Muchos creen que los niños no entienden, pero se equivocan. Los pequeños que crecen en una dinámica familiar conflictiva se convierten en “niños esponja” y todo lo negativo que absorben puede generar un gran daño en ellos, ya que silencian sus necesidades ante tanta demanda por parte de los mayores que los rodean.
Los adultos deberían ser los protectores de los niños y no al revés, porque no es correcto ni justo que estos tengan que sostener anímicamente a sus padres. La psicóloga Laura Cáceres explicó que los pequeños que crecen en este tipo de ambiente tienen un gran corazón de “esponja” que absorbe las emociones de los demás.
“Son aquellos que tienen una sensibilidad, intuición, empatía y compasión extraordinarias. Son capaces de percibir y sentir lo que les rodea con una intensidad y una profundidad que a veces les abruma”, señaló en conversación con el diario La Nación/Nación Media. Es muy importante que los adultos asuman su responsabilidad y no utilicen a sus hijos como confidentes.
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Señales de los “niños esponja”
Cáceres mencionó que los “niños esponja” se interesan por temas variados y complejos, a través de preguntas de manera constante, recuerdan detalles que otros pasan por alto, se adapta con facilidad a diferentes situaciones y personas, son muy empáticos y se preocupan por los demás, también pueden contagiarse de sus emociones y estados de ánimo. Además, son muy perfeccionistas y exigentes consigo mismo, y se frustran cuando no logran sus objetivos o cometen errores.
“Tienen una gran imaginación y creatividad y les gusta expresarse a través del arte, la música o la escritura, se aburren con facilidad, buscan actividades estimulantes y enriquecedoras, son muy críticos y reflexivos, y tienen su propia opinión sobre las cosas, aunque a veces les cueste expresarlas o defenderlas”, agregó. Según expertos, estas características se hacen visibles desde los 6 a los 12 años.
¿A qué se exponen?
“Pueden llegar a padecer estrés, ansiedad, baja autoestima o falta de adaptación, porque esto les genera vivir en un mundo que no comprende ni valora su forma de ser. Suelen tener comportamientos retraídos, depresivos, obsesionarse con el físico y la obesidad”, indicó y remarcó que cuando los niños no son la prioridad de los adultos crecen con miedos, inseguridades, preocupaciones y dependencia emocional.
La psicóloga también advirtió que muy probablemente este patrón se repetirá con sus relaciones más cercanas, inclusive sus hijos en el caso de que los tengan en un futuro. Dijo que lo ideal sería que crezcan en un núcleo familiar fuerte, donde sean protegidos por sus padres y sientan un amor incondicional. “Deben llevar una vida tranquila, seguir una rutina, hablar sobre temas que les preocupa y recibir mucho cariño”, sostuvo.
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