Federico Caballero Mora, destacado artista plástico local presenta sus obras en conversación con La Nación, habla sobre sus inicios, cómo ve la escena local como un lugar donde está casi todo por hacerse, sus maestros y sobre la pareidolia, una de las técnicas creativas a la que echa mano para sus creaciones.

De adolescente estudió en la Escuela de Bellas Artes y tempranamente tuvo su primera exposición individual, formó parte de muestras locales e internacionales en centros culturales, galerías, espacios públicos y privados. Actualmente divulga sus trabajos también a través de sus cuentas en redes sociales (@federunken), y en plataformas especializadas como artelista.com.

La técnica y la composición detienen la mirada sobre su obra.

- ¿Cuál es tu historia con la plástica?

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- Arranqué con la plástica desde la ignorancia y los prejuicios habituales en la preadolescencia de un aldeano tercermundista: creía que los pintores no eran más que vendedores de excentricidades. El error fue pensar que no querrían aspirar a tener vidas normales como cualquier persona. Sigo aquí porque veo que hay algo que explotar culturalmente desde las cuatro baldosas que me tocan, veo que hay algo que hacer, y alguien tiene que hacerlo. Nuestra cultura tiene mucho potencial desde el momento que aquí nunca se tomó muy en serio ninguna cultura impuesta, que sería lo único positivo de todo este aldeanismo en el que estamos inmersos.

- ¿Con qué temáticas arrancaste?

- Me inicié tomando como un desafío unas lecciones que el profesor Juan Gaja puso frente a mi mesa en la Escuela de Bellas Artes, a la cual yo iba de mala gana, por insistencia de mi padre, que veía imposible mi supervivencia en una carrera tan costosa como arquitectura o ingeniería, que era lo que yo pretendía. El dibujo fue siempre lo mío de pequeño, cuando el universo de imágenes en 3D no era tan invasivo, ni siquiera con fotografías. Me destacaba por dibujarlo todo en perspectiva, nada en primer plano, y eso hizo creer a mi profesor de pintura que yo sería un genio y yo también me lo creí.

Esta otra se denomina “Vertedero”.

- ¿Que trabajos, técnicas o temas venís abordando en el último tiempo? ¿Por qué?

- Habiendo pasado por el impresionismo de los primeros 10 años, y luego de otros tantos de torcer las figuras —al principio indignado con Miguel Freitas por profanar la línea recta y luego influenciado por él— para terminar rompiéndolas (las figuras) del todo, empecé a darle rienda suelta a la intuición, que era algo en lo que no creía hasta que estudié un poco de arte dramático, entre otras cosas. Tenía herramientas para hacerlo, Hernan Silva me proveyó de material suficiente para el efecto. Cualquier cosa es excusa para pintar, me dijo. “Ves una forma en la humedad de la pared, y ahí tenés un cuadro”. Luego supe que esa ilusión de advertir formas en el caos es un fenómeno antropológico llamado pareidolia, pero si aquel gran pintor no me lo decía, jamás hubiese tomado en serio esto de manchar telas para divisar mis propias figuras. Y es que con unas pocas pinceladas sin ton ni son aparente, puede desplegarse una combinación de figuras tan variadas como estrellas en el cielo, y las más nítidas pertenecen al imaginario propio. Por eso no estoy seguro de que la inteligencia artificial pueda crear figuras artísticas desde la pareidolia, aunque no sea muy difícil desarrollar una pareidolia artificial.

- ¿Cuál es tu formación?

- A la ex Escuela de Bellas Artes iba como oyente a los 12 años. Ahí enseñaban Juan Gaja, Roberto Morelli y otros que no recuerdo. Gaja abrió su taller y seguí con él hasta su fallecimiento, unos años después. Con Hernán Silva seguí un taller mucho más breve, durante su visita al Paraguay, el año que fue invitado por el CPJ para dar talleres y conferencias.

- ¿En qué corriente local o internacional del arte actual te sentís más inmerso?

- Antes que nada, quiero acotar que me gusta la obra de Burt, porque él no era hipócrita, era un hombre de la élite asuncena, y eso lo plasmaba a en sus cuadros, con sus casonas propias de familias tradicionales y sin gente, sin ser interpelado por la forma, cómo vería él al sector popular. Eso me demostró que, para ser artista, no necesariamente hay que ser demagogo. A nivel global me gusta el expresionismo, que cada tanto reparte su dulce estética y noble gusto para atraer al hormiguero acrítico, a la espera de poder dar un golpe certero al hígado de la sociedad conservadora. Todos los estilos del arte nacieron hostiles contra la hegemonía. El rock es un ejemplo, su estridencia, distorsión y otros efectos generados por la amplificación que tenían como objetivo invadir al oyente, nació como reacción a la incapacidad de transformación de los sectores populares y no tan populares en la escena política, o geopolítica. La música que vino después, aunque sea cursi, viene con la impronta invasiva de alguna propuesta hostil. Al público solo podrá gustarle lo que se inició como lucha de clases, elija el estilo que elija.

Variedad temática presente en su trabajo.

- ¿Cómo ves la escena de galerías y de creaciones en la actualidad?

- Faltan más vendedores que “conocedores”. Un buen vendedor debería vender un producto independientemente de cuán consagrado esté en el mercado, y no vender solo lo que aseguraría ganancias. Los comerciantes venden productos para generar interés en la variedad, más que para enriquecerse con cada uno de ellos. Y faltan compradores que compren lo que realmente les gusta, y no solo demostrarle a su entorno –amigos, esposo, esposa o socios– que hicieron una buena inversión. Claro que no es fácil encontrar un artista que toque las fibras del público, por la fuga de cerebros, que en nuestra escena plástica es evidente.

- ¿Podríamos hablarnos de algún trabajo que hiciste, que sea significativo para vos o para tu carrera en general?

- Como casi todo lo que llegué a considerar significativo, me remito a mis escasas etapas de disciplina. La que hoy puedo ponderar desde la distancia, es la gigantografia que pintamos en la embajada argentina Munú Actis Goretta y yo, que si bien, nunca le tuve miedo a las grandes dimensiones, allí me sorprendí de la prolijidad y el efecto que podía desarrollar gracias a la orientación de Munú (muralista muy representativa en la política de su país por la memoria).

Federico Caballero Mora.


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