Desde el momento en que un padre sostiene entre sus brazos a sus pequeños se convierte en un verdadero héroe. No importa la distancia o el tiempo que uno comparte con ellos, siempre tendrán sus sabias palabras para alentar a sus hijos a salir adelante en cada paso importante de su vida.
Así lo hizo y lo sigue haciendo don Leopoldo Díaz, de 80 años, un verdadero padre fuera de serie, quien se convirtió en guía para su hijo, el abogado Benicio Díaz, de 52 años, quien sufrió un grave accidente a los 22 años donde perdió un brazo y la vista. Lo más importante es que todo este tiempo tuvo a su padre, quien desde aquel momento se convirtió en su complemento de vida.
“Hace 30 años me pasó esto, de todo ese tiempo solo perdí cinco años en rehabilitación y desde el sexto año volvió a recomenzar mi vida. Mi padre siempre me acompañó y sigue acompañando desde el primer momento. Con mi papá siento que no perdí la vista, es la luz que se apagó en mis ojos, me siento completo, con la seguridad y confianza. Yo siempre estoy agarrado de su brazo u hombro y recorremos todo Asunción y tribunales, nada nos detiene. Mi gratitud eterna para él”, dijo Benicio muy orgulloso, en contacto con La Nación.
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Desde el día uno
La historia entre padre e hijo empezó desde el día que don Leopoldo cargó por primera vez a Benicio, apenas a minutos de haber nacido, pero 22 años después, tras ese terrible accidente, el lazo entre ambos se volvió más fuerte.
“En 1989 ingresé a la academia militar, serían tres a cuatro años de carrera para ser subteniente de infantería del Ejército Paraguayo, pero esto no se logró. En 1991 al tercer año de estudiante durante una práctica sufrí un accidente en Paraguarí, donde la explosión del arma me quemó el brazo izquierdo”, comenzó contando.
La explosión lo lanzó al suelo y sufrió un fuerte golpe en la cabeza y a partir de ese momento cambió la vida de aquel joven de 22 años, pasó por varias cirugías pero finalmente perdió el brazo afectado y también de manera parcial la vista.
Siempre a su lado
“Salí de alta cuatro meses después y luego me esperaba la rehabilitación. Salí de alta con la vista ya reducida, el ojo izquierdo lo tenía muy afectado y el ojo derecho me quedaba un poco de visión aún. Desde ese momento mi padre siempre estuvo a mi lado, me acompañaba en todos mis tratamientos”, refirió.
Benicio empezó los tratamientos en Paraguay para no perder la vista por completo, pero en aquel entonces eran pocos los profesionales especializados en lo que él necesitaba, por lo que tuvo que viajar a Argentina.
“En 1992 fuimos a Buenos Aires por nuestra propia cuenta como para consultar en el Hospital Santa Lucia, pero en ese entonces estaba todo privatizado y no pudimos concretar la consulta. Al año siguiente volvimos, pero ya con ayuda de la institución militar mediante la Presidencia de la República. En ese entonces fuimos al Hospital Malbram, donde me hicieron un trasplante de córnea”, apuntó.
En 1995 volvió para sus controles, pero lastimosamente le dieron el alta definitiva y le confirmaron que no recuperaría la vista. “Ahí sí ya cambió mi historia porque definitivamente la vista estaba descartada de poder recuperar”, recordó.
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Escuela para no videntes
Ante esta situación, recibió el llamado de una prima que lo ayudó para ingresar a la escuela Santa Lucía, donde recibió su primer bastón blanco para participar como alumno para su rehabilitación como persona no vidente.
“Desde aquel momento me acompañaron mi papá y mi mamá, pero como no podíamos salir los tres juntos, mi papá me acompañaba a todos lados. Nos fuimos juntos un año a la escuela Santa Lucía para rehabilitarme, aprender el sistema lectoescritura en Braille, orientación y movilidad, y la actividad de la vida diaria, temas que me ayudaron bastante”, manifestó.
Así fue como Benicio comenzó su nueva vida con capacidades disminuidas porque perdió la vista, el brazo izquierdo y además quedó con algunos problemas para caminar.
“Pero mi papá siempre estuvo para acompañarme en todas mis actividades. Lo que yo logré, lo logré gracias a él, se convirtió en la cara visible de mi vida, gracias a su fortaleza y dedicación y con el apoyo de la familia. Yo puse de mi parte y el resto no lo iba a lograr sin la ayuda de mi familia”, aseguró.
Curso probatorio de derecho
Don Leopoldo no descansó hasta que su hijo logró cumplir todas sus metas. En 1997, Benicio se inscribió para el curso probatorio de ingreso para ser abogado, pese a contar con limitaciones, y con una carta para ingreso directo desde la Universidad Nacional de Asunción (UNA) le dijeron que debía ingresar como el resto, esto no fue una limitante para este dúo.
“Fuimos un año para el curso probatorio, siempre nos trasladamos en colectivo, todas las tardes, mi padre era mi compañero de estudio. Entrábamos juntos en clase, él participaba y estaba pendiente de mí, por si necesitaba algo o de algún apoyo. Para mí era una experiencia muy nueva, como era una persona rehabilitada, después de haber sido independiente, pero él siempre estuvo a mí lado con esa fuerza y voluntad de padre”, dijo con mucha admiración.
Padre e hijo fueron juntos al cursillo y también estudiaron juntos para los exámenes. “Él me leía todo y además grabábamos en los antiguos casettes, cuando papá no podía a la noche, yo escuchaba los libros y con los pequeños resúmenes que hacía en el sistema Braille como memorándum para fijar cuestiones que creía importantes”, expresó.
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El ingreso a la UNA
En 1998 Benicio logró ingresar para cursar la carrera de derecho y su padre lo volvió a acompañar por seis años hasta ver a su hijo convertido en todo un profesional.
“Ingresamos juntos y gracias a Dios, lo logramos, digo lo logramos porque todo fue en compañía de mi papá”, afirmó y agregó que el primer año estudió netamente con su papá, los años siguientes ya conformó un grupo de estudio con sus compañeros, pero siempre en compañía de su padre.
“Tuve la gracia de tener buenos compañeros y los recuerdo con mucho afecto porque pusieron todo de sí para darme el apoyo y acompañamiento. Venía para estudiar y algunas cosas estudiaba con mi papá por las noches. Siempre con el sistema de audios, que aún los tengo guardados. Pedía permiso a los profesores para tomar nota en el sistema de audio para luego tomar notas”, recordó.
Benicio, con mucho orgullo, destacó que junto a su padre terminó la carrera y que hasta ahora lo sigue ayudando para ejercer la misma.
“Terminamos la carrera a los seis años, soy promoción 2003 y el 19 de marzo del 2004 recibí mi matrícula, siempre con el acompañamiento de mi papá porque esta tarea la tomamos juntos, fue un compromiso para mí y mi papá para acompañarme. Gracias a Dios lo logramos”, aseguró.
Dedicarnos a la profesión
Desde hace 17 años, Benicio y don Leopoldo ejercen la profesión de abogado, su padre se convirtió en sus ojos y su guía para resolver los casos. En los tribunales siempre se los ve juntos, don Leopoldo se dedica a leer los archivos de cada caso para su hijo como lo hizo desde el primer día en el cursillo.
“Lo venimos desempeñando desde el 2004 y hasta ahora siempre estamos en el ejercicio de la profesión, que gracias a Dios nunca nos faltó trabajo, la gente siempre confía en nuestro trabajo, por eso me encomienda la tarea”, mencionó.
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Nueva integrante del estudio jurídico
Benicio comentó que ahora, con el ingreso de la tecnología en sus vidas, ya cuenta con la ayuda de su sobrina estudiante de derecho, Claudia Carolina, quien es como su hija y forma parte del estudio jurídico.
“Ella maneja mi computadora y el celular para verificar los expedientes electrónicos, para comunicarme con los clientes mediante WhatsApp y para la atención de los clientes del exterior que necesitan gestiones en Paraguay”, señaló.
Gracias a Dios y la familia
Todo lo logró gracias a Dios y la Virgen, es lo que manifestó nuestro entrevistado, porque la familia entregó todo a su fe tras el accidente para que Benicio siga adelante.
“Fortalecidos por la fe y la fuerza de seguir con esta tarea que me dejó poder ser alguien pese a mi discapacidad, con la ayuda de mi papá por sobre todo”, sostuvo.
Hoy, en el Día del Padre, Benicio dejó un emotivo mensaje a don Leopoldo: “Para mi papá, en este Día del Padre quiero que sepa que no me alcanzará la vida entera para darle las gracias, porque lo que logré, lo logré gracias a su compañía y a su dedicación. Le pido a Dios que le siga dando fuerza y salud”, concluyó.