Por Augusto Dos Santos, @augusto2s - Fotos: Nadia Monges

Humberto, ¿qué recordás de tus viejos, de tus padres?

–¿De mis viejos? Separados, durante muchos años. Papá en Buenos Aires, mamá en Pilar. Papá era un personaje, escribía muy bien, tuvo obras de teatro inclusive... Un tipo difícil, pero muy estudioso. Y mamá, como toda mamá judía maravillosa...

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Fue tu madre la que te marcó más en la vida.

–Sí. Fue mamá. Hasta ahora, cuando me acuerdo de ella, medio tiemblo, porque era muy dura, muy fuerte. Mamá era una mujer muy, muy fuerte, soportó muchas cosas.

Y tu infancia la viviste en Pilar ¿Hasta cuándo estuviste allí?

–En Pilar estuve hasta los once, doce años. Después me vine a Asunción. Es que en la Revolución del 47 ocurrieron allá algunas cosas desagradables con varios “gringos” allá y por eso nosotros nos vinimos a la capital. Recuerdo la revolución como si fuera hoy.

Hubo mucha violencia contra los “extranjeros” entonces.

–¡Sí! Nos decían de todo: “Judío de mierda, mataron a nuestro Señor!”. Era común escuchar eso y mucho más. Hasta ahora podés escucharlo. “Yo no maté a nadie”, les digo, pero así es.

EL JUDÍO MÁS CATÓLICO

Y hablando de esa etapa de la vida, de la niñez ¿Qué circunstancia o vivencia te marcó para toda la vida de esa época?

–¡El Salesianito! Sin dudas. Porque yo fui el judío más “religioso y católico” del mundo porque si no entraba a la misa o no iba a eso que se hace los sábados ¿cómo se llama? Catequesis creo, me sacaban puntos del partido pues y yo jugaba… El adversario era barrio “Vaka rekaka”, recuerdo. El equipo nuestro era barrio Pettirossi, Curupayty… Los años vividos en el Salesianito, con la iglesia, con los curas, con los amigos que hice, fueron inolvidables y maravillosos, me marcaron mucho.

Y si no eras del barrio General Díaz, ¿por qué te hiciste hincha de General Díaz entonces allá en tu infancia?

–¡Ah! la verdad es que no sé. Pero me acuerdo que me gritaban “¡General Díaz opotî todo el día!” y yo lloraba. Me hice de Guaraní entonces, eran los mismos colores…

¿Y cómo fue tu primer contacto con la radio, con los medios…?

–Fue en Radio Teleco. En esa radio comenzaban los programas deportivos y yo empecé trayendo los resultados de los partidos. La única forma de comunicación era el teléfono y además había un solo teléfono en la radio para usar. Iba y venía, recibiendo los resultados, anotando, trayendo, corriendo. Así empecé. Hasta que un día, en radio Cáritas, faltó alguien y Luis G. Benítez, que era un tipo extraordinario, un profesor magnífico, me preguntó si quería ser locutor de esa radio.

¿Y qué le dijiste?

–Que sí, por supuesto. Imaginate el problema que se armó: un tipo de familia judía en un medio de la Iglesia Católica. Para mis paisanos judíos que yo trabajara en una radio en la que se les puteaba a los judíos y también para los católicos tener que aguantarse a un judío en su radio. Pero fueron tiempos maravillosos que me marcaron mucho también. Recuerdo mucho a esa gente maravillosa como el padre Azcárate y otros. Fue un tiempo extraordinario.

Eran tiempos en los que “había tiempo” hasta para hacer editoriales en una radio.

–Claro. Estos curas eran extraordinarios, al igual que los del Salesianito, gente que enseñaba mucho y con la que uno aprendía y respetaba.

¿Cómo impactaba entonces el tiempo de la radio antes de Stroessner porque prácticamente la historia de la radio comienza en Cáritas o no?

–En realidad comienza en Villarrica. Sí. Había una radio allí que transmitía las carreras de turf desde Buenos Aires, que no se podían transmitir y se transmitían desde Villarrica. Era por 1928, 1930… Hay un libro… Creo que alguien debería escribir con todos los datos posibles la historia de la radiofonía paraguaya.

Yo hoy en día converso con mis hijas, con gente joven y les cuento que vivíamos pendientes del mundo a través de algo que se llamaba ondas cortas. Ellos se aburren y no pueden visualizar cómo era eso de estar mirando una radio y escuchando lo que estaba pasando…

–Sí. Recuerdo la imagen de papá, allá en Pilar, siguiendo paso a paso lo que pasaba en la Segunda Guerra a través de la onda corta. Como judío, enterarse de lo que estaba pasando… Era una tragedia cuando uno escuchaba onda corta. En general eran radios totalmente dirigidas, con objetivos y no todo lo que transmitían era real, pero impactaba realmente.

SUPLENTE DE LOS SUPLENTES

Siguiendo tu camino en la radio, ¿cómo fue ese crecimiento desde que eras un cronista que traía los resultados de partidos a la radio?

–¡Es que no puedo recordar tanto! Solo sé que yo era el suplente de Ovidio Javier Talavera, que era a la vez suplente de Gerardo Halley Mora. Yo debo haber sido el quinto suplente e iba y venía con los resultados. Lo que más me encantó es que me nombraron cronista de las chicas que jugaban básquet. ¡Me enamoré de todas, por supuesto! Les prometía casamiento… Hasta ahora recuerdo que en el Club Sol de América había dos chicas de las que no voy a decir el nombre, por supuesto, que me tenían loco.

Toda una aventura hacer periodismo radial entonces, con la tecnología que no existía, puro ingenio. Era muy difícil hacer una entrevista, lograr la noticia.

–Tremendo. Recuerdo por ejemplo que los cronistas nos juntábamos frente al Correo, ahí en la vereda, frente al Teatro Municipal, para enterarnos de los resultados de los partidos internacionales. Ahí, en el Correo, había un tipo que transmitía por onda corta y nos daba el resultado de los partidos. Cuando decía que Paraguay ganó uno, todos saltábamos de alegría y gritábamos ahí. ¡Era otro tiempo! Si querés explicar eso ahora a los jóvenes, no te lo pueden entender, ni siquiera imaginar.

URUGUAY: EL SHOW DEL MINUTO Y RADIOTEATRO

Se puede decir entonces que la radio creció contigo, así como vos creciste con ella. Pero también hiciste otras cosas, como teatro.

–Sí. Hice mucho teatro. Me encantaba hacerlo y la profesión de locutor me daba esa posibilidad de ir y venir de una cosa a la otra. Era linda oportunidad.

Pero no solo en Paraguay, sino en Uruguay también.

–Sí. También lo hice allá, aunque poquito. La verdad es que hice todo eso. La vida fue muy generosa conmigo, no puedo quejarme…

Y hablando de Uruguay, ¿cómo fue que decidiste ir?

–No recuerdo bien el año, pero fue una época dura. Una vez hubo una garroteada muy grande y yo ligué mi parte también. Entonces, alguien le dijo a mamá, así como entonces se decían las cosas a través de otras personas, que era “mejor que Humberto se vaya por un tiempo”. Me trajeron un pasaje a Uruguay y otro a Brasil. Y entonces elegí Uruguay porque dije: por lo menos allí hablan en castellano. Y me fui. Y allí me recibieron muy bien. Amo al Uruguay con toda mi alma. Sin cuestionamientos, nunca me preguntaron nada, solo la prueba de capacidad y adelante.

Hiciste radio allá también.

–¡Claro! Trabajé en la radio más importante del Uruguay de entonces, que era Radio Carven. Hice teatro, también hice un poquito de cine. Todo eso me valió mucho para ir construyendo mi propio estilo, creciendo en este trabajo.

¿Qué fue lo que te enseñó la radio de Uruguay?

–La rapidez. El lenguaje rápido. Decirlo todo sin tantas dudas como ahora. Había entonces allá el “Show del minuto”, que era el sistema que establecía que uno tenía que cambiar el tema cada un minuto, redondear cada tema. Era una competencia dura porque en Uruguay había muchas radios, hay todavía muchas y eso te ponía a competir minuto a minuto por la audiencia.

¿Y con el teatro qué tal te fue?

–Hice bastante, pero la verdad es que en teatro no me fue tan bien. Lo que pasó es que, sobre todo en el interior de Uruguay, la gente consumía mucha radio argentina, Belgrano, etc. En la capital, Montevideo, sí hice varias obras.

¿Eran obras de radioteatro que luego se ofrecían en vivo?

–Sí. Eran obras que duraban un tiempo largo en la radio y luego, antes de terminar, se hacía una gira para actuar en vivo. Por eso dije que en el interior conocían más a los que hacían radioteatro y luego giras, desde la Argentina.

¡Qué maravilla! ¿Sentís nostalgia de ese trabajo, de esa manera de trabajar?

–Sí. La verdad es que sí. Mirá, recuerdo que había un formato allá que era “el teatro de la noticia”. Era leer las noticias en forma actuada, como si fuera una obra de teatro. Por ejemplo, si se tenían declaraciones de Fidel Castro, de otro personaje, antes que leer la noticia seca, había una persona que imitaba la forma de hablar de él y así salía al aire… La televisión luego mató todo eso. Es imposible pensar o hacer algo así ahora.

VOLVER A EMPEZAR

Y volviste a Paraguay.

–Estaba en Buenos Aires, en un hotel trabajando cuando me encontró Bernabé, que me preguntó qué estaba haciendo allí y por qué no volvía a Paraguay. Entonces, vine. A trabajar a la radio nuevamente. Fui director un tiempo de ZP9 Radio Capital. Luego Radio Sténtor y otras y empecé a trabajar. Siempre me fue bien. Sinceramente, me fue bien, hasta que me encontré con la famosa historia de persecución de Stroessner. Era insoportable la cosa. Yo no sé si era por rating o por judío, pero llegaba a hacer cosas como llevarme preso en el cumpleaños de mi nieto, con tal de hacerme pasar papelones…

Antes de esa historia, cuando regresaste a Asunción, ¿qué referentes había aquí en la radio? ¿A quién o quiénes admirabas?

–Y la verdad es que no había mucha gente. En ese tiempo, te podría decir que fue Teleco, que era una radio muy seria. Luego vinieron las “locuras” de Bernabé, como el Certamen de los barrios, poder recorrer toda la República. Era realmente maravilloso tener ese contacto con la gente. Mi aporte tal vez fue que le quité un poco ese “señorío” que se estilaba en los locutores de entonces; comencé a tratar de vos a la gente. Me salté los títulos que se estilaban por ejemplo, antes de nombrar a una autoridad como Su excelencia fulano de tal o el Excelentísimo Señor etc., etc. Eso tal vez fue lo que aporté, la diferencia. Yo creo que nunca le dije excelencia a nadie.

ÑANDUTÍ, LA IDEA QUE SE HIZO RADIO

A propósito de comienzos y de estilos, ¿cómo empezó la idea de tener una radio diferente?

–Estábamos con el coronel Pablo Rojas, del que yo era su locutor oficial, con Teófilo Escobar, un gran cantor de la época. Andábamos de bohemia, con la música, las parrilladas, presentando a artistas...Y de repente alguien dice ¿y por qué no hacer una nueva radio? Inmediatamente dijimos ¿y quién va a poner la plata? Y ahí estaba él, el coronel Pablo Rojas, que me decía cariñosamente “gringo ra’y”. A él me unía una gran amistad. La verdad siempre decimos en broma con Papu, su hijo, que me quería más a mí que a él.

Un hombre singular para la época.

–Un tipo extraordinario. Con él aprendí muchas cosas para la vida y el trabajo, sobre todo la seriedad en mi trabajo. Aprendí que no había que mentir nunca. Por eso, siempre fui frontal, duro, dije las cosas de frente y aunque me costó mucho, me fue bien, casi siempre.

Y esa radio tiene ahora nada menos que 52 años. ¿Podés hacer un ejercicio definiendo las distintas etapas por las que atravesó la radio?

–La verdad es que no sé si puedo hacerlo. Resulta que yo nunca estudié nada. Pensá que yo no terminé ni el tercer curso del Colegio Fulgencio Yegros. No tengo ningún título, absolutamente. Todo lo que hice fue la práctica. Nunca tuve planes. Creo que lo diferente fue esa relación con la gente. Yo me di cuenta de que la gente me quería escuchar y a mí también me interesaba escucharlos a ellos. Por ejemplo, con el “micrófono abierto” que me causó tantos problemas porque la gente entraba y decía de todo. Yo nunca quise filtrar… La gente me decía siempre, entre ellos Gloria, que filtre las llamadas. Pero yo siempre sentí que eso iba a cambiar mi relación con la gente, que a pesar de que entra a veces a insultarme sabe que no lo voy a impedir.

El micrófono abierto es todo un acto de valentía. Lo fue antes y también ahora. Hay que escuchar que lo insultan a uno, sin perder la calma.

–Sí. Así es. Yo creo que no hay nada mejor que escuchar lo que los otros piensan de vos y de lo que hacés, en directo, sin filtros. Así uno se ubica en la realidad. Hasta ahora, me retan.

Supongo que como todos los proyectos, habrá sido una época de pruebas, de tanteos, hasta lograr el perfil.

–Claro. Por supuesto. Yo tenía el compromiso de hacer un trabajo que les generara a los socios una buena respuesta. Hasta que las cosas se complicaron y mi trabajo comenzó a afectarle a Rojas en su trabajo y vida. Entonces, con mucho afecto y respeto, nos separamos, sin problema alguno y yo me quedé con Gloria, comenzando un trabajo que todavía sigue hasta hoy.

Tenés una relación muy especial con la música. A pesar de ello, en la radio cambiaste el estilo quitando la música. Muy paradójico.

–Sí. Fijate que en otros tiempos lo habitual en las radios era que se pasaran dos temas completos de música y se hablara poco tiempo entre ellas. Ñandutí fue la primera en cambiar eso. Yo cambié eso porque alguien en el interior del país, ya no recuerdo dónde ni quién, me dijo que no había podido escuchar un reportaje, que era muy corto. Entonces, hice la prueba y encaramos una jornada de 24 horas de noticias constantemente, sin parar. La única música que se escuchaba era la de las cortinas musicales. Y eso luego otras radios también implementaron.

DE JINGLE BELLS A LA NOCHE MÁS OSCURA

Fue solo Stroessner la figura que tanto persiguió a Rubin y a Ñandutí o hubo otros personajes de la época que contribuyeron a crear la historia de “Ñandutí versus la dictadura”.

–Hubo muchos. La verdad no quiero ni acordarme.

Alejandro Cáceres Almada, por ejemplo, el entonces encargado de los medios oficiales…

–Sí. Me humillaron, me hicieron mucho daño. Algunas cosas humillantes como que me bajaban de los aviones. Cuando iba a abordar, me informaban que iban a darme una noticia importante y entonces veía cómo se iba el avión sin mí. Estuve años sin documentos, estuve años sin cédula, me retenían pasaporte.

¿Qué recordás de aquella noche terrible en la que atacaron la radio con furia?

–Fue algo terrible. Yo estaba en casa y me avisaron. Vine como pude. Un delirio, escuchar los tiros, golpes. Rompieron todo. Hicieron añicos unos vidrios enormes que nos habían costado una fortuna y que nunca pudimos volver a poner iguales. Todo roto, destrozado… Recuerdo que Acero Zuccolillo estaba a mi lado.

También hubo las famosas interferencias a la señal de la radio.

–La gente de hoy no debe ni saber lo que son las interferencias… Resulta que en ese tiempo pusieron en el Parque Caballero una radio con la misma frecuencia que la mía, que entonces era 850 AM. Cada vez que yo quería decir algo que seguramente no les gustaba, entonces entraba a la frecuencia “Jingle Bells” la canción navideña pegadiza sobre mi voz y así nos sacaban de aire y me ponían furioso. Me mudaba a otro lado y hacían lo mismo. Dos años estuvimos así. Pero también hubo gente que ayudaba y mucho económicamente. Hubo gente que venía y me daba dinero y me decía “ hacé de cuenta que estás pasando el aviso de mi empresa o negocio y me cobrás”. Yo no podía pasar avisos, no tenía permiso para ello. Y a esa gente, una veintena de buenos amigos, les agradezco porque me ayudaron muchísimo.

Y desde dentro del Gobierno de entonces, ¿alguien te ayudó o trató de ayudarte a pesar de todo?

–No. Es que era impensable. Los costos eran muy altos para cualquiera que se atreviera.

También para los opositores al régimen de todos los partidos. Ñandutí fue como el espacio de libertad, el “fogón” al que se arrimaban.

–Y era una oposición de verdad, no como la de ahora. Y también Radio Cáritas, que gracias a los padres, con los que hemos hecho muchas cosas, mucho trabajo. Ahora que me lo decís, por ejemplo, la experiencia de Estudio Libre, donde se abría el micrófono y se decía todo lo que se quería. Por supuesto que afuera estaba la camioneta esperando y de allí a las comisarías. Creo que yo conocí a todas. Todavía me acuerdo de la voz de Gloria que gritaba ¡dónde está mi marido! Y yo pensaba que era mejor que no grite mucho porque podría irme peor… Hay cosas que me cuestan recordar, me hacen mal. Brítez, el jefe de policía, era un tipo serio, argel… Habría que hacer un libro sobre la historia de Radio Ñandutí, no como radio, sino como emblema. Hay un libro que anda dando vueltas por ahí, pero falta darle vida a esa historia y profundizar.

Había personajes terribles como Montanaro, el entonces ministro del Interior. ¿Alguna vez te entrevistaste con él o te llamó?

–Sí. Varias veces, me amenazaba y “advertía” que no íbamos a salir al aire. Me decía que la radio y mi vida corrían peligro, que me iba a cancelar como a Abc. Me encontré con él varias veces y a pesar de decirme todo eso, él sabía que no me iba a callar. Yo tuve el apoyo de la embajada norteamericana, de la embajada sueca, de la embajada argentina de entonces. Eso fue importante porque nunca estuve solo.

Fue muy importante por ejemplo la figura de Raúl Alfonsín en ese tiempo.

–Un tipazo realmente. Yo le entregué el “micrófono de plata” una vez a Raúl Alfonsín. Conversé mucho con él. Un hombre extraordinario que los argentinos respetan y extrañan.

UN MUNDO SIN RADIO. IMPOSIBLE

¿Vos te imaginás un mundo sin radio?

–¡No! Claro que no. Porque la información es lo más importante. Y, sobre todo, la credibilidad. Por eso creo que perdurará siempre quien haga radio y quienes la escuchen. Siempre les digo a los que trabajan en la radio que sean todo lo duros que quieran, pero siempre con pruebas. La gente no te perdona que les des información que no sea veraz. Y la libertad de pensamiento y de expresión es fundamental. Por eso, no sé cómo será ahora la radio en Cuba, por ejemplo.

A pesar de todo la radio es fundamental…

–Es que la radio es muy importante. Es magnífico porque no hay nada más rápido que la radio. Con solo tocar un botoncito estás en contacto con el mundo. Es muy difícil, diría imposible, que desaparezca la radio. Puede adaptarse, cambiar, pero estará siempre. En Paraguay tenemos gente muy valiosa, muy capaz en la radio. Muy buenos periodistas. Algunos se fueron y otros, algunos de los más viejitos, seguimos. ¡Yo tengo 84 años, Augusto! Hetáma aguata…

Por todo ello, te toca estar en el lugar de un referente ineludible y además en alguien que puede juzgar ese trabajo ¿Qué te molesta más cuando observás a las nuevas generaciones?

–Lo que molesta es la falta de conocimiento. El hablar sin conocer. No se trata de ser un sabio o un gran erudito, sino de hablar estando antes informado de lo que vas a decir o tratar. Yo siempre les persigo a los que están conmigo y les digo que hay que leer, informarse, conocer lo más que se pueda porque uno puede hacer mucho daño siendo irresponsable y poco veraz. Y, además, siempre darle espacio a la respuesta. El derecho a réplica es fundamental para encontrar las respuestas. Por eso, para mí, el “Quinto poder” es el mayor logro que dejo. Porque todos los poderes del Estado están asignados y administrados, pero el “Quinto poder” es la voz de la gente. ¡Y qué importante es escuchar la voz de la gente!

Nada menos. Y antes de dejar esta larga conversación, también la poesía es parte del sello personal de Humberto Rubin en la radio…

–Justamente una vez, alguien en tiempos difíciles me dijo que yo recitaba muy bien y que, por lo tanto, debería dejarme de “decir cosas” en la radio y dedicarme a recitar poesía… Gracioso, pero la verdad es que amo la poesía. Siempre leo y recito en la radio… Tengo un proyecto para hacer en televisión una cápsula dedicada a la poesía…

De pronto, se detiene para decir: “Qué rara esta nota, che”. Y entonces eleva su voz tan familiar, despertando del olvido algunos versos de Elvio Romero; recordando a uno de sus “ídolos”, Pablo Neruda, o a José Luis Appleyard, desgranando recuerdos que llegan a su memoria como su amistad con Roa Bastos, con muchos artistas y personas importantes.

Es que da mucho gusto conversar contigo que sos parte de la historia viva de la radio y del país también. Es una vida intensa…

–La verdad es que la vida ha sido muy generosa conmigo. Podría estar muerto hace rato. Por suerte no me mataron. Podría estar muerto, como otros, pero sigo viviendo, sigo luchando. Me siento todavía con toda la fuerza de mi alma. Espero seguir dándolo todo hasta el fin de mis horas. Y voy a estar con mi gente… Hay que “morir con las botas puestas” porque si no sos un miserable…

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