Por Ricardo Rivas, periodista
Tiempos de cambios las últimas dos décadas del siglo pasado. Lo mundial era atropellado por lo global. El Estado-Nación se contraía. Avanzaba el Estado-Región. La bipolaridad que siguió a la Guerra Mundial II se fragmentaba. Entre el 11 de marzo de 1990 y el 25 de diciembre de 1991, Mijail Gorbachov, disolvió la Unión Soviética (URSS). Un canciller alemán, Helmut Köll, se adelantó al ruso. Después de que el 9 de noviembre de 1989 cayera el Muro de Berlín –vergonzante rémora de aquel conflicto– y extinguida la República Democrática Alemana (RDA), el 3 de octubre de 1990 se llevó a cabo la reunificación de ese pueblo. No tuvo en cuenta los costos financieros de su decisión. Priorizó la recuperación de la integridad territorial. En ese contexto, 14 periodistas latinoamericanos, seleccionados y becados por Alemania estudiábamos allá aquel proceso de integración. Entre aquellos colegas nos encontrábamos tres argentinos. El amigo Óscar Flores, hasta hoy corresponsal del Clarín en San Luis (unos 840 km al oeste de Buenos Aires), Fabián Doman y el relator de esta historia. Eran jornadas intensas y enriquecedoras. Especialmente, cuando en Koblenza (unos 85 km al sur de Bonn) cenamos y dialogamos con Willy Brandt (1913-1992), prócer socialdemócrata. Pero todo se alteró para el trío argento cuando arribó el presidente Carlos Menem (1989-1999) en visita de Estado al gobierno alemán. Desde entonces, junto con un grupo de colegas “enviados especiales” seguimos la visita del mandatario.
Se alojó en Bundesgästehaus, la casa de huéspedes oficiales, en el Hotel Petersberg, enclavado en el Valle de las Siete Colinas –donde los hermanos en 1812 ambientaron el más famoso de sus cuentos, “Blancanieves”– sobre la margen derecha del Rin. Ocupaba la suite Berlín. Allí nos recibió y nos invitó para acompañarlo, en la tarde de aquella jornada, a “visitar la casa donde nació aquel sordo que tocaba el piano y después a cenar en un restaurante estupendo”. Ludwig van Beethoven, cuyo nombre no recordaba el jefe de Estado, nació en diciembre de 1770 en una residencia construida en el siglo XVIII en Bonngasse 515. Menem nos despidió regalándonos una primicia que, inmediatamente, escribimos y enviamos a nuestras redacciones en Buenos Aires. Luego, recorrimos Petersberg y sus jardines. En el mástil del castillo ondeaba la bandera argentina. Partimos para llegar con tiempo suficiente a lo de Beethoven.
Al llegar, Menem saludó con la calidez de siempre. Intérprete de por medio, se inició el recorrido. Luego de subir una escalera, ingresamos en un cuarto en el que había un busto del músico sobre un pedestal de la que fue su estatura. El presidente argentino posó a su lado. Intempestivamente, el médico Raúl Matera, histórico del peronismo, con sonrisa gardeliana sorprendió: “Presidente, Beethoven era más bajo que usted. Todos los grandes hombres son bajitos. Franco (Francisco, dictador español), Hitler (Adolfo, genocida alemán)…” Menem lo interrumpió con una sonrisa. “¡Ejemplos poco felices, don Raúl!”. Matera enmudeció. Profundo silencio. Momentos después, en un pequeño salón contiguo, una majestuosa concertista japonesa interpretaba una de las obras de Ludwig. Sin embargo, un ronroneo interfería aquella música celestial hasta que, con un leve codazo, alguien despertó a Jorge Ferrer, un marino de guerra al que solo el sueño logró vencer. Miró a sus lados y se disculpó en voz muy baja. “Han sido días muy largos”, se justificó. La visita concluyó. Recalamos, quizás, en el “Gasthaus Im Stiefel”, un restaurante cercano. La noticia de que Maradona, estaba preso y drogado interrumpió la cena. Con Óscar Flores nos acercamos a Menem para consultarlo. “La droga es un grave flagelo –respondió–. Me da tristeza el querido Diego. Ojalá se recupere, como John Benson [sic]”. En un avión de línea lo seguimos a Berlín. Creemos que hablaba de Ben Johnson, atleta canadiense triunfador en los Olímpicos de Seúl, descalificado por dopaje. Inolvidable.