Por David Sánchez, desde Tallin (Estonia), X: @tegustamuchoelc (*).

Estreno mundial en el festival de Black Nights Film Festival PÖFF de Tallin (Estonia) del film “Deaf Lovers”, dirigida por el ruso Boris Guts, una obra que se queda rozando la obra maestra, ya desde el título, elegido con inteligencia, podría confundirse con “Dead Lovers”, los amantes muertos en vez de sordos. El film destaca por su propuesta única y su capacidad de comunicar emociones profundas a través del silencio.

Desde su inicio, la película establece un lenguaje visual y sonoro cautivador, que se aleja de las narrativas tradicionales para sumergirnos en la vida de dos jóvenes sordomudos en Estambul. La elección de Turquía no es casual, siendo el país donde se llevaron las conversaciones de paz de la guerra de Ucrania en marzo del 2022. En el film se ve que lo que podría haberse convertido en una historia simple de amor, se transforma en un relato cargado de simbolismo, intriga y resentimientos políticos, gracias a un guion que mezcla hábilmente la cotidianidad de los protagonistas con los ecos de la guerra entre Rusia y Ucrania.

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El diseño visual juega un papel fundamental en la narrativa. La protagonista, con su cabello azul, camiseta amarilla y falda roja, no solo llama la atención por sus colores vibrantes, sino que alude directamente a la bandera ucraniana, más aún cuando lleva la maleta amarilla que se mezcla con el pelo de rastas azules. Este detalle aparentemente sencillo se convierte en un recurso constante que conecta lo personal con lo político, recordando que incluso los gestos más cotidianos pueden cargar un profundo simbolismo. La cámara de Guts captura momentos de una espontaneidad casi documental, como el susto de un gato cuando abren una botella o distraerse con otro gato cuando los protagonistas deberían mirarse fijamente sin distracciones. Siempre los gatos, que obsesión con los gatos en el film, como si la actitud felina fuera lo que los protagonistas necesitan para sobrevivir en la guerra de la vida, así como en la guerra que se lleva en sus países. Estos detalles, imposibles de planificar al 100 %, refuerzan la autenticidad del filme.

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La música sustituye al sonido ambiental y los diálogos, elevando la experiencia sensorial. Compuesta por Teo Tao e Ilia Maslennikov, la banda sonora no solo acompaña, sino que amplifica la trama. En ausencia de palabras, la música se convierte en el hilo conductor de las emociones de los personajes, creando un puente entre su mundo y el nuestro. Sin embargo, hay momentos en que el silencio se rompe, como cuando las noticias sobre la guerra se oyen en un televisor, introduciendo una realidad inescapable que afecta a los protagonistas de maneras diferentes. Este uso selectivo del sonido subraya cómo la guerra, aunque lejana, siempre encuentra formas de irrumpir en lo personal.

La relación entre los dos personajes principales está marcada por una ambigüedad constante. Ambos comparten una conexión inmediata, pero sus orígenes, ella ucraniana y él ruso, introducen tensiones subyacentes que reflejan las divisiones políticas entre sus países. La película es muy inteligente al plantear un juego de desconfianza mutua, donde la discapacidad auditiva y el contexto bélico se entrelazan de manera simbólica. Él le roba dinero, ella oculta si realmente puede escuchar, y este tira y afloja encapsula las dificultades de confianza no solo entre personas, sino entre naciones. En este sentido, la película desafía la noción romántica de que el amor lo conquista todo, sugiriendo que incluso las emociones más puras pueden verse ensombrecidas por los conflictos externos.

La maleta amarilla que los protagonistas cargan a lo largo de la película es otro símbolo clave. Este objeto, que parece insignificante al principio, adquiere peso metafórico en el clímax. Cuando la protagonista sube interminables escaleras cargando la maleta, el esfuerzo físico que realiza se convierte en una alegoría del sacrificio y la resistencia de Ucrania en el contexto de la guerra. Justo antes el protagonista ruso ha utilizado su fuerza para ponerse por encima de ella, de forma literal, como ocurre en la guerra, dejando al espectador con la sencilla pero dura línea de unión entre ambas paradojas.

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A pesar de su trasfondo político, la película también tiene momentos de ligereza y humor. Las interacciones casuales entre los protagonistas, como cuando ella simula caerse de una silla o le derrama agua a él en la cabeza, aportan una frescura que contrasta con la carga simbólica de la historia. Estos momentos parecen improvisados, lo que sugiere que los actores recibieron libertad creativa para explorar sus personajes de manera natural, lo cual añade autenticidad a la narrativa.

El filme también ofrece una reflexión profunda sobre la ignorancia y la felicidad. En un mundo donde la guerra es omnipresente, la película parece sugerir que la falta de conocimiento sobre el otro puede ser una fuente de tranquilidad. Al no poder o querer hablar o escuchar sobre los conflictos que los rodean, los protagonistas encuentran una especie de oasis temporal en su relación. Sin embargo, este mensaje está lejos de ser optimista, ya que la realidad de la guerra finalmente irrumpe, dejando claro que el silencio no puede durar para siempre.

Con una duración concisa de 80 minutos, “Deaf Lovers” es una película que evita los excesos narrativos y respeta el tiempo del espectador, algo especialmente valioso en una época donde muchas producciones se extienden innecesariamente. El resultado es una obra compacta, intensa y profundamente impactante, que aborda temas universales como el amor, la guerra, la desconfianza, lo opresión del más débil, sin sacrificar la humanidad de sus personajes. Es, sin duda, una de las películas más significativas y originales sobre el impacto del conflicto en las relaciones personales en años recientes.

* David Sánchez es un periodista franco español afincado en Toulouse, centrado especialmente en cine iberoamericano, miembro de la crítica internacional Fipresci. Sitio: https://www.tegustamuchoelcine.com.

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