Las mascotas de los Juegos Olímpicos de 2020 se han convertido en una imagen familiar en las calles de Tokio, pero se enfrentan a una gran competencia en el imaginario colectivo en Japón, enamorado de ese tipo de personajes emblemáticos en amplias facetas de su día a día.

En Japón nacieron Hello Kitty y Pokemon. Pero el fenómeno llega mucho más lejos y mascotas con colores vivos y diseño divertido son a menudo utilizadas para dar una imagen sonriente y amable a empresas e instituciones, sin importar que se trate de fabricantes de caramelos o de una prisión.

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Una de las más apreciadas es un hada en forma de pera, llamada Funassyi, que accedió a la fama hace una decena de años como representante no oficial de la ciudad de Funabashi (cerca de Tokio), conocida por sus frutas. Esta criatura de género indefinido y amante de leyendas del rock como Aerosmith u Ozzy Osbourne, aparece con regularidad en programas de televisión y su cuenta de Twitter suma casi 1,4 millones de abonados.

En Japón “es normal que los adultos amen las mascotas”, explica Funassyi con su voz aguda en una entrevista con la AFP y “los japoneses tienen tendencia a personificar los objetos”. Numerosos expertos ligan ese amor a las tradiciones animistas de Japón, atribuyendo alma incluso a los objetos inanimados.

Las mascotas pueden además suponer mucho dinero: el oso negro con mejillas rojas Kumamon, representante del departamento de Kumamoto (sudoeste) recaudó el equivalente a 1.300 millones de euros (1.530 millones de dólares) el año pasado permitiendo a las empresas locales utilizar su imagen para sus productos.

Miratoiwa y Someity

La primera de las mascotas olímpicas fue un perro teckel llamado Waldi, diseñado para los Juegos de Múnich-1972. Desde entonces, todas las ciudades-sede han creado su propio personaje para simbolizar los valores olímpicos y el legado cultural de los Juegos.

La mascota embajadora de los Juegos de Tokio-2020, con orejas puntiagudas, con grandes ojos de personaje de manga y con un cuerpo recubierto de cuadrados azules, se llama Miratoiwa. Y para los Juegos Paralímpicos (24 agosto-5 septiembre), Someity será rosa, con ojos almendrados y unas orejas también puntiagudas.

Como prueba del amor de los japoneses por estas criaturas, Choko Ohira (62 años) abrió hace 17 años una escuela para las personas que desearan meterse en la piel de una mascota. Estos personajes “tienen el poder de atraer a la gente”, cuenta Ohira, que “encarnó” ella misma durante años a un célebre ratón en un programa infantil de la cadena pública japonesa de televisión NHK.

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“Los niños vienen con grandes sonrisas, les agarran las manos y les abrazan”, añade. Está convencida de que, en una sociedad nipona a veces rígida, las mascotas brindan a la gente la posibilidad de relajarse un poco. Sus estudiantes aprenden primero, sin traje, la gestualidad de las mascotas, con movimientos amplios y exagerados, antes de meterse en el disfraz correspondiente de oso panda, gato o ardilla.

“En el trabajo soy más sociable y activo”, afirma Nobuko Fujiki, una alumna de 61 años. Trabajar de mascota no supone una vida de ensueño habitualmente: pocas hacen fortuna y los trajes pueden ser muy pesados, incómodos y asfixiantes, sobre todo en el calor del verano japonés.

Para esta antigua empleada de guardería, la alegría de entrar en la piel de una mascota merece la pena pese a los inconvenientes. A la gente le gusta confiar en las mascotas, cuenta Funassyi. “Me piden consejos sobre su vida, su trabajo... Cómo ser amable con un jefe al que odias” o cómo hacer cuando tu marido no quiere hacer tareas domésticas”, relata.

Fuente: AFP.

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