Sus pinturas espejan la vida nacional y en la contemplación llevan a reflexionar sobre la injusticia social, el color de fondo omnipresente. También grabador, escultor y muralista, Fidel Fernández, este chaqueño por adopción es dueño de una obra original por los significados, los detalles de sus cuadros que construyen el tiempo de la observación, la integración del espectador a la escena, algo que aprendió en el campo.

  • Por Jorge Zárate
  • jdzarate@gmail.com
  • Fotos Nadia Monges, pinturas, grabados y esculturas de Fidel Fernández.

“Vivimos en estancias del Chaco por 4 o 5 años, la escuela estaba en la casa de una persona en uno de los cascos y después hice una escuela plurigrado en otro lugar, después vivi­mos un tiempo en Carape­guá, también en estancia”, dice Fidel Fernández, este artista plástico autodidacta que viene atrayendo la aten­ción de coleccionistas de todo el mundo.

Nacido en San Juan de Ñeem­bucú, “sobre la antigua Ruta 4ª que quedó prácticamente aislada”, tiene una especial consideración con los “ani­malitos”, sonríe como niño ante el canto de los pájaros, el follaje crepitando al paso de un teju, allí en su bosque personal en Cerrito.

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Rescató cuatro loritos de un fabuloso verde claro cuyo nido se cayó en una tormenta. “Dos se fueron y estos dos se quedaron, los tuve que ali­mentar con jeringa, crecie­ron lindos pero el más chiqui­tito no puede volar”, cuenta mientras los miramos en la jaula que les construyó. Ase­gura que los libres vienen a visitar a sus “hermanitos” al menos una vez a la semana.

También dos tortugas de agua y cuatro perros que lo cuidan. “Son perros de la calle, ésta –dice señalando a la mayor– estaba embarazada y la tiraron, tuvo siete crías y ubicamos todas. A la otra la encontramos con caracha y ya ves lo linda que está”, dice y pasa la guampa de tereré.

EL CAMINO A LA PINTURA

–Cómo llegaste a la pin­tura?

–Más bien por mi forma de ser, era un chico muy introvertido y en la escuela comencé a dibujar, pintando sobre teja, después madera, autos y esa onda, motos. Después me dediqué más a la lec­tura, que al final me lleva a lo que es esa corriente hacia lo social, las personas, todo eso. Mucha literatura, sobre todo paraguaya, allí me enfo­qué en las pequeñas historias dentro de la historia misma. Tomaba una temática como la fundación de Asunción y dentro de eso yo hacía como una escena fabulosa más o menos de la historia, no una escena real, imaginaba y daba una lectura libre.

En ese primer abordaje sur­gen las escenas de la guerra del Chaco, la Triple Alianza, el trabajo de los mensú, el 47, la época de la dictadura de Stroessner “y después en la última parte hice lo más contemporáneo”. Mi pri­mera obra de esa serie fue la del semáforo, en el 2008. Luego Cateura, el campo, la tierra, y el tema del avance de la producción del agronego­cio. Esas fueron tres obras de la serie “Historia y antihisto­rias” que la titulé así basán­dome en Mario Halley Mora, “‘Cuentos y anticuentos’, así comencé”, refiere.

“Las cosas que se te quedan de chico las vas desarro­llando de grande”, expone después haciendo entender sus vueltas a la vida en el Chaco profundo.

Su bella casa con un corre­dor jere con mosquitero a la vuelta, como en las estancias.

Un lugar donde encontrar el fresco bajo la sombra de los árboles, el fresco correr de un arroyo a metros de donde conversa con La Nación.

“Esa calle hice todo con carretilla, en un año terminé, son como 15 tumbas de los doble eje los que descarga­mos. Hay unos cuantos puen­tecitos que también hice. En un año hicimos la casa entre dos, yo soy albañil…”, dice orgulloso.

TRABAJANDO “CON LAS HORMIGAS”

En el patio hay dos takuru. “Me gusta hacer una imagen de esto. Las hormigas tra­bajan después de la lluvia y agrandan su casa, ese más grande tiene entre 10 y 12 años”, comenta de la mate­ria con la que encara escul­turas sorprendentes.

Después revela el origen: “Se los dábamos a las gallinas, buscábamos en el campo y veníamos y rompíamos con mazo y le dábamos las larvas a los pollitos y crecían rapidí­simo”, cuenta.

“Hay que sacarlo cuando está bien seco, es como si fuera una piedra. Los quito con las hor­migas, pero están ahí, des­pués van abandonando, van dejando poco a poco… Aun­que alguna vez sería intere­sante hacerlo donde están. Una vez hice uno de un bebé y lo dejé unos días, después vino una lluvia y comenzaron a trabajar sobre él… reintervi­nieron la obra… el trabajo de ellas es una cosa de locos…”, se admira.

La serie de takuru de la dicta­dura es brutal, un Montanaro derruido, el busto de Stroess­ner montado sobre huesos. El primero ganó en el 2010 el premio del concurso del Cen­tro Cultural Paraguayo Ame­ricano (CCPA).

“Le pegué unas pilas con azúcar quemada, y se que­daron bien duras. Lo tomé de la crema de mi mamá que hacía la crema con el azúcar, con el caramelo, que era durí­simo… En el arte está todo ya explorado, así que dentro de eso hay que buscar esa origi­nalidad”, propone.


DE CUADROS Y FLETES

Fidel tiene un temple espe­cial, la plástica no fue un camino fácil, sin embargo, era el camino. Lo comenzó a saber a partir de su mues­tra consagratoria en el 2009 en El Cabildo. “A partir de ahí tuve más posibilidades de participar de concursos, lo que me ayudó muchísimo y así poco a poco fui presen­tando mis cosas”.

Entonces hay como un cres­cendo en el canto de los pája­ros, en la arboleda que filtra el sol, que llama a un pequeño silencio, ese que ayuda a bucear en la memoria.

“Trabajaba en albañilería y cada vez que llovía, que no se podía trabajar, aprovechaba para pintar”.

También había vivido con una señora que en ese momento tenía 85/90 años, hace poco falleció con 103 años, a la que cuidaba.

Ella me había contado cosas de la Guerra del Chaco como el tema de hervir la suela del calzado, situaciones que le iba contando su marido. “Modifi­qué un poco la idea pintando un soldado con cara de ham­bre asando su calzado, busqué un concepto para que se pueda comprender porque lo real era que hervían la suela”, explica.

Esa primera pintura tuvo un azaroso viaje a la exposición del 2005 del CCPA, también debut del arte de Fernández para el gran público. “No manejaba las dimensiones, así que hice un cuadro muy grande. Para llevarlo fue difí­cil, vino un amigo verdulero de la zona de San Lorenzo y le pedí que me lo lleve”.

Quedó descalificada por ser muy grande, entonces le pedí a los organizado­res que la dejen para que se vea, aunque sea fuera de concurso y se quedó ahí porque no tenía cómo traerla y el jurado me dio un reconocimiento. Me acuerdo que el gran escultor Herman Guggiari estaba de jurado… Eso me ayudó bastante, fue lo que más me marcó”, evoca.

UNA PUERTA AL MUNDO

Ese espaldarazo le abrió una puerta al mundo, comen­zando por España, a la que llegó en el marco de un pro­yecto de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) en una semana con otros 5 artistas latinoame­ricanos a visitar museos en Sevilla, Toledo.

“Lugares históricos como el Museo del Prado, las obras que pude apreciar allí me die­ron otra visión. Francisco Goya, las escenas de su época oscura, famosa la del perro; el Greco, impresionante, esas son las que más me gustaron, también Diego Velázquez”.

Fidel ganaría luego el Pre­mio Matisse 2012 y consoli­daría su obra, cuadros gran­des, verdaderas postales, reportes gráficos, grabados de época, un estilo que com­bina vertientes de la gráfica y una paleta fabulosa de colo­res paraguayos.

“Salir me ayudó a mirar más hacia adentro. Este lugar es lo que es mi lugar, me hace man­tener más fuerte el arraigo… Viajo y de todos los lugares, el lugar donde vivo es donde me corresponde”, afirma.

“Así fui conociendo gente, después vinieron artistas argentinos de la zona de Corrientes, Fernando Cal­zoni, que organizaba even­tos de esgrafiado, que en un tiempo se hizo bastante por Asunción, que es una técnica con cemento en capas que se van cortando. Con ellos viajé a San Cosme, Corrien­tes, al evento ‘Arte por tie­rra’, un proyecto para com­prar un terreno que querían para su taller en el pueblo. Era un encuentro de muralistas con gente de diferentes países que va haciendo un museo a cielo abierto en la ciudad. Me fui dos años consecutivos ”, recuerda.

“Allí conocí a gente, mura­listas de Chile, la Brigada Ramona Parra, y también a gente de Mendoza. También me fui a México y me invi­taron a ir a El Salvador pero ya no pude ir; después ya no quería viajar más, quería que­darme a trabajar aquí”, dice señalando su espacio.

“Nos fuimos a Nezahualco­yotl donde pinté murales, una ciudad donde los nego­cios están pintados a mano como si fuera la filigrana de los fileteados de los porte­ños, tienen un estilo pare­cido y hacen los carteles con esa onda, ¡se hace todavía a mano! Aquí cuando entró el ploteado, todos los negocios se hacen con eso y se des­plazó la cartelería a mano”, reflexiona.

Fidel nunca pintó un mural en el país, un contrasentido, pero bueno, se podría recordarles a los gestores públicos de la cul­tura que tiene uno gigante en Mendoza, Argentina.

“Sí, era un homenaje a los escritores latinoamericanos y a mí me tocó Ernesto Car­denal, que hice por un mono­block”.

–A propósito de los carte­les a mano, ¿hiciste car­telería?

–También hice, de todo, hasta pasacalles hice. “Se vende Chancho”, hice hace poco para una vecina que me pidió para la Navidad del año pasado. Ajapo, hasta ahora sigo haciendo.

UN CICLISTA OBSTINADO

Fidel tiene 35 años y reco­noce haber comenzado a los 22 años en la pintura. “Era complicado el tema familiar, a esa edad en serio me enfo­qué en esto. Era como una forma de decirme que estaba perdiendo el tiempo. Siempre le dije a mi mamá, siempre me toleraron”.

–Te apoyaron entonces…

–Tolerar, no apoyar… y era un gesto como decir bueno, le gusta a él, le gusta eso.

La pedaleó entonces, como siempre, este ciclista obs­tinado que tiene una colec­ción envidiable de bicicletas. Máquinas, su pasión.

“Hacía changas, esa era mi forma de obtener recursos, llegué a vender las plante­ras de mi mamá, quité todo el aluminio de las macetas y cambié por tarros de pin­tura y con eso compré para mis materiales. Hendy era antes…

Después comenzó a ven­der sus cuadros y las cosas comenzaron a cambiar.

“Le conocí a una persona. Fue en un evento cuando Evanhy era ministra de Turismo. Le invitaban a la gente de las comunidades, el tipo que es el intendente de Benjamín Aceval ahora me invitó, era gente cuando eso, llevé el cuadro y después para traer era problema, enton­ces le pedí a una persona para dejar ahí y después si en algún momento se vende le iba a dar un porcentaje. Dejé sin expectativa. Y allí se fue un alemán, que hace 35 años que está en el Para­guay, el señor Burkhard Wit­tkowski ve la obra. La de la Guerra del Chaco. Entonces le llama la atención y compra esa primera obra y me llama y me pregunta que hacía. A mí siempre me gustó lo fan­tástico, lo alegórico, todo eso.

Había sido que es coleccio­nista de arte, entonces le explico a lo que apuntaba.

Le dije que me gustaba lo histórico, pero dentro de un contexto más social, más de pueblo, más de lo que la gente creía, ¿verdad? No lo que pasó realmente, sino lo que la gente cree que paso…

Entonces me dijo seguí haciendo y cuando tengas, traeme foto y te compro.

Después de tres meses le llevé una foto y le convenció y me apoya.

Trabajamos años juntos. Unos 12 años estuve con él e hicimos 4 o 5 muestras jun­tos.

Desde hace 3 años nos sepa­ramos.

“A través de él yo vendía, me ayudó bastante”, reconoce.

Los cuadros comenzaron a viajar.

“Particularmente, vendo por aquí, a gente del país, también extranjeros. A un tipo de Corrientes le vendí, se llama Juan Carlos, abo­gado que trabajaba con lo que era el Casino Asun­ción sobre España. Vio una obra y le gustó. Es más gente extranjera la que valora”, comenta Fidel.

El precio de su obra comenzó a crecer hasta rondar hoy en día cotizaciones de hasta 10 mil dólares por uno de los cuadros de gran formato.

Sabe el pintor que esto lo aleja un poco del gran público, pero está traba­jando en ello.

“Tengo obras para el año que viene que quiero hacer una expo de grabados”.

Una serie en la que incor­pora el humor gráfico en el código del “Cabichuí”, obra fundante de la gráfica nacio­nal, célebres frases en gua­raní, idioma fuerte en sus “malas palabras”.

Estos serán más económi­cos y estarán al alcance de la gente, esa a la que gusta de visitar montado en una de sus bicis. “Sabés que cuando fui a Francia hice coincidir mi viaje con el Tour de France (la carrera de bicicletas más afamada del mundo). ¡Fue espectacular!”, dice el pintor, albañil y velocista del pedal.

“Me golpeé mil veces, me rompí dientes, pero es la pasión”, cuenta sonriente.

ARTE PARA EL PUEBLO

Fidel Fernández pedalea por su pueblo y para en cada lugar, una carnicería, una bodega, una ferretería, un almacén. “Tengo necesidad de ver la gente”, comenta.

En una de esas idas mira las paredes y le pinta una idea.

Piensa el proyecto APP (Arte Para el Pueblo), uno que llevó los cuadros y fotografías de 10 artistas de la zona de Benjamín Aceval a exhibirse rotativamente en 10 locales comerciales hasta el 31 de diciembre próximo.

Antonella Meister (pintura), Nicolás Riquelme (dibujo), Reinaldo Giménez (fotografía), Ariel Mencia (pintura), Lorenzo Escobar (pintura), Ramón Torres (pintura qom), Fausto Irala (pintura), Fidel Fernández (pintura), Luis Ayala (pintura). Sus obras se verán en la Despensa Noelia, Ferretería Achucarro e Hijos, Autoservice y Parador Vago, Despensa Dos Hermanas, Carnicería Don Neneco, Impresiones Pancho Torres, Comedor Il Napoletano, Bodega Lekaya, Almacén LM y Despensa Eduardo Ale.

Pasen y vean.

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