Aunque pueda ser un tema complejo del que se han ocupado tanto la ciencia como la religión el saber perdonar puede resultar una actitud muy saludable para el organismo, según un estudio de la Universidad de Stanford, que fue replicado por la prensa internacional. En este proceso se analizó la relación que existe entre la capacidad de perdón que tenía una persona y su salud física.
Para la investigación denominada “Sanando experiencias pasadas”, se estudió a adultos que habían sufrido duramente por la pérdida violenta de un hijo, la infidelidad de su pareja o la traición de un amigo querido. Con este estudio se llegó a la conclusión de que quien perdona tiene menores niveles de hostilidad, que influyen de manera positiva en la salud física y mental y en su calidad de vida.
Sin embargo, quien conserva el rencor por un tiempo prolongado puede estar arriesgando su sistema nervioso, con el incremento de cortisol y de catecolaminas que repercuten en la presión arterial y la actividad cardiaca.
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Además de disculpar a los demás, también es saludable hacerlo con uno mismo. Los autorreproches también generan consecuencias negativas. Sin duda, perdonar y también pedir perdón ayudan a vivir mejor. La persistencia del rencor coloca al organismo de manera automática en una situación riesgosa y puede generar complicaciones.
El estudio llegó además a la conclusión de que, muchas veces, perdonar no implica únicamente un acto de generosidad para los demás, sino una medida para liberarse del rencor, evitar el estrés y no dejar que el pasado marque el presente.
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“Señor, ¿cuántas veces debo perdonar las ofensas de mi hermano?” Mt 18,21
El evangelio de este domingo nos ofrece una nueva oportunidad de meditar sobre la importancia del perdón en nuestras vidas. La pregunta de Pedro sobre la cantidad numérica de veces que debemos perdonar a nuestros hermanos revela una preocupación legalista, que tal vez esté presente también en nuestras vidas.
¿Cuántas veces debo perdonar la misma persona para estar bien con Dios, para cumplir su ley: ¿una vez, dos veces, tres veces, siete veces...? Pedro había comprendido que Jesús enseñaba a las personas a perdonar a quienes les ofenden... pero él quería saber un número preciso: ¿hasta cuántas veces?
Naturalmente, nosotros tenemos un instinto que nos lleva a querer pagar con la misma moneda el mal que nos hacen. Cuando alguien nos hace sufrir, nos parece que solo tendremos paz cuando veremos aquella persona sufriendo lo mismo o peor de lo que nos hizo. Es nuestro instinto de venganza. Es la ley del: ojo por ojo, diente por diente. Haciendo esto, creemos que los demás sabiendo que recibirán el mismo mal que nos van a hacer, podrán pensar antes y desistir de hacernos el mal. No porque hayan madurado y entendido que deben evitar el mal, mas solo porque tendrán miedo de sufrir lo mismo.
Este modo de entender busca impedir el mal por la represión, por el miedo de sufrir lo mismo, esto es, para evitar el castigo. No forma la persona para el bien; no le enseña el valor de la justicia, de la caridad, del servicio, del respeto; no le forma para una vida comunitaria donde todos son llamados a hacer el bien y promover a los demás, sino que le impone el miedo de la punición. Es como cuando para convencer una persona que no debe matar a otras, envés de enseñarle el valor de la vida, su sacralidad, su importancia, solamente se amenaza con el castigo de la cárcel. Esto significa que, cuando esta persona piense que no le van a descubrir para punir, entonces hará el mal.
Es como una persona que tiene una debilidad curable en la columna y no consigue caminar, se puede buscar un tratamiento o entonces construirle una armadura. Con los dos medios ella podrá caminar, el problema es que, en el segundo caso, el día que se quite la armadura ella caerá.
La sociedad en que Jesús nació era fundada sobre la punición, la venganza y el castigo. Hablar de perdón, de dar la otra mejilla, de no buscar la punición de quien nos hizo el mal, era algo muy extraño y difícil de entender. Sin embargo, con Jesús había llegado la plenitud de los tiempos. Él no quería perpetuar con la armadura de ley, quería formar el corazón de las personas.
En su nueva sociedad el perdón es fundamental. Las personas deben renunciar al mal, no porque tienen miedo del castigo, sino porque descubren el placer del bien, la felicidad del amor. Pero esto, solo es posible cuando estamos dispuestos a renunciar al derecho natural de la venganza, para asumir el valor sobrenatural del perdón.
Para Pedro también era aún difícil de entender este nuevo modo de ver las cosas, este nuevo modo de organizar la sociedad. Esta novedad del perdón le parecía muy rara. Él quería entender: ¿hasta cuántas veces tengo que perdonar antes de entrar en el viejo esquema del castigo? ¿Después de cuántas veces que he perdonado, debo empezar a vengarme? Seguramente tenía la duda que muchos de nosotros aún tenemos: –y si continúo perdonando ¿el otro no se aprovechará para hacerme de nuevo lo mismo o aún algo peor?
Sin embargo, en la comunidad de Jesús el perdón es ilimitado. No estamos jamás autorizados a recurrir a la venganza. Para Jesús, cuando una persona es madura lo único que le puede cambiar y formar es el amor, no el castigo. En su mundo nuevo, no tendrá espacio para los que dejan de hacer el mal solo por miedo, sino para los que hacen el bien por la necesidad interna de ser coherentes, por el gusto de ser buenos, por una exigencia del corazón.
Además, Jesús sabe que solo es verdaderamente libre quien no tiene el corazón atado a las personas que lo hirieron. Cada vez que alguien me hace un daño, mi corazón continúa siendo torturado mientras no le doy el perdón. Por eso, quien decide no perdonar las ofensas recibidas, termina por estar completamente encadenado y despacito va perdiendo el brillo de su vida, va envenenando todas sus relaciones, pierde la paz y la serenidad, se transforma en un esclavo de la tristeza... Quien cree que no debe perdonar a un hermano, aunque sea muy terrible lo que él hizo o porque ya no es la primera vez, se está condenando a sí mismo, a perder el sentido de la vida, a vivir como esclavo de sus heridas.
Es por eso que el Señor insiste con Pedro diciendo que se debe perdonar al menos setenta veces siete, esto es, siempre. Y nos consuela el hecho que, si Jesús dice esto a Pedro, es porque ciertamente él lo hace con nosotros. El Señor está dispuesto a perdonarnos siempre, no para que podamos pecar sin preocupaciones, sino para que trasformemos nuestras vidas contagiados por su amor.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te de la paz.
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¿Por qué es importante aprender a pedir perdón?
Todas alguna vez nos equivocamos y tampoco estamos exentas de volver a errar. Asumir la responsabilidad de los actos no es una tarea fácil, pero los expertos explican porqué es tan importante saber disculparse con los demás.
Por: Natalia Delgado
El perdón es como un pegamento, somos seres sociales que construimos vínculos con los demás, algunos más unidos que otros pero relaciones en fín. Cuando nos equivocamos y hacemos algo que daña al otro, estamos rompiendo con esta unión y todo lo que implica, confianza, respeto, sinceridad.
La curita. Ante esta situación, el perdón viene a unir aquello que se “quebró” y a tratar de reparar el daño causado. Esto no siempre es fácil, requiere de coraje y valentía hacerse cargo de los errores, pero es algo que cuando sale del corazón y se trabaja, puede fortalecer aún más la relación entre las personas.
La culpa. A veces decimos cosas sin pensar, nos dejamos llevar por los arrebatos o hacemos cosas sin pensar en las consecuencias. Los errores propios dañan al otro pero también tienen un impacto en nosotras. Pensar en lo que pasó, cómo le afectó a la contraparte, no conversarlo con nadie o no disculparse genera culpa, una emoción que puede derivar a otras emociones negativas como la tristeza y hasta la depresión.
Se desarrolla empatía. “Ser empáticos quiere decir que podemos ponernos en los zapatos del otro y dimensionar cómo se sintió. Esta es la antesala a una disculpa real y a la sanación; es algo tan simple como plantear la situación al revés, en cómo nos sentiríamos nosotras si el otro hubiera cometido ese error hacia nuestra persona”, explica Analia Valiente, licenciada en psicología y agrega que la empatía es fundamental para construir buenos vínculos.
Beneficios en nosotros y nuestras relaciones. Aprender a pedir perdón -y perdonar- es clave para mejorar la calidad de vida. Pedir perdón desde el corazón y trabajar en no cometer los mismos errores es un gran acto de amor y empatía, pero saber perdonar también es importante. Nos ayuda a liberar cargas, soltar el pasado, rencores y pensamientos negativos.
A nivel mental, aumenta la autoestima, disminuye el estrés, la ansiedad, la tristeza y el malestar que generó dicha situación. A nivel físico el cuerpo libera tensiones, como si se tratara de una carga menos, también disminuye la presión sanguínea y la tensión arterial.
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¿Por qué es tan importante perdonar?
A todas nos lastimaron alguna vez, siendo algunas experiencias quizás traumáticas. La manera en que gestionamos esos acontecimientos es muy importante para nuestro bienestar, por eso te queremos contar por qué es tan importante perdonar.
Por: Natalia Delgado
Perdonar es liberador, es un acto mental. Cuando decidimos hacerlo dejamos atrás los reproches, la amargura, el resentimiento. Algunos pensadores dicen que es un regalo para una misma, ya que con esa acción recuperamos la paz.
Más allá de las emociones, esta acción tiene muchos beneficios para nuestro cuerpo y la ciencia lo confirma. Varios psicólogos de la Universidad de Liverpool investigaron durante el 2013 las causas de la ansiedad y la depresión, y llegaron a la conclusión que las personas que lo padecen son más afectadas por los recuerdos que el mismo trauma en sí.
Esto se debe a que la falta de perdón nos hace dar vueltas siempre sobre el mismo tema, nos genera todo tipo de emociones negativas, angustias y malos pensamientos. Cada vez alimentamos más estas ideas y a largo plazo se empieza a desarrollar síntomas depresivos.
Pensar constantemente en eso que nos dolió y en los sucesos desagradables, es como revivir ese momento para nuestro cerebro, por eso, segrega cortisol y nuestro ritmo cardiaco aumenta, también podemos sentir cómo los músculos de nuestro cuerpo se tensan y se carga un estrés abrumador.
Beneficios del perdón
Perdonar no se trata de olvidar, sino de dejar de darle poder a esa situación o a la persona que nos hirió, es restarle importancia, entender que ya pasó y que la vida sigue. Es un acto reflexivo que beneficia a quien lo practica y le brinda la posibilidad de vivir sin ataduras al pasado.
Lo mejor es que no solo nos trae paz mental, que no es poco, también influye en nuestro estado de salud. En primer lugar, el riesgo a padecer depresión o ansiedad disminuye, también el estrés crónico causado por los malos pensamientos, el sistema inmune se regulariza y fortalece, el cuerpo también se desinflama, y baja la presión arterial.
Un estudio realizado en el Duke University Medical Center afirma que perdonar reduce el dolor emocional y físico. Otro estudio sugiere que está relacionado a la longevidad también. Otro de sus beneficios es que logramos un mejor descanso y favorecemos nuestra capacidad de resiliencia.
¿Cómo perdonar?
Everett Worthington es psicólogo clínico y profesor de psicología en la Virginia Commonwealth University, dedicó su vida a estudiar el perdón y es autor del libro: “El poder de perdonar”. Según explica existen dos tipos de perdón, uno es emocional y tiene que ver con la forma de reemplazar esos sentimientos negativos por positivos, y el otro con la forma en que actuamos frente a quien nos hizo daño. Cuando se trata de aplicarlo, Everett recomienda el método REACH:
Recordar el dolor. Reconocer lo que nos hirió y tomar la decisión de querer perdonar. Empatizar. Intentar comprender por qué me hicieron daño y cuál es mi responsabilidad. Altruismo. Brindar el regalo del perdón de forma desinteresada, también saber perdonarnos a nosotras mismas. Compromiso. Se puede escribir nuestra decisión de perdonar para que no se nos olvide el compromiso que hemos adquirido. Aferrarse (hoid). Debemos recordar todas las veces que sea necesario que hemos elegido perdonar y, ante situaciones similares, no actuar de la misma forma.