Por David Sánchez, desde Biarritz (Francia), X: @tegustamuchoelc (*).

“Penal Cordillera”, dirigida por Felipe Carmona, se presentó en el festival de cine latinoamericano de Biarritz 2024 como un thriller psicológico con una temática delicada y desafiante: los últimos días de militares condenados por crímenes de la dictadura chilena. La película mezcla el suspense con una atmósfera de creciente paranoia, logrando capturar la atención del espectador desde los primeros minutos. La historia, inspirada en hechos reales, arranca con una premisa potente: un grupo de exmilitares, figuras clave durante el régimen de Pinochet, recluidos en un penal exclusivo, están a punto de ser trasladados a una cárcel común tras un escándalo mediático.

El comienzo del film es sin duda uno de sus puntos fuertes. El director establece un ambiente tenso y claustrofóbico en el que el espectador no sabe exactamente hacia dónde se dirige la historia, lo que contribuye a crear una atmósfera de constante incertidumbre. A medida que avanza la trama, se revelan más detalles sobre las interacciones entre los prisioneros, el personal del penal y aquellos que les sirven desde fuera, como Navarrete, un personaje que parece vivir bajo el dominio de estos exgenerales.

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La película introduce un asesinato que, aunque inicial, actúa como detonante para que el público comience a especular sobre las motivaciones de los personajes y la posible escalada de violencia. Este recurso narrativo funciona bien al principio, generando tensión, pero es en el desarrollo donde “Penal Cordillera” comienza a mostrar sus debilidades.

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El cine de dictadores está de moda en Iberoamérica y en especial en Chile. Foto: Gentileza

Uno de los aspectos más logrados del film es cómo logra despertar emociones intensas en el espectador, especialmente rabia y frustración. La forma en que los dictadores, incluso después de haber sido condenados, siguen exigiendo privilegios y se comportan como si tuvieran derechos superiores, resulta indignante. La arrogancia con la que justifican sus crímenes y su trato despótico hacia aquellos que les rodean – como el mensajero que les lleva regalos de lujo – refuerza esta sensación. El servilismo y el miedo que estos personajes imponen es palpable y logra que el público se cuestione cómo la sombra del poder autoritario sigue presente, incluso tras las rejas.

A pesar de esta capacidad para provocar reacciones fuertes, los personajes en la obra carecen de una verdadera profundidad psicológica. Los exmilitares son retratados de forma estereotipada, como los clásicos villanos de la dictadura, arrogantes y despiadados, pero sin el desarrollo necesario para entender sus complejidades internas. Se echa en falta un trabajo más minucioso en los personajes que permita al espectador ver más allá del simple papel de dictadores y comprender las motivaciones que los llevaron a cometer crímenes tan atroces. De esta manera, la película ofrece una perspectiva demasiado superficial de unos hombres que, aunque responsables de grandes tragedias, también tienen historias personales y contradicciones que podrían haber sido exploradas.

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El personaje de Navarrete, un policía que trabaja para los prisioneros como si fuera su sirviente personal, es uno de los puntos más intrigantes, pero también más problemáticos del film. Desde el principio, se le presenta como alguien sumiso, que parece actuar bajo el peso del miedo y la intimidación. Sin embargo, hacia el final de la película, es él quien desata la violencia más explícita. Este giro es interesante en cuanto plantea la cuestión de cómo la violencia de la dictadura sigue latente en la sociedad, incluso en quienes parecían víctimas o meros subordinados. Sin embargo, su transformación de sirviente sumiso a psicópata asesino ocurre de manera tan repentina y sin el desarrollo necesario, que resulta desconcertante y algo forzada.

El ritmo de “Penal Cordillera” es otro de los aspectos que provoca cierta insatisfacción. Si bien el principio promete una narrativa que mezcla el suspense con una exploración psicológica de los personajes, hacia la mitad del metraje la película parece perder el rumbo. Los conflictos que se plantean no se desarrollan del todo, y varios hilos narrativos se quedan sin resolver o se abordan de manera superficial. Por ejemplo, el misterioso cochecito teledirigido que aparece en varias escenas no termina de tener un propósito claro en la historia. Aunque este elemento podría haber añadido un componente de simbolismo o intriga, su presencia acaba resultando desconcertante y no se explica su relevancia.

Asimismo, el asesinato de los pájaros, otro incidente que debería haber añadido tensión dramática, también queda sin una resolución clara. Esto contribuye a que la película pierda cohesión, y el final abrupto refuerza la sensación de que muchas preguntas quedan sin respuesta.

* David Sánchez es un periodista franco español afincado en Toulouse, centrado especialmente en cine iberoamericano, miembro de la crítica internacional Fipresci. Sitio: https://www.tegustamuchoelcine.com.

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