adopción del método primero en Gran Bretaña, en 1717, y luego en sus colonias. En 1721 se utilizó por primera vez en América este método, llamado variolización, en Boston. El riesgo del procedimiento era que, si se sobreestimaba la salud de aquel de quien se extraía la pústula para inocularse en otra persona, podía desatarse una epidemia descontrolada. Los riesgos eran mayúsculos y el rechazo popular también: turbas descontroladas amenazaron y apedrearon las casas de quienes practicaban la variolización tanto en Gran Bretaña como en sus colonias americanas. De cualquier manera, la técnica se perfeccionó y así llegó a América. Si bien fue traída a Buenos Aires en 1777 por Miguel O’Gorman (designado protomédico del entonces recientemente creado Virreinato del Río de la Plata), se utilizó por primera vez en 1784. En el Archivo Nacional de Asunción se encuentran las observaciones que en 1797 el Dr. Jorge Buchan dejó asentadas para la inoculación de las viruelas en los pueblos de indios ante un brote de la enfermedad.
La viruela era una enfermedad temible en todo el mundo. Se estima que antes de la técnica desarrollada por Jenner, y durante el tiempo que transcurrió hasta que esta fuera aceptada, aproximadamente una doceava parte de la población mundial fallecía anualmente por causa de la enfermedad. Si no era la muerte, era la desfiguración física que la enfermedad producía la que generaba espanto, o sus efectos sobre la fertilidad. El historiador, político y diplomático inglés Lord Macaulay denominó a la viruela como “el más terrible de los ministros de la muerte”.
LA VACUNA Y SU APLICACIÓN EN EL RÍO DE LA PLATA
En 1798, Edward Jenner publicó su trabajo “Variolae vaccinae”, con sus hallazgos en el medio rural, donde desde 1778 constataba reiteradamente que los granjeros que ordeñaban vacas con pústulas de viruela en las ubres se contagiaban sus manos y no contraían la viruela. Luego, Jenner inoculó en un niño de 8 años el material de las ubres vacunas llamado cowpox (este es una variación benigna del virus de la viruela). Unos días después le efectuó pinchazos con material de enfermo de viruela y el chico no desarrolló la temible enfermedad. El nombre de vacuna queda asociado así a la obra de Jenner.
Mientras la vacuna llegó a diversas regiones americanas a través de la llamada “Expedición de los niños”, o “Expedición filantrópica” –organizada por el monarca Carlos IV–, que partió de Madrid en 1803, dificultades impidieron que tubos con la vacuna llegaran al Río de la Plata. En julio de 1805 y a través de un barco esclavista, el Rosa del Río, llegó al Río de la Plata la vacuna inoculada en 4 esclavos a través de Montevideo. El virrey Sobremonte ordenó su distribución a Chile, Bolivia y Perú.
Quien introdujo en el Paraguay el método de Jenner de combate a la viruela fue el protomédico Antonio de la Cruz Fernández, quien ejercía la medicina en Asunción desde 1759. En 1802 fue nombrado representante del Protomedicato de Buenos Aires (del Virreinato del Río de la Plata) en la provincia del Paraguay. Hacia 1806 se produjo la primera y última vacunación masiva del período colonial en el Paraguay. Ya no habría vacunaciones posteriores.
TRAS LA INDEPENDENCIA
El aislamiento del Paraguay durante la dictadura de Francia parece haber impedido nuevas epidemias, aunque según Rengger, en 1825 se produjo un brote de viruela mortífero entre los payaguá ante el cual no había vacunas en existencia. El suizo atribuyó la falta de vacunas a la negligencia de los médicos paraguayos.
Con respecto al aislamiento, es importante señalar que, históricamente, otro tipo de aislamiento, la mediterraneidad, dificultaba el acceso a la provincia del conocimiento sobre la medicina, de los insumos y de los medicamentos. El Paraguay estaba rodeado de selva impenetrable y la navegación dependía de las condiciones del clima y de los ritmos de crecida y descenso de los ríos. En condiciones favorables, la carrera entre Asunción y Buenos Aires a través del Paraguay-Paraná-Río de la Plata podía demorar unas 3 semanas; sin embargo, con obstáculos como el mal tiempo, la ausencia de vientos, las lluvias y tormentas, el descenso de las aguas y el encallamiento de los barcos, podía durar meses. Todo ello encarecía toda transacción económica, o intercambio de cualquier tipo.
Abundaban los curanderos y empíricos. Vanos eran los intentos por controlar o detener su actividad, aún cuando fue una preocupación tanto durante el consulado de Yegros y Francia como en la dictadura de este último. De todos modos, algunos de ellos, como Juan Vicente Estigarribia, habían adquirido renombre como médicos. Este médico, de origen guaireño, se convirtió en cirujano del ejército y médico personal del dictador. Apuntes y notas suyos y de sus continuadores, que hoy se encuentran en la Fundación Huellas de la Cultura Paraguaya, son una muestra de cómo se trataban las enfermedades en aquellos años. A su vez, Estigarribia utilizó la obra del jesuita Pedro Montenegro, “Materia médica misionera”, que circulaba en copias manuscritas en el Paraguay. Las principales infraestructuras de salud estaban en los cuarteles, a los que se presentaba especial atención dado que el ejército estaba permanentemente a la expectativa de una movilización ante el peligro que representaban las ambiciones del dictador Rosas y la propia inestabilidad de la Plata.
CONFLICTO CON EL EMISARIO INGLÉS GORDON: UNA VACUNA CONTRA LA VIRUELA
Tras la muerte del dictador perpetuo y luego de dos años de inestabilidad política, el consulado integrado por Mariano Roque Alonso y Carlos Antonio López logró imponer orden en la convulsionada república. Se produjo la apertura de las fronteras: el camino de reingreso de la viruela al Paraguay.
Entretanto, se produjo un incidente con un diplomático inglés, George J. R. Gordon. Este, que era sobrino del influyente Lord Aberdeen, realizó en 1842 vacunaciones contra la viruela sin autorización del consulado, que resolvió entonces su expulsión del país. El enojo de Gordon se plasmó en un informe ante el Foreign Office, reproducido por E. N. Tate, en el que califica al Paraguay de país que era “nada, valía nada, y era capaz de nada en su situación actual y bajo su actual sistema de gobierno”.
Pero regresemos a los primeros informes de la epidemia, en 1843. El consulado estaba especialmente preocupado por la situación en los cuarteles de frontera: Pilar y la nueva Villa de la Encarnación, que estaba siendo edificada en el lugar de la antigua ex reducción jesuítica de Itapúa. Precisamente, son dos testimonios de época, obrantes en el Archivo Nacional, de los comandantes de ambas villas, Basilio Ojeda (de Encarnación) y Francisco Pereira (de Pilar), los que brindan información muy detallada sobre lo que hizo el consulado primero y la presidencia de López después del Congreso de 1844, en relación con la viruela.
ENFRENTANDO “LA PESTE”
Carente el Paraguay de vacunas, los métodos fueron los que tradicionalmente se empleaban durante la colonia. Se recurrió al aislamiento de los enfermos más graves, a impedir que las naves que transportaran personas enfermas o provenientes de lugares donde se hacía presente la enfermedad descendieran a las ciudades. El comandante Pereira recibió, en junio de 1844, a la misión diplomática que, a cargo de Manuel Pedro de Peña, retornaba al Paraguay desde Buenos Aires. Al pasar por Pilar, camino a la capital, la expedición no descendió del barco para evitar poner en peligro la salud de Francisco Solano López, quien había partido como integrante de la misión cuando en el país gobernaba el consulado, en setiembre de 1843, y regresaba como hijo del presidente electo.
Se suspendieron las concentraciones masivas como el carnaval, en Asunción, en febrero de 1844, y también las procesiones y los velorios de quienes habían fallecido de viruela. Se construyeron nuevos cementerios y se reformaron los antiguos para reducir al mínimo posible el contacto con los cadáveres de las víctimas de la viruela. En los libros parroquiales se lee, en las constancias de defunciones, que las víctimas de la viruela podían incluso no haber recibido siquiera la extremaunción debido al estado en que se encontraban al momento de fallecer, y el temor que ello generaba en los propios sacerdotes. En algunos casos, la población se refugiaba en los montes. En otros, sencillamente guardaba reposo en el hogar, exponiendo al núcleo familiar a la enfermedad. La llegada del médico Luis Cálcena Echeverría contribuyó a la lucha contra la peste.
A inicios de 1844 se dispuso el procedimiento de variolización o inoculación para las tropas de la Villa Encarnación. Se buscaba a aquellos soldados a quienes la viruela no hubiera atacado con excesiva virulencia y se les extraía la pústula que luego se pasaba a soldados sanos. Permanecían en reposo y luego se curaban. Así fueron inoculadas las tropas de la Villa como las de la Trinchera San José y luego las del Campamento de la Independencia. El procedimiento no se aplicaba a quienes ya habían tenido la enfermedad ni se podía tomar la pústula de quienes estaban muy enfermos. Para fines de 1844, casi un año después, el comandante de Encarnación declaraba que ya no había enfermos entre las tropas, lo cual debió tranquilizar al gobernante, dado que la zona, tal como durante la época de Francia, era el bastión defensivo en caso de una invasión o desde Corrientes, o desde el Uruguay. La salud de este campamento estuvo a cargo del “curandero” Joaquín Estigarribia, quien fue enviado por orden del propio presidente López desde Villarrica. En Pilar, las bajas no fueron solamente militares. Como fue una de las ciudades que contaron con dotación policial, también en este se registraron muertes.
UNA TRAGEDIA DEMOGRÁFICA
¿Qué pasaba en el resto de la población? Las cifras hasta ahora recogidas en informes enviados por los sacerdotes, comandantes y delegados, son importantes. Los porcentajes, recogidos por Cooney y Potthast, y otros recientemente conocidos, dan cuenta del tamaño de la tragedia en algunas poblaciones: en San Cosme resultó víctima el 26% de la población total. En Caazapá, tras el fallecimiento de 656 personas por la viruela, el censo registró una población de 5.991 habitantes. Se puede estimar entonces en casi 11% el porcentaje de pérdida poblacional. En Villarrica, la población censada en 1846 era de 3.345 habitantes: la viruela, entre 1844 y 1845, había causado la muerte de 1.983 personas.
Bibliografía
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Giménez León, P. A., & Ramírez de Rojas, M. E. (2019). Historia de la Planificación de la Salud Pública en el Paraguay 1956 - 2018. Asunción.
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Potthast, B. (2009). Demografía y muerte en el Paraguay durante el siglo XIX. Revista Paraguaya de Sociología (134), 175-198.
Tate, E.N. (2003). Gran Bretaña y Latinoamérica en el siglo XIX: el caso de Paraguay 1811-1870. Contribuciones desde Coatepec (5), 67-98.
Repertorio Nacional. (1844).
Documentos del Archivo Nacional de Asunción
ANA – SH – 427 n1 – fs. 12-15. Correspondencias de Buenos Aires.
ANA – SH – 266 N2-8. Clausura del Cementerio de Párvulos de La Encarnación.
ANA – SH – 384n1. Correspondencia de San Isidro. Informe del jefe político al presidente de la República, en el que le comunica que los cultivos se frenaron debido a la viruela. A fs 4 se comunica el regreso del cacique Pedro Canindé.
ANA – SH – 179n4 – 35-38. Con las instrucciones para el ejercicio de la medicina y la cirugía provenientes del Protomedicato.
ANA – SH – 241n6 – 64-67. Decreto del dictador Francia que dispone el pago a Vicente Estigarribia, cirujano de los cuarteles, y a su ayudante Enrique Carvallo, “sangrador”.
ANA – SH 379n1. Correspondencia del pueblo de Itapúa y Encarnación.
ANA – SH 395 n1. Correspondencia de la Villa de Pilar.
ANA– SH– 442n10– 149. SolicituddeD. LuisCálcenaEcheverríaparaejercereloficioyprofesióndemédicoen 1845.
Documento de la Fundación Huellas de la Cultura Paraguaya: Compilación de recetas y tratamientos del médico Juan Vicente Estigarribia.
Hemerografía
El Semanario de Avisos y Conocimientos Útiles. Nº 621. 17 de marzo de 1866, p. 6.
A CONTINUACIÓN, PRESENTAMOS EN UN CUADRO UN RECUENTO PARCIAL DE VÍCTIMAS SEGÚN LOS INFORMES OBRANTES EN LA SECCIÓN HISTORIA DEL ARCHIVO NACIONAL
1. Partido de Rosario: 238 muertos
2. Villa El Salvador: 145 muertos
3. Curuguaty: 213 muertos
4. San Joaquín: 439 muertos
5. Terecañy: 67 muertos
6. Villa del Rosario: 183 muertos
7. San Pedro: 321 fallecidos
8. Tacuatí: 22 fallecidos
9. Lima: 116 fallecidos
10. San Francisco de Asís: 37 fallecidos
11. Piribebuy: 355 fallecidos
12. Capiatá: 843 fallecidos
13. Caazapá: 217 fallecidos
14. Yuty: 277 fallecidos
15. San Joaquín: 439 fallecidos
16. San Estanislao: 148 fallecidos
17. Itacurubí (Rosario): 136 fallecidos
18. San José de los Arroyos: 296 fallecidos
19. Altos: 165 fallecidos (solo contando los “blancos”)
20. Atyrá: 41 fallecidos (solo contando los “blancos”)
21. Emboscada: 357 fallecidos
22. Pardos (3 pueblos): 53 fallecidos
23. Tobatí: 387 fallecidos
24. Concepción: 696 fallecidos
25. Villa Franca: 90 fallecidos
26. Ybytymí: 147 fallecidos
27. Aparipy: 61 fallecidos
28. Luque: 355 fallecidos
29. Barrero: 163 fallecidos
30. Villarrica: 268 fallecidos
31. San Cosme: 87 fallecidos
32. San Ignacio: 413 fallecidos
33. Santa Rosa: 99 fallecidos
34. Santiago: 163 fallecidos
35. Itá: 409 fallecidos
36. Yaguarón: 411 fallecidos
Es decir: nada más y nada menos que 9.286 muertos entre la aparición de los primeros brotes de la epidemia, a fines de 1843 y fines de 1845, casi dos años, cuando ya no se reportaron casos, en poco más de la mitad del total de partidos existentes en aquel momento en la República.
Aunque en años posteriores hubo nuevos brotes, el Estado estuvo mejor preparado. El daño ya no volvería a ser similar: este, el de 1844, quedaría en la memoria de todas las generaciones hasta la Guerra contra la Triple Alianza.