Cuando hablamos de alimentación saludable, el pollo ocupa un lugar especial en las dietas, porque es fuente de nutrientes para la prevención de enfermedades. Sin embargo, es una carne muy susceptible a la contaminación bacteriana, por lo que almacenarla correctamente es fundamental para su posterior consumo.
Uno de los principales métodos de conservación de la actualidad es guardar los alimentos en la heladera. Los expertos recomiendan refrigerar la carne cruda de pollo entre uno o dos días, y la carne cocinada entre tres o cuatro días, y para asegurar mejores condiciones sanitarias debe meterse en recipientes bien sellados para evitar que su jugo se filtre y contamine otros alimentos.
En el caso que se necesite conservar la carne de pollo durante más tiempo, lo ideal es optar por otro método de conservación disponible: el congelador. Afortunadamente, la mayoría de las heladeras tienen un espacio apartado con una temperatura de régimen establecida, donde es posible conservar el pollo con seguridad por meses o incluso hasta un año.
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De todas formas, al descongelar el pollo es importante revisar en qué estado se encuentra. Algunas señales que pueden indicarnos que está descompuesto y no es apto para el consumo, son los cambios en el color, ya que pueden volverse grisácea o verdosa de manera uniforme, por zonas o en puntos; tener un olor fuerte y una textura cubierta en mucosidad.
No obstante, la contaminación puede comenzar antes de que aparezcan estas señales, por lo que debe evitarse consumir siempre que haya pasado la fecha de caducidad. El riesgo de comer pollo mal conservado es la contaminación bacteriana, en el caso de las aves de corral son especialmente frecuentes infecciones por patógenos como “salmonella” o “campylobacter”.
Intoxicación alimentaria
En el caso del pollo fresco, una buena cocción elimina estas bacterias. Pero, debemos tener en cuenta que si el pollo se conservó de manera incorrecta a pesar de cocinarlo bien puede hacernos daño, ya que el proceso podría no eliminar algunas de las toxinas producidas por estas bacterias.
Las intoxicaciones alimentarias pueden presentar desde síntomas incómodos hasta peligrosos, incluyendo fiebre alta, escalofríos, náusea, vómitos, diarrea, sangre en las heces o deshidratación. En las instancias más severas, puede requerir hospitalización e incluso llegar a ser letal.