- Por Bea Bosio, beabosio@aol.com
“En el mar estaba escrita una ciudad…” Carlos Drummond de Andrade.
Ahí en el último rincón en Copacabana, en la última esquina al abrigo de la piedra del Arpoador. Ahí, donde se anidan los vientos y se mecen las olas, donde el encanto de Río de Janeiro se envuelve en redes y sudor, en ese “cantinho” tan lleno de magia, ahí me ubico yo. Llevo un buen tiempo caminando por la calzada de la Avenida Atlántica esta mañana. Saludo en el trayecto al gran poeta Drummond de Andrade que mira la ciudad en una estatua dándole la espalda al mar. Alguien se lamenta que no mire hacia el océano. (Otro especula que está mirando hacia su Minas Gerais natal). Entre locales y turistas me he perdido en el mosaico de las ondas de la vereda tropical, que parece acompañar la curvatura de los morros y de las aguas de esta sinuosa y sensual ciudad. Pero nada me enamora como el fin de la calzada, aquel límite de Copacabana antes de virar hacia Ipanema. Es ahí donde toda la poesía de pronto se hace pueblo, y aparece el último vestigio de tradición y belleza de esa lucha milenaria-cuerpo a cuerpo- entre hombre y mar:
Ahí a la sombra de unos almendros, se encuentra la Colonia de Pescadores Artesanales que todavía resiste a los embates de la modernidad. Manos rudas y pieles curtidas, de esas que se protegen con mangas y sombreros del asedio del sol. Más temprano, han estado batallando la inmensidad marina por el sustento diario. Cayeron en la contienda robalos, corvinas, merluzas y anchoas, y fueron llevados hasta la costa, como una ofrenda del mar. Y luego el trajín de la venta que se repite en el día a día y todo otro grupo de gente que activa: Quienes limpian, quienes venden. Quienes acondicionan las redes.
El día empieza temprano en esta comunidad. Ni siquiera amanece cuando bajan del morro y llegan a la playa a preparar sus cosas. Redes, espineles y boyas forman parte del cotidiano que se va mezclando con pequeñas charlas de anécdotas, amores y desamores, o algún partido, como el que tiñó en los últimos días con los colores rojo y negro la ciudad. La técnica que utilizan para salir es asombrosa: Empujan la canoa hasta un poco antes de donde rompen las olas y en un movimiento ágil alguno de ellos salta para encender el motor. Y ahí ya listos para la lucha, se hacen a la mar. El trabajo consiste en buscar la red que han dejado el día anterior. Cuando apagan el motor empieza la destreza equilibrista para mantenerse de pie con el bamboleo de las aguas y lograr a meter en la canoa la inmensa red con los peces que han caído en ella. El trabajo es duro y requiere altas dosis de experticia y temeridad. Pero más allá de los peligros del mar hoy los amenaza en la subsistencia la reducción de cardúmenes y la alta pesca industrial. Aún así, llevan años, siglos, en ese lugar. Aunque oficialmente la Colonia de Pescadores fue fundada en 1923, desde el siglo XVII hay registros de presencia de pescadores en la zona, mucho antes de que Copacabana se llamara así. (fueron de hecho los pescadores quienes contribuyeron al nombre cuando construyeron una capilla en el extremo sur de la playa y colocaron en ella una imagen de Nossa Senhora de Copacabana- de origen Boliviano-traída por mercaderes de plata al Brasil. )
Hoy en día esa capilla ya no existe pero San Pedro -Patrón de los Pescadores- tiene un santuario rústico debajo de los almendros, aunque por la zona también puede verse alguna ofrenda a Iemanjá. En ese rincón de Río, además conviven un cuartel de servicio de salvamento, un club de cazadores submarinos, el edén de los jubilados y El Club de los Marimbás. Todo un universo que trasciende la presencia de bañistas, y turistas. Que los incluye, pero sólo como una parte del mosaico multidimensional de la ciudad.
Termino la caminata y regreso sobre mis pasos. La estatua de Drummond de Andrade, ahora se encuentra en solitario. Me siento a su lado y reparo en los anteojos del poeta, que han sido cambiados ya 11 veces por haber sido víctima de robos y vandalismos. De igual manera acordamos que la poesía todavía es posible a pesar de la violencia. Que el paraíso está ahí mismo, escondido entre los almendros, y que hay rima en cada hombre que mira valiente el horizonte y enfrenta temerario la inmensidad…. O como diría mi amigo poeta:
El mundo es grande y cabe en esta ventana sobre el mar....
Carlos Drummond de Andrade.