Hicieron de las calles el único hogar que encontraron. Además de sufrir carencias de todo tipo, la calle los arrastró también a su lado más perverso: el de las drogas y el abuso. La lucha de los adolescentes del hogar Ñemity que buscan superar sus adicciones para tener una nueva oportunidad.

“El problema es que a veces la familia directa no es el mejor lugar para que los niños o niñas vivan, entonces, muchos deciden ir a las calles”, dice Eduardo Sosa, director de Protección a la Niñez del Ministerio de la Niñez y Adolescencia (Minna), mientras observa a siete niños y adolescentes que juegan a la pelota.

Es una mañana soleada este 3 de julio y en el Hogar Ñemity, ubicado detrás del Cuartel De la Victoria, en Reducto, San Lorenzo, un grupo de siete internados disfruta de una mañana de fútbol. Es imposi­ble sospechar que guardan en la mochila una pesada carga de vida. Todos están con pro­blemas de adicción y algunos fueron víctimas de abuso. No superan los 16 años y hasta hace dos o tres años esta­ban viviendo en las calles de Asunción. Ninguno fue a la escuela.

Ñemity es un centro abierto para niños, niñas y jóvenes en situación de calle. Fue bauti­zado con el nombre de “Jorge Patiño Palacios” en homenaje a un joven que fue asesinado en 1994 y cuya responsabili­dad el Estado paraguayo tuvo que reconocer ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH).

Este centro pedagógico forma parte del Programa de Atención Integral a las Niñas, Niños y Adolescentes que viven en Calles (Painac), que está a cargo del Minna y que se inició hace diez años. Tiene tres etapas: la primera abarca el abordaje los niños y niñas en calle, la segunda arranca con el proceso que denominan desintoxica­ción –si tienen problemas de adicción– y en la tercera parte entra Ñemity, como un hogar abierto para recibir a los internados e internadas que están superando sus pro­blemas de convivencia, pero principalmente lo referente a las adicciones.

“La última parte del pro­grama abarca a los chicos que ya pasaron los primeros procesos y están, de alguna manera, más tranquilos, rela­jados y entienden la situación en la que están. Es decir, se les explica que acá tienen que cumplir normas, reglas y, sobre todo, volver a estu­diar para que puedan seguir y buscarles la forma de volver a integrarse a sus familias”, expone Sosa.

El programa de Ñemity incluye escuela para que los adolescentes retomen sus clases. Para ello, trabaja en forma coordinada con el Ser­vicio de Atención Educativa Compensatoria (SAEC) del Ministerio de Educación (MEC). Los adolescentes tie­nen la oportunidad de asis­tencia escolar casi personal.

El principal problema a la hora de tratar con estos ado­lescentes es que arrastran conflictos para la conviven­cia. Como crecieron en un entorno violento desde muy pequeños, les resulta com­plicado desarrollarse en un ambiente compartido sin que tengan que recurrir a la vio­lencia, explican en el centro. Sin embargo, casi todos los que están en Ñemity ahora tienen una conducta más tranquila y comparten sus espacios.

COMENZAR EL CAMINO

La mayoría de estos adoles­centes decidieron dejar sus casas y fueron a vivir en las calles, donde encontraron un ambiente menos agre­sivo. “Casi todos tienen pro­blemas de violencia en la pro­pia casa. Entonces, muchos deciden huir y se refugian en las calles y ahí se encuentran con todo. Está esa sensación de libertad que les atrae de por sí, pero después ya viene lo peligroso”, expone a su vez Álvaro Lo Bianco, uno de los coordinadores del proyecto.

Todo este trabajo para hacer que los internados e interna­das dejen la violencia como método de supervivencia implica un proceso que tiene muchos detalles, explica Lo Bianco. Por los años que tie­nen en la calle, los adoles­centes de este lugar prácti­camente no tienen confianza en nadie. Son muy cerrados y cuando ven un adulto, por lo general, ven a alguien que solamente busca lastimar­los. Entonces, eso implica una atención integral.

“Los primeros 15 días que lle­gan son cruciales, en el sen­tido de saber si el adolescente realmente va a terminar el programa”, expone Willian Benítez, quien trabaja en el Hogar Ñemity desde su habi­litación en el 2009, pero que cuenta con 21 años de expe­riencia en el rubro. Benítez explica que las dos prime­ras semanas son claves para estos adolescentes, ya que vienen del periodo de desin­toxicación y eso les afecta en sus estados de ánimo, en sus emociones y en el día a día.

“Entonces, uno tiene que tra­tarlos con cariño. En los pri­meros días que llegan hay que saberlos llevar, conver­sar con ellos, explicarles las reglas, las normas que tene­mos, siempre hablando de una manera que sea amiga­ble”, dice Benítez. Añade, en ese sentido, que el hogar tiene reglas de convivencia, pero que es un centro abierto, es decir, no se les obliga a los adolescentes a permanecer en el lugar si es que ya no quie­ren.

Otra característica es que casi el 95% proviene de fami­lias que llegaron del interior del país y se ubicaron en los cinturones de pobreza en los alrededores de Asunción y Gran Asunción. Práctica­mente todos son guaraní parlantes, es decir, hablan el idioma guaraní como pri­mera lengua.

Para Sosa, cada adolescente viene con una historia dife­rente y todos son especia­les. “El programa del Pai­nac, dentro de lo que hace al Hogar Ñemity, no busca ser un internado en el 100% en lo que significa tener a niños y niñas encerradas, sino dar­les la posibilidad de dormir, estudiar, buscar salir de las adicciones y, por supuesto, retornar a sus hogares con un sistema más abierto”, dice Sosa.

“El objetivo principal de este proyecto es que los adoles­centes rescatados dejen defi­nitivamente la calle”, señala a su vez Lo Bianco. Debido a que los procesos difieren de acuerdo a cada adolescente, no hay un tiempo establecido para el programa. “Como la mayoría de la gente que tene­mos dejó su familia, enton­ces lo que buscamos es dar un familiar que nosotros denominados “vínculo posi­tivo” para que se pueda hacer cargo del adolescente. Enton­ces, eso lleva su proceso, bus­car ese vínculo familiar. Una vez que ya están en Ñemity, entonces ya se está viendo con qué familiar positivo se puede alojar el adolescente”, explica Lo Bianco.

AL TOPE

El Centro Hogar Ñemity está al tope. De sus 32 camas habilitadas, 31 están con ado­lescentes que duermen en ellas todas las noches. Una se queda por si alguien llega para unos pocos días. En este centro pedagógico trabajan 29 funcionarios, entre admi­nistrativos, instructores, mantenimiento y los encar­gados de los proyectos.

El local tiene una infraes­tructura importante. Un amplio pabellón en donde de un lado están las aulas para la escuela y del otro están ubica­das las oficinas. Tiene parque. También un pequeño tajamar donde se puede probar con la pesca. Además, desde este año y gracias a un convenio con una ONG italiana tam­bién están trabajando en una huerta orgánica en el patio.

En una de las aulas, todo un equipo de música descansa desde hace un buen tiempo. Hay una batería, dos guita­rras, un bajo y demás. Ante­riormente, los adolescen­tes tenían clases de música, pero ahora están sin ins­tructor porque no hay rubro. Otra necesidad que se tiene en el centro es la de asisten­cia médica. No cuentan con enfermeros ni enfermeras en el lugar en caso de que algún adolescente necesite aten­ción.

Desde que se creó el pro­grama en el 2009, fueron asistidos 1.563 niños, niñas y adolescentes, según Jorge Amarilla, coordinador del proyecto a nivel nacional. Los del Painac consideran que al menos en su amplia mayoría dejaron las calles definitiva­mente.

Hay casos emblemáticos como el de José (nombre ficti­cio), que llegó siendo un niño y carcomido por el crack. Hoy, después de unos años de tra­tamiento y seguimiento con el programa, consiguió un empleo que lo tiene ocupado en la semana y los sábados acude al programa de alfabe­tización que ofrece Ñemity y que es abierto para todos los vecinos de la zona.

También está el caso de Roberto (nombre ficticio), a quien ni siquiera podían ubi­carlo un familiar lejano que pueda ser considerado “vín­culo positivo”. Estuvo tres años en Ñemity, hasta que se pudo dar con alguien. Ahora ya está por ser mayor de edad y trabaja en una fábrica de huevos en Reducto. Al menos una vez a la semana Roberto acude al centro para salu­dar a los funcionarios o tra­tar de hablar con los jóvenes que siguen allí.

En lo que va del año, el Painac ya abordó a unos 420 niños, niñas y adolescentes, según Amarilla, lo que supone una inversión de unos G. 630 millones por mes. El cálculo que se hace en la institución es de unos G. 1.500.000 por cada niño, niña y adolescente al mes.

Amarilla señala que será necesaria una ampliación del presupuesto para tener una cobertura más amplia. “Necesitamos llegar a Encar­nación, al Chaco, a Caaguazú. Tenemos el grave problema de los niños indígenas que están metiéndose al mundo de las drogas en las calles”, dice Amarilla.

EL DRAMA INDÍGENA

Una situación que parece insostenible es la cantidad de niños y niñas indígenas que se drogan con el pegamento (cemento) y deambulan por Asunción. “El ministerio habilitó un centro comunita­rio en Punta Porá, Caaguazú, en donde son derivados quie­nes están con esa adicción y son rescatados. Por supuesto, que eso no alcanza, pero es un paso importante”, dice Sosa.

El pasado 29 de junio, La Nación publicó la situación de los niños y niñas indíge­nas que viven en condicio­nes infrahumanas drogán­dose en los alrededores de la Terminal de Ómnibus de Asunción. Tras la publica­ción, las autoridades hicieron la intervención pertinente. Sin embargo, es una situación recurrente. “Pasa que si no tenés un hogar dónde tener­los, con sus costumbres, con sus normas, salen de nuevo y van al mismo lugar. Esto tiene que tener un abordaje com­pleto del Indi, del Ministe­rio”, dice Amarilla.

CURSOS PARA EL BARRIO

La idea de ofrecer cursos, talleres y capacitaciones para el barrio como parte del programa de Ñemity sur­gió a partir de la necesidad que se tenía de mostrar a los vecinos que tener un centro pedagógico no era la “cárcel para drogadictos”, que gene­raba tremendo rechazo de la comunidad, recuerda Lo Bianco.

Gracias a un convenio con el Servicio Nacional de Promo­ción Profesional (SNPP) hay cursos gratuitos de electri­cidad, peluquería y otros ofi­cios. Además, en el lugar fun­ciona una biblioteca.

“Pasa que todos vemos el problema, pero nunca que­remos ser parte de la solu­ción”, reflexiona Sosa. Alega que ahora el vecindario apoya constantemente las iniciati­vas en el centro porque la ver­dad nunca fue como en prin­cipio pensaron.

Como una manera también de promover aquello de la terapia ocupacional, desde este año Ñemity tiene habili­tada una huerta orgánica gra­cias a una alianza con la ONG Ases, de Italia. Por ahora, tie­nen una hectárea en donde están cosechando productos de la canasta básica, como tomate, zanahoria, un poco de locote, lechuga, etc.

Según explica Luigi Espó­sito, encargado por la ONG de este proyecto, la idea es que los adolescentes y niños aprendan a trabajar el campo a través de la agricultura social. “Esto les genera una dinámica diferente porque les ayuda en la autoestima, en controlar la ansiedad, que para ellos, por el proceso que tienen, es muy importante”, dice Espósito.

LAS NIÑAS Y LOS ABUSOS

Hay un pabellón exclusivo para las seis mujeres que viven en el Centro Ñemity. Jazmín (nombre ficticio) está limpiando la habitación que comparte con otra compa­ñera. Tiene 12 años y desde hace un año que está dentro del programa. Al igual que las demás mujeres del lugar, tuvo que dejar su casa por la violencia familiar y se refu­gió en las calles. Al igual que muchas niñas de Paraguay ella fue abusada.

En ese sentido, basta con ver datos oficiales para magnifi­car el horror. Desde el 2016 hasta abril del 2019 el Minis­terio Público registró un total de 8.180 denuncias de abuso sexual en niñas menores de edad en Paraguay.

De enero a marzo de este año se registraron 255 casos de abuso sexual. De esta can­tidad, 235 (92%) fueron niñas y adolescentes muje­res, según los registros que tiene el Minna. Además de todos estos casos de abuso, 38 tuvieron consecuencias de embarazos. Es decir, sola­mente en los primeros dos meses de este año Paraguay tuvo 38 nuevas niñas madres.

“El problema con las muje­res tiene sus características. Hablamos de adolescentes que cuando fueron niñas sufrieron abusos, en algu­nos casos sexuales, en otros casos físicos, por eso cuesta más siempre”, dice Benítez.

El encargado del centro dice que se trabaja con sicólogas e instructoras dentro del proyecto. En el caso de las mujeres, también se busca un familiar considerado “vín­culo positivo” para que ellas puedan retornar al hogar. En casi todos los casos las niñas sufrieron abusos y fueron testigos de mucha violencia familiar en sus casas. Tra­tando de escapar de esa reali­dad terminaron en las calles.

“Estamos tratando de traba­jar con el Ministerio Público también. Las mujeres que son víctimas de trata de per­sona necesitan un procedi­miento distinto, un programa diferente porque realmente lo que pasan esas mujeres es muy fuerte y deben tener un tratamiento adecuado”, expone el director Sosa.

Cerca del mediodía, los niños y los adolescentes salen al patio de Ñemity. Las niñas se juntan en la entrada, hablan en torno a uno de los paseos del patio. Están esperando la hora para el almuerzo y luego realizar alguna activi­dad recreativa.

Apenas la reportera gráfica de La Nación toma su cámara para limpiarla, dos de los niños más pequeños que están cerca se encogen de hombros y guardan la cabeza bajo la remera como una tortuga.

La calle les enseñó, además de drogarse y aguantar abusos, a esconderse de fotógrafos.

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