• Por Ricardo Rivas
  • Periodista

Casi cinco años atrás, en el momento pre­ciso en que salía del hotel Moncloa Exe de Madrid, el 7 de julio de 2014, cuando habían pasado 30 minutos de las 5 de la tarde, el ama­ble conserje, con sus ojos humedecidos, me contó de la muerte de Don Alfredo Stéfano Di Stéfano Laulhé, presidente de honor del Real Madrid FC, a los 88 años. La noticia me paralizó.

La “Saeta Rubia” había partido. Me pegó en el corazón y en la memoria. Una lágrima me sorprendió. En ella y con ella, la mañana siguiente, un triste día martes, llegué a la capilla ardiente instalada en el palco de honor del San­tiago Bernabéu, para despe­dirme de aquel prócer del fút­bol. Entrábamos en grupos de diez. Todo era silencio. Don Alfredo, adulto mayor, parecía mirarnos desde una enorme foto. El rey Felipe VI, que junto con la reina Leti­cia también dijeron presen­tes, no ahorró sentidos elo­gios. Recuerdo dos de sus expresiones: “Hizo del fút­bol un arte” y “hoy, le llora­mos todos”. Fue suficiente. Me largué por el Paseo de la Castellana. Caminé hasta la Puerta del Sol.

Largo tre­cho. Recalé en Casa Labra, en procura de algunas “cañi­tas”, nombre madrileño para la cerveza. En esa casa de tapas y pinchos, el 2 de mayo de 1879, se fundó el PSOE (Partido Socialista Obrero Español). La tristeza tam­bién estaba allí. Alguien des­cubrió mi argentinidad. “Ha muerto un grande, argentino. ¿Sabes quién fue Don Alfredo Di Estéfano [sic]?”, como lo llaman los españoles. “¡Por supuesto que lo sé, hombre. Soy de River!” Varios compa­triotas también dijeron pre­sentes. “Fue tan grande que hasta aceptó ser técnico de Boca y en cada oportunidad que ingresaba a La Bombo­nera para hacer su trabajo se puteaba con algunos que no digerían su presencia allí”, agregó un anónimo.

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“¡Fui­mos campeones en una Copa Argentina, con él!”, gritó un bostero con orgullo al tiempo que propuso un brindis en su memoria. Casa Labra estalló en un enorme aplauso mati­zado con lágrimas. Me lar­gué a caminar por la calle de Tetuán en busca del que­rido amigo Javier Bernabé Fraguas. Periodista, acadé­mico de la Universidad Com­plutense, de familia madri­dista, aunque, en él, el fútbol no ha prendido. Incomprende porqué mi corazón está con el Barcelona de Messi y no con el Madrid “que tiene historia y afectos con los de River, como tú”. Difícil para explicar. Alguna vez también discuti­mos sobre el tema en Buenos Aires, mientras compartía­mos una parrillada en La Estancia. “El corazón tiene razones que la razón ignora”, sostenía Blas Pascal.

Mientras caminábamos por la calle de Cuchilleros en procura de Sobrino de Botín, fundado en 1.765 – era el momento para cenar-pensé en alta voz: “Don Alfredo, Javier, debutó en La Máquina de River. Fue cam­peón y goleador en 1947, junto con [José Manuel] Moreno, [Ángel] Labruna, [Félix] Loustau. En aquella forma­ción también debutó [Ama­deo Raúl] Carrizo, arquero mítico que inauguró una nueva era para los guardame­tas”. Me escuchaba en silen­cio. Ordenamos cochinillo. Lo esperamos con un par de copas de Fino La Ina.

“Es parte de mi vida, Javier. Eran tipos increíbles. Parecidos a todos nosotros. Laburantes de la pelota de cuero. Don Alfredo, un cabrón. Carrizo, un galán. Labruna, amante del turf, burrero, como les decímos en la Argentina y muy cabalista. Era amigo de don Ricardo, mi viejo. Un día, en el buffet de River que aten­día Florencio Aldrey Igle­sias, nos explicó que siempre entraba a la cancha pisando con el pie derecho sin pisar, nunca, la línea blanca.

Que jamás cruzaba una raya con el izquierdo y que, por esa razón, ‘cuando algún com­pañero pateaba un córner, lo esperaba saltando sobre un ángulo del área grande para evitar esa pisada que trae mala suerte’. Nos que­damos mirándolo en silen­cio. ‘Soy así, no estoy loco, me gustan las carreras y el azar’. Eran otros tiempos, Javier”. Nos despedimos. Mientras caminaba por calle de Bai­lén recordé que Don Alfredo en casi 900 partidos convir­tió 694 goles. Recibió en 1989 el Súper Balón de Oro y nunca fue campeón mundial.

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