El influencer argentino, Santi Maratea, sobrepasó las fronteras de su país. Él, empeñado en aportar desde donde está, ayuda a varias causas y cada vez más la gente empieza a invocarlo para casos aparentemente imposibles, como conseguir miles de dólares para salvar vidas, cumplir sueños y otras obras en tiempo récord.
Y es que, si bien no resulta fácil hacerlo, el joven no se rinde y ya suma varios “milagros”. Por esta razón, desde La Nación de Paraguay hacemos un paréntesis en las miles de historias tristes de esta pandemia del COVID-19 para contar su caso, que también nos lleva a pensar en la hazaña local de Nacho Masulli.
Él, con su familia, no quiso ser espectador de las miles de necesidades que deja al descubierto la crisis sanitaria y trabaja a diario para hacerle llegar un plato de comida a los familiares de pacientes con coronavirus en los hospitales y demás centros asistenciales. Ambos ejemplos, el de Santi y Nacho son válidos para mostrar lo bueno de la humanidad, y que si se quiere se puede.
Actualmente, Santi tiene 1,6 millones de seguidores en su cuenta de Instragram, donde al ingresar puede leerse “no es caridad lo que hago”. Esta premisa define al joven que logró recaudar, por ejemplo, más de dos millones de dólares para comprar el medicamento más caro del mundo, que trata la atrofia muscular espinal (el mismo que recibió la pequeña Bianca).
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Santi logró que los padres de una bebé de 11 meses, llamada Emmita, junten la exorbitante suma y compren el ansiado fármaco para iniciar el tratamiento contra la enfermedad que padece. Este hecho conmovió a su país.
También juntó casi 100 mil dólares para que un equipo de atletas de Argentina pueda viajar a un torneo sudamericano de atletismo. No solamente juntó la planta, sino que también negoció el valor del vuelo con la compañía aérea.
Así lo difunde el medio argentino Clarín, que hace hincapié en su forma de ver la vida, en la que ayudar tiene un papel más importante que el dinero. Su padre, Rafael, contó otro caso: Santi reunió 30 mil pesos para el mejor delivery de pizza, lo llamó, ordenó y cuando llegó con el pedido le entregó la plata. La emoción fue indescriptible.
Otra hazaña fue ayudar a costear los estudios de derecho del primer joven de una comunidad wichi que cursó abogacía en Buenos Aires; a ésta se suman muchas otras conquistas de este joven, cuya esencia muestra lo mejor de la humanidad: el amor y la ayuda al prójimo.
Sin dudas, Santi irá sumando hazañas a su ya rica lista, al igual que Nacho en Paraguay, dos jóvenes dignos de destacar y admirar, cada uno, en lo suyo y a su manera.
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