Por David Sánchez. X: @tegustamuchoelc (*)
“Holy Electricity”, la primera incursión de Tato Kotetishvili como director, tras su destacada carrera como director de fotografía, es un viaje visual y emocional a través de los rincones menos conocidos de Tiflis, Georgia. La película, que debutó en la competencia Cineasti del Presente del Festival de Locarno, es una obra surrealista que navega por la cotidianidad de personajes excéntricos en un entorno urbano decadente.
Desde la escena inicial, donde se lleva a cabo una ceremonia conmemorativa en honor al padre fallecido de Conga (Nika Gongadze), queda claro que “Holy Electricity” es más que una simple narración lineal; es un mosaico de interacciones humanas cargadas de melancolía y absurdismo. Conga, junto con su primo Bart (interpretado por el activista transgénero Nikolo Ghviniashvili), comienza una odisea a través de vertederos de metal, donde los dos buscan objetos para vender en el mercado de pulgas.
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Uno de los momentos más memorables y surrealistas de la película es la escena en la que un conejo recorre una habitación poniendo de relieve lo raro, lo inesperado, muy a juego con la filosofía del festival. La película también nos regala una imagen icónica: una escena a cámara lenta de personas bailando, donde parece que cada movimiento está cargado de violencia contenida, casi como si estuvieran golpeándose. Esta secuencia, que es tanto perturbadora como hipnótica, subraya el tono contemplativo de la película, alejándose del realismo para adentrarse en un territorio más abstracto y onírico.
La película también se detiene en la imagen de un hombre que sube por un vertedero, una escena que captura la lucha silenciosa de los personajes contra su entorno, donde cada movimiento parece una batalla contra la gravedad, tanto literal como figurativamente. Estos momentos, que podrían parecer desconectados de la narrativa principal, contribuyen a la atmósfera de aislamiento y desesperanza que permea toda la película.
Kotetishvili parece estar más interesado en crear una experiencia sensorial que en contar una historia convencional. Esto se refleja en la manera en que filma a los personajes secundarios, que son más que simples acompañantes en el viaje de los protagonistas; son figuras que, aunque excéntricas, reflejan la fragmentación de la vida en la ciudad. Sin embargo, esta misma fragmentación lleva a la película a una cierta monotonía, donde la repetición de situaciones y la falta de desarrollo de los personajes resultan en una experiencia visualmente atractiva, pero emocionalmente distante.
A pesar de sus defectos, “Holy Electricity” es una película que desafía las expectativas. Es una obra que invita a la reflexión, no sólo sobre los personajes que habitan su mundo, sino también sobre la relación del director con la ciudad de Tiflis. Es una exploración de la soledad y la búsqueda de conexión en un entorno que parece indiferente a las luchas individuales. Es, en su esencia, una película contemplativa que, aunque puede no resonar profundamente en todos los espectadores, ofrece un retrato sincero y a menudo inquietante de una ciudad y sus habitantes.
* David Sánchez es un periodista franco español afincado en Toulouse, centrado especialmente en cine iberoamericano, miembro de la crítica internacional Fipresci. Sitio: https://www.tegustamuchoelcine.com.