- Por Bea Bosio
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El domingo pasado compartía en este espacio momentos retratados a lo largo de los años que me habían evocado al amor en sus distintas aristas. No siempre correspondido. Alguna vez despechado en el vértigo del tráfico, otra vez humoroso en la puerta de un baño. En alguna ocasión fantasioso, frente a un portón en San Pablo… y en otra, radiante, con el fulgor del deseo de transitar esta vida acompañados. Con estas imágenes culmino el muestrario.
1- De lejos me llamó la atención que anduviera blandiendo su soledad por las calles de San Pablo. De cerca me conmovió que a su lado alguna vez hubiera estado alguien. Imaginé el épico momento del aguarrás, el thinner, cualquier solvente con que arrancó ese amor fallido. Luego el instante de duda, de hacer o no lo mismo con su imagen y la resolución final de dejarse ahí –en esa mezcla entre dignidad y orgullo– y seguir en ruta, sin que se acabe el mundo.
2- 54 pulsaciones por segundo (las que sintió ella frente a aquella puerta que una vez abierta acabaría con ese juego cibernético cobarde y convertiría la experiencia en un 3D real y palpable). Entonces sabría en cuál género se contaría aquella historia de la que solo había visto el avance. Esa promesa de romance, ahora narrada en suspenso, aguardando el desenlace.
PUSO SU CELULAR EN SILENCIO
Con la vista borrosa (de la emoción o por los lentes) hizo la cuenta regresiva aprovechando la numeración de la casa: 5, 4, 3, 2, 1… Y tocó el timbre.
(Del Amor en Tiempos de Pantallas y Redes Sociales).
3- Cubículo de un baño femenino. Mil corazones en las paredes del minúsculo espacio, jurando amor eterno entre fulana y mengano, con esa moda particular de escribir “Te kiero” y otros horrores ortográficos. (En la puerta del cubículo, este par de mensajes de dos cínicas maravillosas, que se tomaron el tiempo de cortar el romanticismo, cuestionando la costumbre femenina de garabatear sentimientos en los sanitarios y abogando por la buena ortografía de paso…).
4-Un lunes. Lejos de la efervescencia de un viernes dorado o de un sábado embriagado de luz y fiesta. Un lunes. Porque el amor proyectado tenía más de rutina que de pirotecnia, más de sudor y carrera que soporíficas siestas, y más de constancia y paciencia que de domingos azulados en su heroica gesta… Un lunes –porque nada tenía de raro que no fuera feriado– para enfrentar enamorados semejante proeza.