- Por Bea Bosio, beabosio@aol.com
-“No entiendo por qué paramos, si el río se ve tan ancho”.- pregunto a Capí tratando de entender lo que está pasando.
El río Paraguay se extiende en toda su hermosura, aunque una barcaza está varada a un costado. Capí señala las boyas que acaba de soltar el baqueano. Marcan un camino bien angosto. La barcaza trancada obstaculiza gran parte de lo marcado, e incluso sobresalen los límites de las boyas.
“Ese es el paso” –me dice Capí. – “Todo el resto está demasiado playo” .
He ahí los tiempos (y las mañas) del río: Si esa barcaza detenida no se mueve, no podemos ir a ningún lado. Aprendo que con mucha carga y poca agua, navegar se vuelve un desafío que requiere de mucha experticia y conocimiento de las zonas que uno va transitando. Hay pasos conocidos por difíciles, y se controla la hondura del río antes de atravesarlos. Es un conocimiento empírico. Nada está señalizado. Pero cuando alguien se traba, detiene el paso de todos los que se mueven con carga, río arriba y río abajo.
Nosotros estamos en una barcaza de la naviera Mercopar, que ha tenido la generosidad de cedernos un espacio para llevar víveres a las poblaciones alejadas del Chaco. Yammy y yo representamos a la Pastoral Social, y somos las únicas mujeres de esta tripulación que va rumbo a Corumbá y ya tiene varios días navegando.
Hace unas horas pasamos Concepción, y desde entonces todo se ha vuelto más solitario. Nos rodean costas prístinas sobre el río Paraguay, donde el verde selva se nutre de los aguaceros del día. A veces, alguna choza de pescadores se vislumbra en la orilla. Otras, corren niños a nuestro paso saludando, descalzos. De resto, todo es horizonte verde, sin rastro de movimiento humano. El silencio infinito se instala cuando se detienen de pronto los motores. Una barrita en el celular es todo lo que hay de conexión con cualquier cosa que ocurra más allá de los confines de esta república de a bordo. Cuando se instala la espera, una guarania resignada suena en el Puente de Comando y más abajo se masacra una película de acción, que alguien trajo en un pen y la puso en el comedor mientras la siesta transcurre en una balacera de risas, mandarinas y humor. Ya empiezo a conocer a cada uno de nuestros compañeros de viaje por su marcante. La camaradería entre ellos es evidente, aunque la vida de marinero no es tan fácil como parece. Es un trabajo en equipo, y para ser navegante hay que entender de barcos, conocer el río y dominar las máquinas.
Y combatir soledades.
Y administrar nostalgias.
Más temprano, antes de la lluvia, hubo pique de solalinde, pico de pato, tres puntos y piraña, que serán parte del pira caldo que Pony nos prometió para mañana. Los muchachos me cuentan que cuando el mundo se detiene y están vacías las barcazas, en la cubierta se arma fútbol de primera, y son sendos los partidos que sobre el río se duelan. Por ahora la lluvia cae, incesante, y no es hasta el final de la tarde cuando por radio anuncian que la barcaza encallada por fin pudo moverse. También nos toca a nosotros, seguir viaje. (Pero habrá que partir la carga para atravesar el paso difícil, y ese proceso durará hasta bien entrada la noche.)
El remolcador va y viene llevando de una o de a dos las barcazas. En un extremo y otro del paso, queda un vigía cuidando el combustible, y recién regresa al barco cuando termina la maniobra. (Tremenda valentía en la noche oscura, amarrar la carga a un árbol de la costa salvaje. Se quedan a la espera por lo que dura el cruce, a veces sin señal en medio del paisaje).
– “Ahí donde se quedó el que cuida, es zona del pombe” me dice alguien y la conversación vira en mil historias de fantasmas de río y noche. La tripulación se divide entre los incrédulos y los que creen. Por las dudas nadie nombra al Karai Pyhare y vuelven los marinos al barco sin percances. Han pasado varias horas y, por fin, prosigue el viaje.
Antes de bajar a dormir salgo a cubierta. (Quiero aprovechar cada minuto del viaje inolvidable.)
Si yo pudiera retratar la belleza del cielo espolvoreado de estrellas en la noche… me echo al piso, el viento hiela, y me acurruco en una manta completamente enamorada de la Vía Láctea que ilumina y se arquea en el horizonte. Hace años no la veía tan nítida. Estoy sola en medio de una inmensidad profunda, pero a bordo no siento esa soledad existencial que a veces me abruma por las noches… Es soledad, pero distinta. Hermanada con el aire. Ensoñada en un manto de constelaciones que juego a descifrar como lo hacía de niña…
Y de pronto lo entiendo todo: Es mi yo de niña interpelando al horizonte.