- Por Ricardo Rivas, periodista Twitter: @RtrivasRivas
Conversar con mis colegas periodistas chinos, en no pocas ocasiones, es como pasar horas en una biblioteca, en un centro de estudios. Con ellos, se aprende. Entre 2002 y 2016, fui corresponsal en Argentina de la Agencia de Noticias Xinhua. Mi querido Paraguay, por algunos años, también fue parte de mis responsabilidades informativas. El Maestro Shen An, Sergio Feng, Víctor Luo y Gaviota Ou, cada uno en su estilo, con enorme solidaridad y afecto me enseñaron China, a comer con palitos, a disfrutar de sus seis escuelas gastronómicas, a conocer sus bebidas espirituosas y a descubrir que, entre ellas, el Moitú –alcohol puro destilado del sorgo, considerada nacional, una especie de símbolo y, a la vez, categorizada por el International Wine & Spirits Group como “la más poderosa del Planeta”- es la que más me agrada.
Fue Sergio Feng, una tarde en la que compartíamos un té rojo, en el barrio de Palermo, Buenos Aires, el que mencionó, por primera vez en mi presencia, el nombre de Ho Fengshan, “el chino que salvó a miles de judíos durante la Guerra Mundial II”. Me sorprendió y quise saber más. Sin embargo, solo agregó, en aquella oportunidad, que “en Shanghai, refugió a familias judías que en Austria y en otros países europeos, escapaban de los nazis”. Con la ayuda de Víctor y Gaviota, supe que de unos 25 mil judíos que se refugiaron antes de 1940 en aquella ciudad marítima y portuaria, “más de 2 mil llegaron hasta allí porque los ayudó el señor Ho que fue cónsul de China en Viena entre 1938 y hasta poco más de la mitad de 1940”. Sólo tenía 37 años cuando aceptó entregar una visa a un ciudadano judío austríaco y a 20 de sus familiares que, inmediatamente, viajaron hacia Shanghai. “En pocas semanas, las visas superaron las 1.500”, agregaron los amigos. Los escuchaba y tomaba nota de cada uno de los datos que me regalaban. El embajador de China en Berlín, jefe del solidario joven cónsul en Viena, fue observado por Ulrich Friedrich Wilhelm Joachim von Ribbentrop, ministro de Relaciones Exteriores del genocida Adolf Hitler. Le exigió que dejara de dar visas a la comunidad judía. Ho Fengshan no lo escuchó. Los alemanes resolvieron la situación drásticamente. En el primero de los trimestres de 1939, clausuraron el consulado chino en la ciudad en la que los Strauss pusieron música de vals a la rebeldía. El rugir de los cañones, la sinrazón de la muerte pretendía opacar y hasta acallar, ahogadas por el llanto, las afinadas voces de los Niños Cantores de aquella ciudad increíble, soñada, que conocí y transité en el otoño europeo de 1991. Nada detuvo al joven cónsul. Con recursos propios alquiló un apartamento que fue su nuevo centro de ayuda solidaria a quienes quisieran refugiarse para salvar sus vidas. “¿Por qué a Shanghai?”, pregunté.
Los amigos comentaron que allí, desde algunos años antes se constituyó el gueto de Hongkuo. La persecución nazi a los judíos hizo que unas 20 mil personas se refugiaran en el lugar durante la guerra. “Llegaban desde Alemania, Rusia, Polonia, además de Austria. Desde todo país europeo ocupado por el ejército del Tercer Reich. Shanghai era el destino soñado y posible para alejarse de los campos de concentración y exterminio. Salvación era llegar hasta el gueto de Hongkuo.
Desde 1941 el Ejército Imperial Japonés –aliado de Alemania- mantenía ocupada la ciudad de Shanghai en el contexto de la guerra sino-nipona. Berlín presionaba como nunca antes a los japoneses para que exterminaran a judías y judíos guetificados. Los invasores –los violadores de Nanjing- resistían aquellas presiones. El Fürher ordenó al coronel de las SS, Joseph Meissinger que viajara hasta aquella ciudad para capacitar a los japoneses en las prácticas genocidas. Al parecer, no sólo llevó manuales explicativos sino que hasta aportó varias latas de Zyklón B, el gas con el que exterminaban en Auschwitz/Birkenau para facilitarles la misión. El entorchado exterminador regresó a Berlín con un estruendoso fracaso bajo el brazo. Sin embargo, los militares imperiales impusieron fuertes restricciones para compensar las exigencias criminales de sus aliados. El “Gueto de Shanghai”, como los invasores de China lo llamaban, pasó a ser el “Sector Restringido para Refugiados Apátridas en el Distrito de Hongkou”. Las familias judías allí hacinadas tenían prohibido salir ni recibir dinero desde el exterior. Las condiciones de vida se endurecieron. Nada volvió a ser lo mismo pero estaban con vida. La “Reina de Oriente”, como también se conocía en el mundo a aquella ciudad, trocó en cárcel para miles de refugiados.
No era novedad la comunidad judía en China. Desde la Edad Media la antigua ruta de la seda los llevó hasta allí. Se asentaron en Kaifeng –unos 890 Km al Norte de Shanghai- una de las “siete antiguas capitales” del Imperio del Centro en la que, desde 1.163 había una sinagoga. Las relaciones sino-judías eran estrechas y productivas desde la dinastía Song. Kaifeng era una de las mayores metrópolis del mundo, con poco más de un millón de habitantes. “La guerra cambió todo”, apuntó Víctor quien destacó que, sin embargo y “como recuerdo de aquellos años, una calle de Kaifeng se llama Nan-xuejing hutong que, en chino, más o menos quiere decir ‘la calle del sur de los que estudian las escrituras’”.
Definitivamente, el cónsul Ho Fengshan, era un hombre muy especial. Nunca comentó con su esposa, sus hijos, sus amistades, qué hizo para salvar judíos durante la Guerra Mundial II. Alguna vez, en la Universidad de Nanjing, el profesor Xu Xin, especializado en estudios judíos, comentó que “se cree que salvó a más de 5 mil vidas”. Aquel héroe civil silencioso, urgido por los que siempre preguntan, en sus memorias, escritas en chino, justificó sus acciones con pocas palabras: “Al ver que los judíos estaban tan condenados, lo natural fue sentir una compasión profunda y, desde un punto de vista humanitario, sentir el impulso de ayudarles”. Su carrera diplomática finalizó en México y Colombia. En 1973, marchó de China para residir en California, Estados Unidos. El 28 de septiembre de 1997 falleció. Tenía 96 años. Muy poca gente sabía de él. Aún hoy, su nombre es patrimonio del conocimiento de una minoría. El Estado de Israel, en 2000, le otorgó el título póstumo de “Recto entre las Naciones”. Una placa conmemorativa de su hazaña solidaria fue colocada en el Hotel Ritz Carlton de Viena donde estaba el Consulado de China en Austria.