La Dirección General de Cultura y Turismo de la Municipalidad de Asunción anunció que Ramón Sosa Azuaga, más conocido como Moncho Azuaga, mereció el Premio Municipal de Literatura 2020, por decisión unánime del jurado, gracias al libro titulado “Genealogía”.
Dicho jurado estuvo integrado por Osvaldo González Real, José Eduardo Alcázar y Bernardo Neri Farina, quienes registraron su fallo a través del acta emitida el 30 de noviembre pasado. Así también, el jurado decidió otorgar, por mayoría de votos, el segundo premio al libro “Entre la selva y el Vaticano” de José Zanardini.
Del mismo modo y por decisión mayoritaria del jurado, decidieron otorgar menciones honoríficas, sin orden de prelación, a las siguientes obras literarias: “¡Aguante Arzamendia!” de Pablo Esteban Bedoya, y “Réquiem del Chaco” de Alfredo Javier Viveros.
El jurado realizó una ardua deliberación sobre los 31 libros finalistas presentados por cada uno de los concursantes. Los premios consisten en una suma no menor a 20 salarios mínimos, a ser distribuida entre el primer y segundolugar, en una proporción de 70 y 30%, respectivamente, según el Art. 1, Numeral 8, JM/No.: 833/02.
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Palabras del jurado
El escritor y realizador audiovisual José Eduardo Alcázar compartió unas reflexiones, en su carácter de jurado de esta edición del premio: “Hay un vencedor, porque así pide el concurso. Vencedor merecido, vencedor por unanimidad, vencedor entre pares de gran valor. Decir que todo escritor merece un premio por el solo hecho de escribir un libro es demagogia barata y no quiero ‘alimentar el brasero’ en tiempos en que el producto abunda, me refiero a la demagogia no a los libros. Di mi voto a Genealogía de Moncho Azuaga, primero, ‘por la propuesta de innovar en la forma de narrar’ segundo, ‘por mantener esta propuesta intacta hasta la última línea, sin concesiones, sin distracciones’”.
Continuó: “Tuve dudas sobre el libro y en algunos momentos de mi lectura discutí con el autor, lo reté, le dije que tomara más en serio el trabajo de escritor. Le grité que dejara la facilidad de encadenar palabras y frases para componer el texto que yo leía. Le pedí que tuviera la consciencia, esa misma que yo trabajaba al leerlo. Al leerlo, repito, no, para leerlo. Me di cuenta que Moncho no pretendía hacerme caso. Estaba metido en su texto, enterrado en él. Me di cuenta que la facilidad que yo presumía, era pura y descolocada soberbia de mi parte. El texto se imponía, se impuso, me doblegó. Lo aplaudí”.
“También di mi voto a Zanardini. Por imaginar con habilidad, hacer imágenes, con dos mundos, sobre dos mundos. Y por dejar, en un final abierto, la esperanza de una vuelta al inicio. ¿A qué inicio me refiero? A muchos e incluyo aquí, el volver a tomar el libro, después de la última página leída, para buscar la primera, una y otra vez. Práctica sensata que debiera acompañar todo libro y su lectura”, concluyó.