Por Jorge Coronel - contacto@jorgecoronel.com
Fotos: Gentileza Olga Castreno y Teletorpedo.
Verborrágico, sarcástico, elocuente. Aunque responda por correo electrónico a nuestras preguntas, el sello inconfundible de “El salmón” es una marca indeleble de su tinta (o de su teclado). Días después del lanzamiento global de su nuevo álbum “Dios los cría”, el argentino Andrés Calamaro (59) habla sin filtros y se deshace en elogios sobre su inquebrantable conexión con el Paraguay.
¿Qué hizo de Andrés Calamaro el artista argentino que más pasión despierta y convoca en Paraguay? Descendiente de su gran escuela de rock de los ’80, Los Abuelos de la Nada -liderada por el fallecido Miguel Abuelo-, y heredero de la dinamita que explosionó junto a Ariel Rot en el pop rock iberoamericano de los ’90, con Los Rodríguez, por su sangre corren los fluidos, inspirados y densos surcos del rock latinoamericano de autor.
Con menos concesiones que exabruptos, Calamaro hizo y deshizo su camino tantas veces como pudo. Desde su explosión solista con “Alta suciedad” (1997), pasando por su catártico “Honestidad brutal” (1999) y el imponente “El salmón” (2000); el argentino hizo lo que quiso, lejos de la misma dictadura de las discográficas.
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Como cuando, en 2006, grabó un disco exclusivamente de tangos en “Tinta roja”; o como cuando se alió con otro peso pesado de su país, Litto Nebbia, en “El palacio de las flores” (2007). Desde allí, volvió a la carga con paisajes luminosos, como los de “La lengua popular” (2007) -con el que volvió a nuestro país después de diez años de su debut, en el 2008-; entre su impronta eléctrica y experimental en discos como “On the rock” (2010), “Volumen 11” (2016) y “Cargar la suerte” (2018).
También saltó a las grabaciones en vivo -algunas compartidas con selectos colegas-, como “El regreso” (2005), junto con músicos de la Bersuit Vergaravat; “Dos son multitud” (2008), con los españoles de Fito & Fitipaldis e “Hijos del Pueblo”, que registró la gira realizada con el mexicano Enrique Bunbury (2015).
En el medio, colaboró con una lista interminable de músicos: desde Auténticos Decadentes, Fito Páez, Coti e Intoxicados, hasta Juanes, Pereza, Loquillo y Juan Gabriel. Entre aquellas perlitas, destaca la “Ranchada de los paraguayos” (2003) -con letra del uruguayo Jorge Larrosa-, sobre un clan de presos paraguayos en una penitenciaría argentina.
Sus colegas latinoamericanos nunca dejaron de rendirle tributo, como ocurriera con los álbumes “Calamaro querido!” (2006), con reversiones de sus creaciones a cargo de nombres como Fabulosos Cadillacs, Fito Páez, Joaquín Sabina, Julieta Venegas, Niña Pastori y Soledad.
¿Por qué nos parece relevante reseñar semejante vaivén de grabaciones y colaboraciones, tanto propias, como de terceros? Porque no nos debiera sorprender que, en este aún pandémico 2021, Calamaro decida rendirse un propio homenaje, esta vez de la mano de primerísimas figuras que incluye a Julio Iglesias, Raphael, Alejandro Sanz, Carlos Vives, Lila Downs, Mon Laferte, Juanes, Julieta Venegas, Sebastián Yatra y León Gieco, entre otros. El repertorio incluye reversiones de clásicos como “Flaca”, “Paloma” o “Tuyo siempre”, pero también canciones de los lejanos ’80 como “Pasemos a otro tema”, entre joyitas más ocultas de su cancionero, como “Gaviotas”.
El aislamiento del confinamiento, entonces, significa para la discografía de Andrés la apertura global de un material cuya génesis tuvo lugar en el 2016, durante la gira “Licencia para cantar” -que lo había traído a Asunción en formato acústico, en un llenísimo teatro del BCP-, y que concluyó con la producción de Carlos Narea. Un material que lo tiene todo para conquistar en los Latin Grammys y acercarse a las nuevas generaciones.
-¿Qué es lo que más y menos se extraña de aquellos eternos meses de gira?
-La gira es una zona de confort en el Titanic… Una persona normal extrañaría enfocarse en dos o tres cosas y olvidarse de todo lo demás. Luego de una interrupción de un año y medio so far, echamos de menos hasta las esperas en los aeropuertos.
-¿Cómo se materializa la tremenda empresa de grabar en “Dios los cría…” estas canciones tan significativas junto a colegas, muchos de ellos considerados leyendas vivas de la canción?
-Elegimos a la única persona capaz de enhebrar todos los hilos en una misma aguja. Lo buscamos en Sevilla y responde al nombre de Carlos (Narea), un hombre que hereda ADN musical, alguien capaz de reunir cuarenta cantantes y a Brian May para cantar “La Quinta” de Beethoven. Le he visto solventando empresas aún más complicadas. Pero cantar en un mismo disco con estos cantantes seguía siendo imposible.
-El dream team incluye a primerísimas figuras de distintos géneros y generaciones ¿Cómo empezaste a barajar la lista de artistas y cómo se llegó a la selección final?
-No era consciente de lo que estaba naciendo. No se me ocurre otra respuesta. Nadie en su sano juicio se atreve a interrumpir la siesta de estos consagrados, mucho menos para convidarles con textos de la horma del rock. Ahora es cuando miro a los ojos lo que hemos hecho.
-La selección escapa al rótulo de “Grandes éxitos”, que si bien los hay, también se enciende con perlitas de tu repertorio que hasta ahora no habían tenido amplia difusión, pero que -de alguna manera- son emblemáticos en tu discografía y tu público más fiel (Gaviotas, Mi bandera…) ¿Cómo se llegó a esa selección?
-“Gaviotas” y “Mi bandera” son dos de mis obras más afortunadas. Como “Las rimas” y “El tilín del corazón”. El repertorio es un vino que se decanta en el oxígeno y el tiempo, es ahora cuando cunde y se expande para recrearse en su propia dimensión metafísica. Mientras hacemos discos nos comportamos como soldados en una trinchera, pasa el tiempo y nos encontramos de frente con lo que hicimos. O de costado.
-El compás en 4/4 del bolero es una constante en los arreglos. ¿Qué es lo que más te fascina de ese género?
-El bolero tiene hechuras de Standard Americano, no tan evolutivo como el tango pero sujeto a la clave afrolatina, en sí mismo un cuatro o casi un cinco. Un eslabón perdido el bolero… A nosotros nos permitió transitar pianos aromados por Bill Evans, guitarras de arte flamenco, trompetas de cuero y arreglos polenta, en un histórico mano a mano, un encierro con las mejores ganaderías, simultáneas de ajedrez, mancuernas imposibles fuera de la órbita de cualquier gobierno.
El bolero nos gusta mariachi con Javier Solís, salado como el de Rolando Laserie, Boricua en Daniel Santos, chévere bolero si lo canta el sonero número uno, triple en los tríos de tres voces y tres guitarras. Hasta Los Beatles cantan bolero en “Let it Be”. Standard universal en castellano.
-¿Se puede considerar la inclusión de aquellos “Lados B” como un acto de justicia o reivindicación para esas canciones?
-Las canciones no esperan justicia ni piedad, están en otra. No son personas humanas reclamando más nada. Un artista musical es la suma de las derrotas y los triunfos, tanto y como los boxeadores. No somos las quince canciones que han gustado al público en la radio, somos a pesar de eso. El iceberg que hunde al Titanic es el que no se ve, el que reposa pesado debajo del nivel del mar.
-Cada artista que te acompaña es, en sí mismo, un universo particular ¿Cuáles serían los tres duetos de este álbum que te parecieron, esencialmente, sublimes?
-León Gieco lo hace sublime, como Milton Nascimento y Fernando Cabrera. Cantar al alimón con Julio Iglesias o Raphael es como hablar con el viento y que el viento responda. No estaba en mis planes semejante terremoto de sensaciones. Tampoco quiero pecar de desprecios por omisión.
-Anteriormente ya habías compartido grabaciones con Julio Iglesias y Raphael ¿Cuál es la responsabilidad más grande de sumar a esas leyendas a una grabación tan íntima y personal?
-Bien dicho. Me abruma un poco pensar en el disco que acabamos de publicar. Mientras grabamos somos soldados, enfocados en la eficacia y el servicio. “Cantar al duende” no es algo que con la voluntad se consiga, ocurre sin darse uno cuenta. Darse cuenta es el momento de romperse la camisa y aprender a llorar.
-Entre estas colaboraciones, llama particularmente la atención la de Sebastián Yatra en “Paloma”, que viene del “mainstream” de la música urbana ¿Qué es lo que más te divierte del contraste de estas fusiones?
-“Paloma” es sagrada para el público que asiste a los recitales, cantarla con Sebastián responde a nuestro estilo informal, nada más cantamos y nada menos. Un intercambio de buenos y sencillos modales, exhibición de respeto cordial. Marcamos la pauta de los cantantes.
-Podría inferirse que la inclusión de Yatra apunta a un nuevo público “centennial”, que hoy responde especialmente a las tendencias del género urbano ¿Cómo analizás el alcance de tu obra hacia las nuevas generaciones?
-Quizás me rechacen en las cavernas millenials y me adopte una siguiente generación. No lo había pensado. Viejo es el viento.
-Las dos voces argentinas que te acompañan en este álbum son la de León Gieco y Vicentico. Más allá del vínculo personal, ¿podríamos asumir que son tus cantantes argentinos vivos favoritos?
-Si sumamos a Ricardo Iorio, entonces sí. León es nuestro artista más grande y valorado, y Gabriel (Vicentico) le sigue. Ricardo abraza el honor y la gloria mientras brinda al viento por miles de árboles de navidad incendiados. Si a la música argentina la representan estos tres, estamos en muy buenas manos.
-¿Con qué voces hispanoamericanas que ya no están en este plano (fallecidas) te hubiera encantando cantar?
-No me pida contestar esta pregunta. Brillan en su ausencia.
-Un encuentro que se volvió viral en 2019 fue el caluroso y espontáneo encuentro que tuviste junto a Ricky Martin, en la ceremonia de los Latin Grammy. En las imágenes se distingue un gesto de admiración mutua, ¿qué canción tuya te gustaría compartir con Ricky en algún disco o concierto venidero?
-Me gustaría mucho cantar con Ricky Martin. Algo saleroso, cosa buena de Puerto Rico o que se le asemeje. Hace unos años cantaron un mano a mano con Gabriel (Vicentico) y quedó impecable. Lo mismo en vivo que para un disco, espero que me llame... o le llamo.
-De todas formas, pareciera que muchos cómplices de la canción quedaron fuera de la producción: pensamos en nombres como Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat y Ricardo Iorio. ¿Hay proyectos de una segunda edición?
-Si me das a Joaquín Sabina, Ricardo y Willie Nelson, grabamos ayer.
-Una grabación postergada, que finalmente se concretó en este disco fue la que compartieron con Alejandro Sanz. ¿Qué recuerdos quedan del primer encuentro, a finales de los ’90, y cómo los encontró la reunión para esta versión?
Nos conocimos en los primeros compases de los años aquellos y nos hemos visto muchas veces. Presumo de olvidos y los recuerdos respetan mi decisión. Nos conocemos de recién llegados al cotarro pero ya hechos como músicos, compartimos episodios que ya podemos recordar con una media sonrisa, y nos encontramos para grabar el video de “Flaca” luego de las grabaciones. Sanz acaricia los versos como un torero, es estudioso del flamenco y ha sabido apropiarse del pellizco justo.
-“Gaviotas” y “Horizontes” funcionan a la perfección como un apoteósico final desde las oscuridades de “El salmón” (2000)... el sentimiento que le imprimen (Saúl) Hernández y (Fernando) Cabrera son desbordantes. Ambas canciones transitan la densidad, pero desde una visión muy esperanzadora ¿Qué te gustaría transmitir con ambos textos?
-No lo pensé en su momento. Algo ocurre con las letras de las canciones o con algunas: de poco van mostrando sus cartas escondidas, cada verso puede disparar una metáfora que en el tiempo se extiende, que en el tiempo se interpreta. Estas dos canciones, y sus versos, dimensionan la melancolía hacia un estadio de encanto (y desencanto) que saca la esperanza de las piedras.
-Es irónico que el trabajo de un artista ateo se titule “Dios los cría…” ¿Por dónde transitan las creencias actuales de Calamaro?
-Dios como generador de dos abstracciones metafísicas que se potencian en una frase que quizás no diga nada. Para el nombre del disco me inspiró el spaghetti western.
-Tanto en lo creativo como en lo industrial, España ha sido un territorio fundamental para tu carrera, y eso también queda plasmado en el álbum. ¿Cuál sentís que ha sido tu principal legado a la escena española, y la principal influencia española hacia tu obra?
-Mi humilde abrazo a la tauromaquia y el arte flamenco me han impreso en un estatus insospechado para mí hace no tantos años. Toros y flamenco como una misma sustancia. Luego me han permitido sentarme en tertulias buenas, me han abierto las puertas de la ganadería brava donde fui obsequiado con la vida de una becerra tordilla manchada.
-Este año se cumplieron 15 años del lanzamiento de “Tinta roja”, aquel disco con versiones de tangos, producido por Javier Limón en 2006. ¿Qué balance te merece aquel lanzamiento?
-Quizás un disco que espera aún la validación del tiempo y el destino. Debería haberlo firmado al alimón con Niño Josele y quizás se hubiera explicado mejor. Quizás alguien haya escuchado más tangos descubiertos en “Tinta roja”. Es un disco que grabaría cada semana, volvería a cantarlo todo el tiempo.
-¿Qué te sucede cuando reescuchás, hoy, aquella producción?
-No tengo la costumbre de escuchar los discos. Me preocupa no gustarme cantando.
-¿Analizás el éxito de tus obras según la recepción del mercado, o sentís que ya cruzaste esa barrera?
-Soy un analista de los subsuelos de mi oficio, esta mafia en donde quedan personas que aman los discos. Desconozco cómo se presenta el éxito en estos tiempos, no sé a qué equivale un millón de discos de antaño.
-Es conocida tu afición por la tecnología, la adaptación a las nuevas formas de grabaciones y plataformas digitales, ¿qué es lo mejor y lo peor de escuchar/descubrir música a través de aplicaciones como Spotify?
-Qué va... sigo atado al siglo veinte y ni recuerdo las contraseñas. Los músicos tenemos nuestra propia forma de escuchar música como avalancha de información sutil. En los acordes de “My Funny Valentine” (de Frank Sinatra) vemos más colores que un ciego, las profundidades del alma, si es que existe. Los accesorios son accesorios, escuchar música es verla y mirarla. Plataformas en las habitaciones de los hoteles; long play para escuchar como quien va a misa y CD para escuchar veinte veces el mismo disco en repetición constante. La música son miles de tesoros; hay que querer encontrarlos y saber cómo.
-La puesta sonora de “Dios los cría...” es esencialmente acústica, ¿cómo te estás planteando el formato y el sonido de la gira que iniciarán en 2022?
-”Dios los cría…” responde a la gira “Licencia para cantar”. La próxima gira es la vuelta del rock epicúreo con guitarras eléctricas, la glorificación del repertorio ahora vindicado en el arte de estas alucinantes gargantas.
-El cambio de formaciones ha sido una constante en la banda que te acompaña en vivo ¿Confesarías cuáles son o fueron tus acompañantes instrumentales favoritos?
-Cambiamos lo menos posible, asimismo nos rozamos con músicos todo el tiempo. Solo nos juntamos especialistas con un credo. No doy indicaciones en los ensayos, no me consta si mis compañeros escuchan los discos o responden a instintos particulares. El ensayo es nuestra materia prima. En la libertad interpretando, encontramos la horma como grupo y como individuos. De estas bandas salen algunos de los músicos brillantes del mundo. Para la vuelta de la gira, detallitos. Me he rodeado de los mejores, espero que los mejores digan lo mismo de mí.
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-Creo no equivocarme si digo que sos el artista argentino que más convoca y fascina al público paraguayo. Desde la gira de “Alta Suciedad” hasta “La lengua popular” habían pasado diez años para el regreso. Pero, desde allí, Asunción fue parada clave en las giras, ¿qué análisis te supone la pasión que generás en el país?
-Me emociona pensarlo. Los secretos que guarda el Paraguay no los pienso revelar yo. Nos debemos un abrazo inconfesable, las sensaciones que he tenido en tu gran país del norte no las tuve más en ningún lado. Me postulo para ser secuestrado como Michel Houellebecq… lo estoy pidiendo como reclamo. (N. de R.: Houellebecq es un escritor francés que “desapareció” en 2011 en medio de una gira de presentación de su novela “El mapa y el territorio”. En 2014 protagonizó un falso documental sobre su supuesto secuestro).
-Entre aquellos conciertos, te tocó presentarse en un campo abierto (Rakiura), junto a una estación histórica de ferrocarril, a metros del río Paraguay (Yacht) y en un teatro (del BCP) -siempre en “sold out”- ¿Cuál es el contexto que más disfrutás?
-Me gustaría el hotel del centro; ya van muchas veces alojados cerca del Yatch Club y el cuerpo me pide volver a la ciudad. Me gusta el río pero prefiero el ruido de cristales resistiendo la carne. Volver a la vieja estación de trenes es un plan terrible de bueno.
-¿Tendrías alguna anécdota en particular de alguno de tus pasos por el Paraguay?
-De algunos armarios mejor no salir.
-Alguna vez, Joaquín Sabina reveló su sueño de hacer una gira de despedida -la última- junto a Andrés Calamaro...
-Saberlo es imponente. Despedirse en una gira, como lo triste y lo bello. De solo pensarlo... Ese show no debería cerrarse nunca.
-Si en alguna próxima vida te toca encarnarte en Paraguay, ¿cómo sería un día ideal de esa vida?
-Usted ya sabe… y yo lo sé. Que nadie más lo sepa.
Calamaro y sus conexiones con Paraguay
Código carcelario y guaraní
En 2003, el argentino colaboró con el guitarrista español Niño Josele con una canción que llevaba música suya y letra del artista uruguayo Jorge Larrosa. La canción se titula “La ranchada de los paraguayos” y narra el paisaje vivencial y visual de un clan de presos paraguayos en una cárcel argentina. “En el quinto estaba la ranchada de los paraguayos / mezcla rara de gratas / tráfico, caño y bagayos”, canta un arrabalero Andrés, al ritmo flamenco de la guitarra.
Con la Albirroja puesta
En 2019, Andrés eligió una casaca “albirroja” como leitmotiv del clip de “Tránsito lento”, canción con la que promocionaba su álbum “Cargar la suerte” (2018), con la cual también visitó nuestro país. En la presentación de aquel material audiovisual, Calamaro había remarcado la influencia guaraní en los distintos escenarios de la cosmopolita Buenos Aires. “Los paraguayos llevan generaciones viviendo en Buenos Aires, tenemos antepasados judíos, españoles, italianos y paraguayos. El litoral es guaraní”, mencionó en su oportunidad.
El tricolor guaraní
En 2009, el músico presentó su box set “Andrés. Obras incompletas”, que incluyó la canción “Bachicha”. “Impresos en tres colores guaraníes / los carteles anuncian a Bachicha”, reza la canción. Según palabras del autor, la canción representa “una porción de surrealismo que reivindica los valores hispanoamericanos de la gente normal que camina por la calle”.
El debut paraguayo
Año 1998. El artista arrasaba los charts del continente, con lanzamientos como “Loco”, “Flaca” y “Crímenes perfectos”, hoy convertidos en clásicos de su repertorio. Con aquel álbum como carta de presentación principal, (“Alta suciedad”, editado en 1997), Andrés se presentaba por primera vez en nuestro país. Era febrero de 1998, y lo hacía en el estadio León Condou de la capital paraguaya.
Un sonado regreso
Año 2008. Temporada previa a los “grandes conciertos” y festivales de la década del 2010. El promocionado regreso de Calamaro al Paraguay, “10 años después”, logró posicionarlo en el artista argentino con mayor convocatoria del país. Fue cuando el predio de Rakiura, Luque, se llenó de miles de almas que llegaron desde todo el país para verlo en vivo. La pasión no era casual: el artista había lanzado un exitoso álbum (“La lengua popular”, 2007) y se convertía en leyenda para distintas generaciones y una suma de homenajes de distintos artistas de rock.
“El gran país del norte”
Admirador de la carne paraguaya, del cuero, de la electrónica, del clima, de la naturaleza, pero, sobre todo, de su gente, Calamaro siempre encuentra una forma para halagar el país que ya lo adoptó como suyo. “Paraguay es el gran país del norte, es un secreto que pocos afortunados en Argentina realmente conocen”, había expresado en 2016. Desde aquel regreso del 2008, Paraguay se convirtió en parada obligada de cada una de sus giras.