Con solo 45 años, un día como hoy, 24 de noviembre, el corazón de Freddie Mercury dejaba de latir para desconsuelo de sus millones de fans alrededor del mundo. Pasaron treinta años de aquel luctuoso episodio en que la vida de una de las más grandes estrellas la música se apagaba a causa de una bronconeumonía complicada por el VIH.

“Ha llegado el tiempo de que mis amigos y todos mis fans alrededor del mundo conozcan la verdad y espero que todo el mundo se una a mí, a mis médicos y a todos los que están luchando contra esta terrible enfermedad para luchar contra ella”, decía Freddie en un comunicado emitido un día antes de su muerte.

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Con el escrito quería aclarar todos los rumores que giraban en torno a su salud y a su vida privada, y dar visibilidad y dignidad a quienes como él se veían afectados por la epidemia que azotaba especialmente a la comunidad homosexual a la que él pertenecía.

“Respondiendo a las informaciones y conjeturas que sobre mí han aparecido en la prensa desde hace dos semanas, deseo confirmar que he dado positivo en las pruebas del virus y que tengo sida. Sentí que era correcto mantener esta información en privado para proteger la privacidad de quienes me rodean”, afirmaba en el mensaje.

“Mi privacidad siempre ha sido especial para mí y soy famoso por casi no dar entrevistas. Por favor entiendan que esa política continuará”, concluía la nota que había redactado ese viernes 22 de noviembre de 1991, ayudado por Jim Beach, manager de Queen, y que se difundía a la mañana siguiente. Lo que nadie suponía era que el cantante dejaría de existir tan solo un día después de aquella declaración.

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“La reacción de Freddie ante su enfermedad fue de total incredulidad. No se hundió hasta las últimas semanas, cuando realmente se estaba muriendo”, contó Peter Freestone, su asistente personal y amigo, quien confesó que el artista dejó de tomar los cócteles que lo mantenían con vida dos semanas antes de su final, porque quería “controlar” su enfermedad.

“Tenía el control, aunque la enfermedad lo estaba matando”, señaló Freestone, quien trabajó por más de una década para Freddie. Relató que el músico decidió que solo tomaría sus calmantes y que “sabía” que su enfermedad eventualmente lo mataría. “No quería más drogas que lo mantuvieran vivo”, afirmó.

Fue su decisión

Coincidiendo con las expresiones de Peter, Mary Austin, el eterno amor de Freddie Mercury, dijo en una entrevista que “fue decisión de Freddie terminar todo. Su calidad de vida había cambiado dramáticamente y cada día sufría más dolor. Había perdido la vista, su cuerpo era cada día más débil”.

Mary, su primera y única novia, fue quien, a mediados de 1987, le insistió para acudiera al médico a hacerse un test de VIH. El diagnóstico fue positivo, pero el artista solo le contó a su círculo más íntimo, incluido Jim Hutton, su pareja, a quien había conocido apenas dos años antes y quien decidió quedarse junto a él a pesar de la situación.

La usina de rumores sobre su vida sexual y su estado de salud no paraba, se alimentaba especialmente de las informaciones que fueron apareciendo en la prensa amarillista gracias a los datos brindados por Paul Prenter, examante, asistente y mánager de Mercury, a cambio de dinero.

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Freddie Mercury en 1980. Foto: Michael Montfort.

Cuando el escándalo se esparció a una velocidad pasmosa, beneficiándose de la sed de sensacionalismo del público y en la homofobia reinante, Freddie se refugió en su trabajo y en las personas de su entorno. Producía cada vez más, pero salía cada vez menos; empezó a perder peso y era cada vez más consciente de que ya no le quedaba mucho por delante.

Freddie Mercury hizo su última aparición pública el 18 de febrero de 1990, durante la premiación de los Brit Awards donde sorprendió por un aspecto bastante desmejorado; lucía muy flaco y sin bigote. La prensa daba por hecho de que el músico estaba muy enfermo. “Freddie no tiene sida. Solo está pagando momentáneamente una vida salvaje de rockero”, decían sus compañeros Roger Taylor y Brian May cuando se les abordaba sobre el estado del cantante, tratando de ocultar lo que verdaderamente estaba pasando.

El líder de Queen pasó las últimas semanas de su vida en Garden Lodge, una mansión de 28 habitaciones de estilo georgiano al oeste de Londres. Había abandonado la música y se dedicaba a otra de sus pasiones artísticas, la pintura, un hobbie que había abandonado tras su graduación en Arte y Diseño Gráfico. Eso lo calmaba y lo conectaba con la esencia de la vida misma hacía el final de sus días.

Su herencia

En su testamento, que se haría público en mayo de 1992, decía que dejaba casi toda su herencia a su gran amor de la juventud, Mary Austin. Valorada al cambio de hoy, serían unos 37 millones de libras esterlinas, entre casas y activos líquidos. Pero no solo eso. También le dejaba la tajada más codiciada: la parte proporcional de los derechos de autor de todo su legado artístico como miembro de la multimillonaria banda. Una noticia realmente inesperada.

“Algunos fans incluso me dijeron que yo solo era el ama de llaves de la casa. Eso me dolió. Sé que algunos de los amigos gais de Freddie se sorprendieron de lo mucho que me dejó en herencia, que pensaron que la casa les correspondía a ellos”, declaró alguna vez Mary Austin, quien hoy tiene 70 años y sigue viviendo en la mansión londinense que perteneció al músico.

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Freddie y Mary vivieron juntos como pareja durante seis años. Nunca se casaron. Mercury reveló a Austin que era gay en 1976, aunque Mary declaró que llevaba notando un comportamiento extraño en él durante dos años. “Sabía que no estaba siendo sincero consigo mismo”, confesaría después.

Los meses posteriores a la muerte de Freddie fueron los más solitarios y difíciles de su vida, según dijo. “Tuve muchos problemas para aceptar que se había ido y todo lo que me había dejado”, señaló Mary, quien hasta el día de hoy guarda uno de los secretos mejor guardados del rock: el sitio donde esparció las cenizas del legendario cantante de Queen.

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