“Oppenheimer”, la cinta sobre el padre de la bomba atómica, afianzó su posición de favorita en los Óscar, al hacerse este domingo en Londres con siete premios en los BAFTA británicos, entre ellos el de mejor película y mejor director.
El filme, dirigido por Christopher Nolan y que cuenta con trece nominaciones a los Óscar, se llevó además los premios de mejor actor principal (Cillian Murphy) y secundario (Robert Downey jr), fotografía, montaje y mejor música original.
Downey obtenía de este modo su segundo BAFTA, 31 años después de haber logrado el primero con “Chaplin”.
A menos de un mes de la cita de Los Ángeles, el 10 de marzo, el retrato del físico Robert Oppenheimer, interpretado por Murphy, se impuso en el apartado de mejor película ante la francesa “Anatomía de una caída”, “Los asesinos de la luna”, “Los que se quedan” y “Pobres criaturas”.
Las cuatro están también nominadas en el apartado de mejor película en los Oscar.
Inspirado e inspirador
Al recoger el premio, la productora de “Oppenheimer”, Emma Thomas, rindió homenaje a su marido, el director de la película, Christopher Nolan. “Es inspirado e inspirador, brillante, a menudo exasperante, siempre tiene razón. Le estoy increíblemente agradecida a él por dejarme entrar en este viaje”, dijo Thomas.
Por detrás de “Oppenheimer”, la otra película que salió fortalecida de los BAFTA fue “Pobres criaturas”, que recabó cinco premios, entre ellos el de mejor actriz, para Emma Stone. La cinta se hizo además con los premios de vestuario, maquillaje y peinado, dirección artística y efectos especiales.
El filme, una coproducción irlandesa-británica-estadounidense, cuenta la historia de una joven londinense que se escapa con un abogado.
Por su parte, la producción española “La sociedad de la nieve” se quedó sin el premio a mejor película de habla no inglesa, que ganó la coproducción británica-polaca-estadounidense “La zona de interés”.
“La sociedad de la nieve”, del director Juan Antonio Bayona y que narra la tragedia de un equipo de rugby uruguayo en 1972 en los Andes, no pudo repetir el éxito cosechado una semana antes en los Premios Goya, donde se llevó doce estatuillas. En la próxima edición de los Óscar, está nominada en dos categorías: la de mejor película internacional y la de mejor maquillaje y peinado.
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“La zona de interés”, rodada en polaco y alemán, que se llevó tres premios en la ceremonia, cuenta la vida del comandante nazi Rudolf Höss en el campo de exterminio de Auschwitz. “Los muros no son nuevos desde antes o después del Holocausto y parece claro que ahora mismo deberíamos estar preocupados por las muertes de personas inocentes en Gaza, Yemen, Mariúpol o Israel”, afirmó al recoger el premio el productor, el estadounidense James Wilson.
Tras dar la gracias al director británico del filme, Jonathan Glazer, Wilson también mostró su gratitud al jurado de los BAFTA por “reconocer una película que nos pide pensar en esos espacios” en conflicto.
Fuente: AFP
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De Oppenheimer, Einstein, Francisco, Putin, Stoltenberg, la bomba, la guerra y la paz
¿Puede y/o debe decir o abogar por algo que no sea la paz un líder religioso, aunque sea también un jefe de Estado? ¿Puede y/o debe decir o abogar por algo que no sea la guerra un funcionario político y administrativo de una alianza militar?
- Por Ricardo Rivas
- Periodista X: @RtrivasRivas
- Fotos: Gentileza / AFP
En 1991 llegué a Berlín. Dieciocho meses antes había caído la medianera que partía en dos aquella ciudad. Los debates aturdían. ¿Para qué lado cayeron los escombros? ¿Desde qué lugar llegó el impulso final? Los relatos conspiranoicos se multiplicaban. El canciller Helmut Köll rápidamente decidió la reunificación de Alemania sin atender a quienes lo objetaban por razones económicas y financieras. La capital alemana todavía estaba en Bonn.
En el lugar donde desde agosto de 1961 estuvo emplazado “checkpoint charlie” entre 1945 y 1990, quienes parecían ser exsoldados del otrora poderosísimo Ejército Rojo, allí mismo vendían completas o en parte la indumentaria con la que se constituían sus uniformes. Capotes, botones, jinetas de grado. Todo estaba en venta.
Caminar por los pocos espacios libres en medio de cientos de visitantes que andaban por allí obligaba a la lentitud. La mayor demanda en aquel lejano mes de abril eran los ushanka (sombrero de piel con orejeras) grises con la estrella roja incrustada al frente de los que se despojaban quienes aseguraban ser militares desmovilizados y no tener para comer.
Algunos, unos pocos –muy pocos– también ofrecían uniformes norteamericanos, británicos y hasta algunos cascos franceses. Todo para mirar. Todo para ofrecer. Todo para comprar. Todo para llevar como recuerdos de una época que se significaba como el inicio del pacifismo real.
Parado exactamente debajo de las majestuosas Puertas de Brandeburgo los contrastes visuales eran intensos. A un lado las construcciones modélicas de una sociedad capitalista renana –sin exagerados lujos consumistas– pujante, en movimiento intenso y con colores vivos en todas partes. Al otro lado, enormes bloques con apartamentos pintados en la gama de los grises, con las calles casi vacías y las plazas públicas desiertas. El movimiento era escaso. Escenarios bien distintos, por cierto.
Estuve allí solo un par de días. Con un nutrido grupo de compañeros becarios con los que estudiábamos y nos formábamos sobre el proceso de reunificación viajamos unos 610 kilómetros hacia el sudeste para instalarnos en Koblenz (Coblenza), cortada al medio por el Rin en el punto exacto en que confluye con el Mosela, rodeada de viñedos.
BIPOLARIDAD EXTREMA
Corazón del estado federado de Renania-Palatinato, nos explicaron que esa belleza natural en tiempos de bipolaridad extrema era el espacio en donde –según las hipótesis de conflicto políticas y militares– podrían haber llegado cargados de muerte los misiles de corto alcance de las tropas del Pacto de Varsovia que nunca fueron (afortunadamente) disparados.
Allí supimos que miles de soldados alemanes en algunos casos subordinados a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), con motivo de la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), fueron desmovilizados. No eran profesionales de ninguna otra especialidad que la de hacer la guerra.
En Koblenz se vivía en paz “después de casi 40 años de preocuparnos por ser el campo de batalla inmediato de una posible guerra nuclear”, nos dijeron grupos de residentes. En los hoteles en donde nos alojábamos también lo hacían militares que se formaban en la protección del medioambiente. El Estado alemán intentaba reciclarlos para reinsertarlos en la sociedad civil pacificada.
Regresar a Berlín fue diferente. Sabíamos mucho más sobre los efectos políticos y sociales del fin de la Segunda Guerra Mundial, sobre el devenir de la Guerra Fría y pensábamos en las posibilidades reales de la paz, que no imaginábamos ni veíamos con claridad.
Recuerdo que por esos días llegué hasta el punto medio del puente Glienicke, con el que se cruza el río Havel, para viajar desde Berlín hacia Postdam y allí detuve mi andar. En silencio miré hacia ambos lados de esa construcción a la que Steven Spielberg, cuando finalizaba 2015, llamó el Puente de los Espías. No había puestos de vigilancia ni reflectores. Tampoco alambres con púas, soldados soviéticos ni de la NATO armados hasta los dientes. Se circulaba sin limitaciones. Sin peligros.
Durante casi una hora caminé de regreso al punto de encuentro muy cercano al que fuera el búnker donde Adolf Hitler y su estado mayor se convencieron de la derrota y entraron en pánico por la llegada del Ejército ruso hasta el escondite del dictador genocida.
“DISUASIÓN”
En aquella caminata silenciosa creí comprender (e imaginé, como los habitantes de Koblenz) que los líderes de entonces planificaban y construían por y para la paz. Pensé que el modelo geopolítico de posguerra para disuadir y persuadir a partir de la exhibición obscena de los arsenales nucleares que las partes poseían para convencer al adversario de la inviabilidad de una guerra atómica que destruiría a la humanidad se había derrumbado para siempre. ¿Soñé demás cuando tenía 40 años? Tal vez, sí. ¿Se iniciaban los tiempos de la multipolaridad? Quizás.
Alguna vez Albert Einstein sostuvo que “el tiempo no puede definirse en términos absolutos” porque “es relativo” y, en consecuencia, “se estira y se encoge”. Mucho de lo que tiene que ver con Einstein llega desde la historia. Nació el 14 de marzo de 1879 en Alemania, desde donde partió cuando vislumbró que comenzaba la persecución de los judíos que devendría en exterminio. Pero, como él mismo lo probó y explicó, esos larguísimos 145 años que corren desde su nacimiento son poco relevantes.
“En nuestro lenguaje terrestre, una hora nuestra puede ser un siglo en otro planeta y viceversa (porque) no hay un tictac audible en todo el mundo”. Es palabra de Albert Einstein. Sin vueltas, el padre de la teoría de la relatividad general (1915) enseñó a quien quisiera aprenderlo que “el pasado, el presente y el futuro son solo una ilusión”.
Pero en el tránsito de esa ilusión con frecuencia está agazapada la tragedia. Categorizar así la temporalidad y hasta la propia ilusión es ilusorio. Para nada sorprendente que así se exprese un físico, si se quiere. La física –ciencia categorizada como “dura”– desde alguna perspectiva también puede presentarse ante la persona lega como sutil. Y hasta poética como para algunas personas lo es pensar en la infinitud, en el universo, en los misteriosos agujeros negros o en el big bang, por mencionar solo algunos ejemplos caprichosos.
ESPÍRITU POÉTICO
Al parecer, Einstein pensaba así. De hecho, en el fin de una tarde cualquiera cuando se iniciaban los años 70 en el siglo pasado, sentados en torno de una mesa de mármol del inmortal Café Tortoni en el 825 de la avenida Mayo de Buenos Aires, al parecer inaugurado no muy lejos de allí en el 1858, un viejo colega periodista cuyo nombre prefiero preservar –también escritor, guionista cinematográfico, dramaturgo– y viajero incorregible con el que supe compartir algunos años de vida y aprendizajes antes de llegar a mi treintena, sostuvo que “la física y las matemáticas se constituyen además con el espíritu poético que siempre encierran las investigaciones científicas”.
Recuerdo que su palabra –aunque en tono bajo– asemejaba una homilía. Sin que nadie pudiera comprobarlo fehacientemente, sostenía que aquella percepción, cuando estaba cerca de finalizar el mes de marzo en 1925, la había escuchado del mismísimo Albert Einstein. Desde su muy buena memoria, aquel viejo amigo y sabio colega dejó caer en el seno mismo de su acotado auditorio el detalle preciso de que el ingeniero Jorge Duclout, un académico francés radicado en la Argentina poco antes de que finalizara el siglo XIX, “fue quien invitó a Einstein para que visitara este país y quien lo recibió en el puerto junto con una multitud”.
Con un lento trago de coñac desató nuestra ansiedad por saber más. “Le encantaba al alemán (así categorizó al científico visitante) venir al Tortoni y sostener tertulias con otros académicos, siempre acompañado de Duclot”, agregó. Detalló luego con algo de nostalgia que él “era un pibe de apenas 18 años cuando el genio estuvo aquí”. Precisó que cuando el uruguayo Máximo Sáenz entrevistó al físico para (el diario) Crítica en una casona de Belgrano –mi pueblo natal en Buenos Aires, unos 1.160 kilómetros al sur de mi querida Asunción– “lo escuché sorprendido cuando reflexivamente vinculó la física con la poesía”.
Ninguno de los presentes se atrevió a responder ni confrontar aquellos recuerdos puestos en común. Esta noche de viernes emerge como diferente de muchas otras. De hecho, este encuentro parece haber trocado en una cofradía de devotos de la paz con el deseo –y la esperanza profunda– de impulsar y alcanzar el fin de todas las violencias.
Sentado en la vieja mecedora descorché un Pinot Noir Romanée-St-Vivant Marey - Monge del 1995. ¡Fiesta en los copones! Alguna vez, muchos años atrás, mientras recorría la campiña de la región de Côte de Nuits en Borgoña, cerca de Lyon y de la frontera con Suiza, me hice de tres botellas que celosamente mantuve en guarda hasta hoy. Brindamos por la vida. Un breve silencio nos envuelve después de hacerlo.
PERSONAJE
“¡Arrasó ‘Oppenheimer’!”, dijo DG con indisimulado orgullo. La veterana profesora con un Whatsapp aventuró que sería la producción más reconocida. “Enorme ganadora con siete Óscar”, añadió. “¡Qué personaje Oppenheimer. Inventar la bomba que destruyó Hiroshima y Nagasaki y pretender después exhortar al Gobierno norteamericano para que no la use o la use poco... ingenuo o inocente!”, expresó AF en tono de crítica.
Tanto Oppenheimer como Einstein, las dos producciones en las que convergen biografías y creaciones en algunos casos bien fundadas, dan cuenta además de climas epocales. De profundos debates sociales. De pugnas ideológicas. De batallas políticas y personales. De sospechas, sospechados y sospechosos. De amor y desamor. De la libertad y la falta de ella. De pobreza y riquezas. De autoritarios, autoritarismos, desempleos, derrumbes económicos, hambrunas, armamentismo, racismo. Nada queda afuera si a esas atrocidades les añadimos rearmes, expansionismos y los desafortunados resurgimientos de múltiples voluntades supremacistas y fundamentalismos cuyos líderes sustentan sobre falsos discursos religiosos.
El norte europeo sangra. El presidente Vlamidir Putin advierte amenazante a Europa y a la NATO. “Tienen que entender que nosotros también tenemos armas que pueden atacar objetivos en su territorio”; que disponemos de armamento “para golpear a los países occidentales” y hace referencia clara a la eventual utilización del arsenal nuclear ruso que dispone de sistemas “capaces de destruir a la civilización”. El miércoles último fue más allá sin metáforas ni eufemismos: “Rusia está dispuesta a utilizar armas nucleares si existe una amenaza”.
El papa Francisco semanas atrás hizo suyas las palabras de la encíclica Pacem in Terris (1963), en la que Juan XXIII, el pontífice de entonces, consignó que “la posesión de armas atómicas es inmoral” porque “no se excluye que un acontecimiento imprevisible ponga en marcha el aparato de la guerra”. ¿Qué es lo que no se entiende? ¿De esto mismo hablaba Oppenheimer cuando procuraba concienciar a los líderes norteamericanos sobre el peligro que supone disponer de la bomba que él mismo creó? Tal vez. Pero nada lo detuvo en el desarrollo de ese sistema de armas que incineró a quienes habitaban Hiroshima y Nagasaki “para terminar con la guerra”.
La utilización bélica de la Bomba H (como se la llamó popularmente por algunos años) que inventó le pesó por el resto de sus días. “Ahora me he convertido en muerte, el destructor de mundos”, pronunció alguna vez después de las masacres en Japón. La ganadora de siete Óscar relata que Robert Oppenheimer se opuso a un mayor desarrollo nuclear y, por esa intención fue acusado de comunista e investigado por ello. Genio y sospechoso de traición.
En 1963, pese a aquellas acusaciones más cercanas a los códigos de la vanidad de sus Salieris que a su ideología, Oppenheimer fue rehabilitado políticamente por el presidente Lyndon Johnson, quien en 1963 lo galardonó con el premio Enrico Fermi.
Por su parte, Einstein, según cuenta la producción de Netflix, al parecer también se arrepintió de haber enviado una carta al presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt el 2 de agosto de 1939 instándolo a prestar atención a los desarrollos nucleares de los científicos nazis para enriquecer el uranio. Tenía la convicción de haber acelerado el proceso de investigación y desarrollo que la historia conoce como Proyecto Manhattan. Einstein sentía culpa por “la bomba”.
LA GUERRA Y LA PAZ
Tal vez por ello el papa Francisco destaca por su fortaleza a quien en la guerra “tiene el valor de la bandera blanca y negociar” porque “negociar es una palabra valiente” y sostiene que “no (hay) que avergonzarse de negociar antes de que las cosas empeoren”. ¿Puede y/o debe decir o abogar por algo que no sea la paz un líder religioso, aunque sea también un jefe de Estado?
“Ucrania necesita armas, no banderas blancas”, respondió casi de inmediato Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, quien agregó que “si queremos una solución pacífica duradera negociada, la forma de llegar a ella es proporcionar apoyo militar a Ucrania”. ¿Puede y/o debe decir o abogar por algo que no sea la guerra un funcionario político y administrativo designado por un conjunto de 29 países convergentes en una alianza militar?
La madrugada del sábado comienza a clarear. Los silencios son varios y superpuestos. JT, historiador y académico, escuchó más de lo que habló. “Ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba, en la guerra son los padres quienes llevan a los hijos a la tumba. Es palabra del griego Heródoto de Halicarnaso, al que muchos consideran como el padre de la historia occidental”, dijo con estudiado tono doctoral y su nariz casi apoyada sobre la pantalla del smartphone.
La presbicia no perdona después de los 50. “Cómo construir la paz es complejo, por cierto. Pero, si de arsenales nucleares se trata, me quedo con la respuesta de Einstein a Oppenheimer: ‘Ahora es tu turno de lidiar con las consecuencias de tu logro’”, dijo DG.
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Robert Downey Jr., de tocar fondo a la gloria del Óscar
Robert Downey Jr. se llevó ayer domingo el Óscar al mejor actor de reparto por su impecable rol en “Oppenheimer”, bañando con oro una carrera de altibajos, dentro y fuera de la pantalla. El intérprete estadounidense, de 58 años, cerró con la mayor estatuilla de Hollywood una exitosa temporada de premios que lo engalanó de honores por su participación en la cinta de Christopher Nolan sobre las tribulaciones que la bomba atómica le costó a su inventor.
“Quiero agradecer a mi terrible infancia y a la Academia, en ese orden”, abrió su discurso el carismático actor. “Este es mi pequeño secreto: yo necesitaba este trabajo más de lo que él me necesitaba a mí. Chris lo sabía”, prosiguió refiriéndose al director del drama épico que llegó con 13 nominaciones a esta gala.
“Fue fantástico, y me presento aquí, ante ustedes, como un mejor hombre gracias a esto (...). Lo que hacemos es importante, y lo que decimos hacer es importante”, completó. Downey venció en la categoría a Robert De Niro, Ryan Gosling, Sterling K. Brown y Mark Ruffalo.
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La estatuilla le llega tres décadas después de su primera candidatura al Óscar con la biográfica “Chaplin” (1992), de Richard Attenborough, que lo catapultó como uno de los grandes nombres de su generación. La Academia le concedió el anhelado Óscar por un rol atípico de villano en su trayectoria llena de personajes carismáticos y seductores.
Downey interpreta al expresidente de la Comisión de Energía Atómica, Lewis Strauss, en esta cinta épica sobre Robert Oppenheimer. Al comienzo, Strauss parece apenas un contrapunto al imponente Oppenheimer de Cillian Murphy, quien también fue nominado por su rol. Un inocuo burócrata, que, sin brillo, entra y sale de la escena.
Pero a medida que la trama se desenvuelve, el personaje cobra protagonismo y destila su arrogante y ambiciosa esencia. Puede considerarse un camino inverso de algunos de los más famosos roles de Downey, quien dentro y fuera de la pantalla ha conquistado admiración y simpatía.
Auge y caída
Downey Jr. nació el 4 de abril de 1965. Debutó a los cinco años, de la mano de su padre, el director, actor y guionista Robert Downey Sr. Después de algunos roles junto a los talentos emergentes de la época, como Anthony Michael Hall y Molly Ringwald, bautizados como el “Brat Pack”, Downey aterrizó en los zapatos de Charles Chaplin, que le rindió un premio BAFTA y la primera nominación al Óscar. Pero cuando parecía que todo iba en alta, el actor tocó fondo.
La década de los años 1990 estuvo marcada por las consecuencias de su larga adicción a las drogas, que según ha dicho en entrevistas probó por primera vez gracias a su padre, en su infancia, en los tiempos de la contracultura. Downey fue arrestado varias veces entre 1996 y 2001, regalándole a los tabloides fotos policiales. Entró y salió de casas de rehabilitación, y cumplió penas tras las rejas, incluyendo un período de casi un año entre 1999 y 2000.
La adicción le costó trabajos, como su participación en la serie “Ally McBeal”, de donde salió tras uno de sus arrestos. Pero eventualmente emergió de las cenizas. En una entrevista con Oprah Winfrey en 2004, Downey dijo que su último arresto lo hizo reflexionar. “Finalmente me dije: ‘¿sabes qué? No creo que puedo continuar así’. Y busqué ayuda, y la acepté”, ha confesado.
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Junto a Mel Gibson, volvió a la pantalla grande con “El detective cantante” (2003), y en seguida consiguió un rol en la película de suspenso “Gothika”, junto a Halle Berry. Poco a poco, Downey se estableció nuevamente, y en 2008 firmó dos de sus papeles más exitosos en “El hombre de hierro” y “Una guerra de película”.
El último le valió su segunda nominación al Óscar, y el primero, en la piel del excéntrico Tony Stark, lo convirtió en uno de los actores más taquilleros de la industria. También protagonizó “Sherlock Holmes”, así como una secuela, bajo la dirección de Guy Ritchie.
El actor está casado con Susan Downey, con quien tiene dos hijos. Otro, el mayor, es producto de su matrimonio con Deborah Falconer, quien se separó de él en sus años turbulentos. “Quiero agradecer a mi veterinaria, quiero decir, mi esposa, Susan Downey allí”, dijo ayer domingo en su discurso el actor. “Ella me encontró como una mascota de rescate gruñendo... y tu amor me devolvió a la vida. Por eso es que estoy aquí”.
Fuente: AFP.
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Cillian Murphy, de músico de rock a figura de “Oppenheimer”
Poco imaginaba Cillian Murphy, quien escribía canciones con diez años en su Irlanda natal y soñaba con hacer carrera en la música, que un día ganaría un Óscar al mejor actor interpretando a un científico. Murphy, que tocaba en una banda de rock cuando era joven, logró a sus 47 años el máximo galardón para un actor, al ponerse en la piel del padre de la bomba atómica en “Oppenheimer”, dirigida por Christopher Nolan.
“Hicimos una película sobre el hombre que creó la bomba atómica, y para mejor o para peor, vivimos en el mundo de Oppenheimer”, dijo Murphy al recibir la primera estatuilla de su carrera. “Así que realmente quería dedicarle esto a los pacificadores”, agregó. “Ha sido el viaje más alocado, estimulante y creativamente satisfactorio en el que me han llevado en los últimos 20 años”, añadió el intérprete, al agradecerle a Nolan y a la productora Emma Thomas.
El actor se impuso en la categoría sobre cuatro rivales estadounidenses: Paul Giamatti (“Los que se quedan”), Jeffrey Wright (“American Fiction”), Bradley Cooper (“Maestro”) y Colman Domingo (“Rustin”). El actor es una apuesta constante de Nolan, quien lo eligió desde 2005 para seis de sus películas, la última de ellas la exitosa “Oppenheimer”, que recaudó 1.000 millones de dólares en taquilla.
Su interpretación en el filme sobre el científico J. Robert Oppenheimer le valió nuevas distinciones, ya que además del Óscar, ganó un BAFTA -de la academia británica del cine- y un Globo de Oro. “Chris Nolan y Emma Thomas, gracias por ver algo en mí que probablemente ni siquiera yo mismo vi”, había dicho en febrero tras recibir su estatuilla en los BAFTA.
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Debilidad por el teatro
Cillian Murphy nació en mayo de 1976 en Cork, Irlanda, en el seno de una familia con larga tradición en el sector de la educación. En su adolescencia tocaba guitarra y, junto a sus hermanos, formó parte de la banda “Son of Mr. Green Genes”, que recibió una oferta para grabar un álbum. Los hermanos Murphy rechazaron el contrato porque no quisieron dar sus canciones a la casa discográfica por la cantidad de dinero que les proponían.
Pero la experiencia le despertó una pasión de actuar en público, que le hizo descubrir una debilidad por el teatro, donde comenzó a foguearse como actor. “El aspecto más importante de la música es tocar en vivo y cuando pasé al teatro sentí que era algo similar, porque había un intercambio con el público”, añadió. En 1996, en aquellos años musicales, conoció en un concierto a Yvonne McGuinness, con quien se casó en 2004.
Comenzó a estudiar derecho en la Universidad de Cork, en el sur de Irlanda, pero abandonó la facultad para perseguir una carrera como actor, siguiendo la recomendación de un profesor de inglés que lo describió como un “camaleón”. Su primer gran rol en el cine vino en 2002, cuando el director escocés Danny Boyle le dio el protagónico en la película posapocalíptica “Exterminio”.
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En 2005, Nolan eligió a Murphy para participar en “Batman inicia”, la primera parte de su trilogía “El caballero de la noche”, con Christian Bale como el famoso enmascarado. En la televisión se catapultó gracias a la serie “Peaky Blinders” (2103-2022), en la cual encarna al temido Thomas Shelby, el jefe de una familia de la mafia de Birmingham, y que está mayormente ambientada en el período entre las dos grandes guerras que sacudieron a Europa.
En paralelo a su carrera de actor, Murphy participa en campañas sociales, entre ellas dedica tiempo a la organización Focus Ireland que aborda la problemática de personas en situación de calle. El intérprete, conocido por su discreción y por su aversión a las redes sociales y al exceso de atención mediática, vive con su esposa y dos hijos en Irlanda.
Fuente: AFP.
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Christopher Nolan, de “Batman” al Óscar a mejor director
Christopher Nolan, el indiscutible creador de éxitos de Hollywood cuyas ambiciosas producciones seducen por igual a audiencias y seguidores de culto, finalmente confirmó su preeminencia artística ayer domingo al triunfar en los Óscar con “Oppenheimer”. El realizador británico-estadounidense, un perfeccionista obsesivamente puntual y amante del té, quien es conocido por combinar un jugueteo inventivo e intelectual con un énfasis en el realismo, fue declarado mejor director por la Academia.
“A la academia, solo decir que el cine tiene poco más de 100 años. Me refiero a que imaginen estar ahí 100 años en la pintura o el teatro. No sabemos hacia dónde se dirige este increíble viaje. Pero saber que piensan que soy una parte importante significa mucho para mí”, señaló el cineasta al recibir la estatuilla.
Es el punto alto hasta ahora de una carrera que ha llevado a Nolan de querido de las producciones artísticas (“Memento”), pasando a salvador de los superhéroes (la trilogía de “Batman inicia”) hasta raro proveedor de ciencia ficción original (“El origen”, “Interstelar”) en un mercado plagado por secuelas.
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Nolan, de 53 años, estuvo cerca de la gloria del Óscar en el pasado, especialmente con su alucinante cinta épica de 2017 “Dunkerque”. Pero el director, a veces tachado por la crítica de técnico magistral y cineasta de género más que de verdadero autor visionario, nunca había ganado un Óscar antes de “Oppenheimer”, que dominó la gala del domingo con siete estatuillas.
Nacido en 1970, el hijo de un editor de publicidad británico y una aeromoza estadounidense, Nolan tuvo una particular infancia trasatlántica. Después de ver “La guerra de las Galaxias” y un nuevo lanzamiento de “2001: Odisea del espacio” en el cine cuando tenía siete años, Nolan comenzó rápidamente a hacer películas en la vieja cámara Súper 8 de su padre.
Nolan estudió en un internado, y luego optó por un título en literatura inglesa en la Universidad College de Londres, que escogió en parte por sus instalaciones de rodaje. Allí montó una sociedad de cine con su futura productora y esposa, Emma Thomas, con quien se mudó a Los Ángeles luego de graduarse. Nolan saltó a la fama a los 30 años con “Memento”, un filme criminal vanguardista, inteligente y sinuoso, con una narrativa no lineal que se ha convertido en su marca. Fue un éxito de festival y le ganó su primera nominación al Óscar, por guion.
“Orgulloso”
Su gran debut como director de gran presupuesto fue “Insomnia” (2002), protagonizada por Al Pacino en el papel de un policía de Los Ángeles enviado a Alaska a investigar un asesinato. El veterano director Steven Soderbergh había recomendado Nolan a Warner Bros., y luego reveló detalles de una conversación que tuvo con Pacino en el set de la película.
“Te puedo decir ahora mismo, en algún punto en el futuro próximo, voy a estar muy orgulloso de decir que estuve ‘en una película de Christopher Nolan’”, le dijo Pacino a Soderbergh. El éxito de la película le permitió a Nolan proponer su descarnada visión realista para las nuevas películas de Batman que el estudio estaba planeando.
“Batman inicia” dio pie a una trilogía de películas dirigidas por Nolan, con Christian Bale en el papel del enmascarado. La segunda parte, “Batman: El caballero de la noche”, es considerada con frecuencia la mejor película de superhéroes jamás hecha. Fue la primera en recaudar 1.000 millones de dólares y la primera en generar un Óscar por actuación, la estatuilla póstuma que recayó en Heath Ledger como el villano Guasón.
La tercera, “Batman: El caballero de la noche asciende”, conquistó menos elogios, pero se convirtió en el mayor éxito comercial de su carrera, que ya acumula más de 6.000 millones de taquilla. En medio, Nolan lanzó “El gran truco”, un suspenso de época sobre el duelo entre dos magos -interpretados por Bale y Hugh Jackman-, y “El origen”.
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Nuclear
“El origen”, una película de intriga tremendamente ambiciosa, en la que Leonardo DiCaprio y Marion Cotillard saltan entre mundos de ensueño encadenados, consolidó la reputación de Nolan como un cineasta de Hollywood único que podía obtener grandes presupuestos y un control creativo total para películas originales, y aun así generar lucro.
Ganó cuatro premios Óscar, incluyendo uno por sus impresionantes efectos visuales, y le dio a Nolan su primera nominación individual desde “Memento”. Su siguiente producción original de ciencia ficción, “Interestelar”, se llevó otro Óscar por efectos visuales e inició su colaboración con con el estimado físico teórico Kip Thorne.
Después, el director miró al pasado con “Dunkerque”, una tensa narración de la evacuación de cientos de miles de tropas aliadas de una playa del norte de Francia durante la Segunda Guerra Mundial. La película le dio su primera candidatura como mejor director, y su ambientación en los años 1940 presagiaba “Oppenheimer”.
Su siguiente película, “Tenet”, otra ambiciosa producción de ciencia ficción, le trajo el interés por la destrucción nuclear. Pero fue la lectura de “Prometeo Americano”, la biografía de 2005 ganadora de un Pulitzer sobre el padre de la bomba atómica, J. Robert Oppenheimer, la que lo colocó en el camino que finalmente le daría la gloria del Óscar.
Fuente: AFP.