Este domingo, a partir de las 14:00, quedará habilitada la exposición “Los colores de la imaginación”, de Sebastián Boesmi, en la galería Fuga, ubicada en Alfredo Seinferheld 5.144 casi Charles de Gaulle, en Asunción. Hoy podrán apreciarse las pinturas hasta las 21:00; para cita previa de visitas se indica el teléfono 0981 555-613.
Se trata de la exposición individual número 18 del artista y en esta ocasión presentarán obras recientes en formatos bidimensionales y tridimensionales. La selección está compuesta por una colección de pinturas que tienen al color como hilo conductor. También se presentarán esculturas hechas con luz de neón, pero esta vez saliendo del formato figurativo y adentrándose a la escultura abstracta con luz.
La muestra estará activa durante un mes y medio y se concretan visitas con cita previa. El texto de sala es de Damián Cabrera y la curaduría es de Bettina Brizuela y Sebastián Boesmi. Nacido en Salta (Argentina), el 22 de diciembre de 1980, el artista vive y trabaja entre Madrid (España) y Asunción (Paraguay).
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Es licenciado en Artes Visuales por el Instituto Superior de Arte (ISA) de la Universidad Nacional de Asunción (UNA) y máster en Investigación en Arte y Creación en la Universidad Complutense de Madrid. Expone regularmente desde el 2007 en galerías, museos e instituciones, entre ellos el Festival Proyector en la Sala Alcalá 31 de la capital española.
“Mi trabajo es muy similar a mi vida. Son imágenes llenas de vivencias íntimas, con una suerte de ritmo y cadencia muy personal que hablan en un porcentaje considerable de una profunda necesidad de no olvidar la dimensión estética y placentera del arte contemporáneo. Me interesa que mi vida cambie todo el tiempo y con ella que evolucione la forma de expresarme y la forma de ver y pensar el arte contemporáneo”, señaló Boesmi.
Realizó residencias artísticas en la Comisión de UNesco en Andorra, la Cité Internacional des Arts en París y Marma Art Projects en Berlín. En los últimos años vivió trabajo en Ámsterdam, Johannesburgo, Miami, Barcelona y Nueva York. En Asunción se destacan sus exposiciones individuales y colectivas en las galerías Fábrica, Casa Mayor, Colección de Arte Verónica Torres, Fundación Migliorisi, Museo Nacional de Bellas Artes, Centro de Artes Visuales Museo del Barro en Asunción Paraguay, entre otras.
Imagen y color
La aproximación pictórica a la imagen supone un ejercicio de inversión en el que distintas capas de mediación intensifican una distancia: una impresión visual alcanza la sensibilidad del ojo; la mirada opera una reconversión imaginaria; esta se traduce mecánicamente a través de la fuerza mediadora del cuerpo y los artefactos que auxilian en el asentamiento de pigmentos sobre otra superficie. Capa tras capa, la impresión visual se aleja del primer impulso; y, no obstante, la pintura ha sido interpretada como una búsqueda desesperada de aproximación –al impulso, a la verdad de la imagen–. Incluso cuando nos referimos a aquella imagen que no proviene del horizonte de lo concreto, sino de las comarcas emocionales o ideológicas.
La pintura es también una orquestación del color. La mirada profundiza aspectos sensibles tanto del mundo concreto y material –que se corresponde con la vida física– como de las operaciones mentales que involucran el discurso o las ideas. Articulado en clave de lenguaje, el color asume roles semánticos que, por temperatura o por contraste, devienen forma sensible intensificada. Por medio del gesto pictórico fue posible, en algún momento, alcanzar las verdades imaginadas del mundo, y su materialización sobre las superficies –en Occidente, el lienzo será el destino hegemónico de esta práctica– supuso un desafío de límites que solo la poesía es capaz de franquear.
La obra reciente de Sebastián Boesmi se conecta con momentos elementales del gesto pictórico, arrojados a un contexto en que la hegemonía de las imágenes visuales ha sido tomada por el asalto de las digitales. Como otros artistas interpelados por este desplazamiento, Boesmi participa de un linaje cuya cronología biográfica permitió experimentar dicha transición, y esto mismo le ha conferido las herramientas necesarias para ejecutar el retorno.
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No se trata apenas de un dejo nostálgico, sino de una práctica que tiene fundamentos profundos en los mecanismos que permiten a los humanos interpretar y aprehender la realidad. Las computadoras, los teléfonos celulares y smartphones llevan apenas pocas décadas entre nosotros, pero hace decenas de miles de años que los seres humanos hemos entrenado el pulso para sostener un pincel e inscribir sobre las superficies los deseos y los sueños.
Las pinturas que Boesmi exhibe en esta exposición se desplazan a veces de forma tensa –por los contrastes– entre tonos cálidos y fríos; lo cual subraya una sensación de movimiento, ya anunciada, a su vez, en el manejo de las formas. Pero el artista también asume las gradaciones que convocan sentidos de artificialidad –logrados acaso gracias al empleo de pintura acrílica–. Estos colores no naturales permiten establecer un derrotero que contorna tonalidades presentes tanto en el mundo industrial, como en las fronteras cósmicas o digitales. Arrojadas a este paisaje cromático, las formas orgánicas parecen sucumbir ante lo inorgánico, y son devoradas por ello.
Esta sensación es recuperada en el enfoque que Boesmi aplica al trabajo de la forma, en que patrones curvilíneos no siempre aluden a la libertad de lo orgánico, sino a las formas caóticas –y bellas– resultantes de la exposición a fuerzas desintegradoras. El artista actúa desde un asombro ante las inconmensurables potencias cósmicas, frente las cuales la fragilidad de todo cuerpo orgánico sería incapaz de preservar su estabilidad.
Boesmi se refiere a una de las formas que asumirían las materias ante estas fuerzas físicas: en su pieza spaghettificación IV: Desde aquí puedes ver las estrellas, las líneas son trabajadas desde el trazo delgado y curvilíneo, remitiendo no sólo a la forma de spaghetti, sino al trazo escritural o del dibujo –abordado con frecuencia por el artista desde una iconografía propia, emparentada con la ilustración y la estética del arte urbano–.
El modo en que Boesmi elabora sus composiciones también refuerza los movimientos de oposición e integración que afloran en la reunión de lo orgánico y lo digital: volúmenes mayores son interferidos por porciones menores que en ocasiones reproducen el mismo motivo, invocando un sentido de fragmentación y que acaso se corresponde con el lenguaje digital en que la información visual procede de bits. El todo está hecho de partes pequeñas.
Estos bits son aludidos por medio de la representación pictórica del pixel, recurrente en algunas piezas del artista, en que se enfoca nuevamente en la colisión entre las formas de tendencia orgánica y los patrones geometrizantes –que claramente remiten al pixel–, como se observa en Compressed portrait o en la enigmática Liquid Glitch.
En esta serie, Boesmi no abandona formas festivas que ha desarrollado en su iconografía: se trata de animales esquematizados o híbridos, abordados, como se ha mencionado, con enfoque de ilustración, en cuya línea destaca especialmente la pieza “Open up, say Wellcome”. En tanto su ironía y humor oscuro son convocados por la forma antropomorfa y futurista de Gafas VR y collar de perlas, una anticipación exagerada de las apariencias que podrían ser asumidas ante una eventual intensificación de la hegemonía de lo digital como mediadora de la experiencia humana.
Una de las piezas más enigmáticas de la serie es Demiurgo: “You have to believe it”. Condensa los sentidos de absorción relacionados, precisamente, con la experiencia de la mirada expuesta ante una heterogeneidad de medios, pero fundamentalmente una actitud de apertura: la posibilidad de transformar y ser transformado por el contexto.
El Demiurgo de Boesmi atraviesa acaso los portales cromáticos que el artista desarrolla, y que se refieren al ámbito liminal de la configuración visual tanto pictórica como digital: esos portales condensan quizás un sentido de intermedialidad: el paso por la aduana de las imágenes, independientemente de la tecnología de representación que se emplee. O, incluso, se trata de la frontera de la traducción, de todas las traducciones: cuando una realidad asume una forma sensible y luego es capaz de pasar a otra.
Y, precisamente porque el color es también luz, porque se trata del modo en que las materias son capaces de absorber y devolver a la mirada espectros de luz, Boesmi busca manipularla. Sus esculturas y objetos de neón le permiten efectuar la proeza imaginada de pintar ya no con tinta sino con la propia luz, con el propio efecto intensificado de la manipulación matérica implicada en el acto pictórico.
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En su pintura S.T. el pixel es el motivo principal. Representado sin pretensiones perfeccionistas el pixel es sometido al dominio del pulso inexacto que traslada la imagen resultante de la ingeniería digital al campo inestable de la pintura. Se trata de una operación de justicia poética que no radica en punir la imagen digital sino en abrazarla por medio del trazo pictórico, exponerla un horizonte cuyo denominador común es la sensibilidad visual humana.
Finalmente, Boesmi flirtea con el abandono del lenguaje, a partir de una tendencia abstraccionista con se vuelve antítesis y argumento principal de su alocución pictórica. En Nada que demostrar, la pintura se distancia de la figuración, incluso de los elementos geometrizantes que representan el universo digital que le interpela, o las esquematizaciones de motivos orgánicos, para dejar que la pintura hable desde la elocuencia del color.
Este lugar, el del imaginado, el de la pura intensidad que arde ante los ojos analógicos y digitales, es el de la verdad última de una preocupación del artista que radica en el color. Desde allí los antiguos que empezaron a desarrollar el lenguaje de las palabras, aprendieron a reconocer el lenguaje de las cosas. Hoy, el color de las frutas maduras y el de los animales venenosos tiene cosas que decir sobre la expansión de la frontera espacial a las dimensiones digitales que brillan en la palma de las manos.
Damián Cabrera, octubre de 2022.