El 6 de diciembre de 1868, 6.000 paraguayos resistieron la acometida de 12.000 soldados brasileños en defensa del paso de Ytororó en lo que vino a llamarse las Termópilas Paraguayas. Desde entonces, la leyenda de un niño cruelmente asesinado y cuyo cuerpo fue arrojado al arroyo recorre la zona.
Estaba oscureciendo y caían las primeras gotas desde un cielo cubierto de nubes grises. Aceleró la marcha y superó los 100 kilómetros por hora. Se dijo a sí mismo que mantendría la calma. Sin embargo, además de que no le gustaba manejar de noche, se sumaba ahora esta llovizna, esa que deja el asfalto como si la hubieran untado con aceite.
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Hace apenas unos minutos le avisaron por teléfono que su esposa, quien fue a organizar unas cosas para el fin de semana en la quinta que tenían en Paraguarí, había sido internada en un sanatorio tras un fuerte ataque respiratorio y dio positivo a la prueba del coronavirus. Aunque le dijeron que estaba estable y que no se preocupara, no podía dejar de estarlo.
Encendió la radio y la guarania que estaba sonando lo dejó pensativo. Iba por Acceso Sur y se estaba acercando a la curva del desvío al Liceo Militar y a las Tierras Malas, en Ypané, a unas pocas cuadras del monumento a la Batalla de Ytororó, la primera de la Campaña del Pikysyry, durante la Guerra de la Triple Alianza.
Luego de desembarcar en San Antonio, liderados por el duque de Caxias, las fuerzas aliadas se dirigieron rumbo al paso ubicado sobre el arroyo Ytororó con el plan de sorprender a la retaguardia paraguaya destacada en el cuartel de Lomas Valentinas, en Villeta, que se replegó hasta ese punto conocido como Itá Ybaté tras la caída de la fortaleza de Humaitá.
Enterado de esta estrategia, el mariscal Francisco S. López envió un regimiento a cargo de Bernardino Caballero para ocupar el puente, epicentro de un valle rodeado de colinas y una densa espesura. El 6 de diciembre de 1868, las tropas brasileñas, compuestas por unos 12.000 hombres, acometieron contra 6.000 paraguayos parapetados en ese estratégico punto. Tras ser repelidos tres veces, los invasores tomaron el puente haciendo valer su superioridad bélica y numérica. Las estimaciones sobre las bajas varían tanto entre sí que algunas llegan a proporciones homéricas. Los cálculos más conservadores refieren unos 1.800 brasileños caídos frente a poco más de 1.100 paraguayos.
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Este combate fue bautizado como las Termópilas Paraguayas, en referencia al episodio de la Segunda Guerra Médica en el que los griegos, ampliamente superados en número por los invasores persas, se atrincheraron en un estrecho paso para enfrentar al enemigo.
Mezclados con los datos históricos que tenía frescos en la memoria, se puso a recordar las historias sobre la guerra que le contaba su bisabuela, Ña Juana, quien a su vez las había escuchado de su madre, Paulina, que vivió en carne propia cuando era niña los estragos de las postrimerías de la contienda. Toda su familia era originaria de este pueblo.
Las historias de póra y otros mitos que escuchó de niño lo fascinaban tanto que ahora se encontraba investigando los pormenores de las batallas que se libraron en la Ypané natal de su bisabuela.
Cuando era chico e iba a pasar las vacaciones a la casa de su bisabuela, esta siempre le advertía que después de almorzar debía dormir la siesta y no salir, ya que si andaba correteando por allí en esa hora de reposo podría salirle el póra del mitã'i soldado. Según la leyenda, este vivía en una cueva debajo del arroyo Ytororó y no le gustaba escuchar ruido durante las calurosas horas del sueño meridional.
-Aníke che memby ekarupa rire esẽ pérupi ekorre pe asaje mbytére. Mitã'i soldadópe ndogustái oñemolesta la oke aja (1) –le advertía siempre una vez que terminaba de comer.
Cuando hacía frío, se sentaba en torno al brasero al lado de su bisabuela para calentarse mientras ella tomaba su mate y mascaba su tabaco. En uno de esos anocheceres, ella le contó la leyenda del mitã'i soldado.
Antes de empezar su narración, la anciana de blanca caballera y gruesas peinetas acomodó la lata con ceniza que tenía a su lado, escupió en ella y se volvió a recostar en el sillón de mimbre.
El mitã'i soldado, según le dijo, era un niño de 10 años que padeció horribles torturas y murió cruelmente a manos de los soldados brasileños, que luego tiraron su cuerpo al cauce del arroyo.
-Oparire la ñorairõ, mitã'i soldado ohecha la isy ho’aha umi invasor pópe. Oho ombyasuru pe ibayoneta peteĩ oficial ryére. Ho’a omanoite, pero iñirũnguéra ojagarra mitã'ípe, ojokua chupe peteĩ yvyramátare ha oinupã chupe hikuái omano meve. Upéi omombo hikuái hetekue ysyrýpe (2) –le narró una vez.
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Mientras escuchaba el relato, no podía evitar fijar la mirada en la pupila de cristal de su bisabuela, a quien le habían extirpado el ojo izquierdo para aliviarle el dolor del glaucoma que la había dejado ciega los últimos veinte años de su vida. Sentía como si ese ojo artificial tuviera vida propia y lo observaba con una expresión grave.
Así estaba distraído en sus pensamientos cuando de pronto escuchó el sonido de los tambores como de un desfile estudiantil. Repentinamente, vio que un niño disfrazado de soldado con una bayoneta en la mano cruzaba la ruta sin mirar. Se sacudió el sopor, pisó el freno hasta el fondo y dio un golpe al volante, pero no pudo evitar la colisión. A raíz de la brusca maniobra perdió el control del auto, que dio varias vueltas antes de quedar clavado a un costado de la ruta, cerca del cauce del arroyo.
Los bomberos llegaron rápidamente al lugar, lo asistieron de inmediato y tras brindarle los primeros auxilios lo trasladaron en estado inconciente al Hospital de Trauma, donde pasó varios días en cuidados intensivos. Cuando al fin despertó una mañana ya en una sala común del hospital, preguntó con voz temblorosa.
-¿Qué pasó con el niño?
-¿Qué niño? –le preguntó la enfermera que lo atendía.
-El niño que salió a la ruta y al que atropellé –le respondió.
-Según los testigos, no había nadie más. Dijeron que perdiste el control del auto vos solo, no hubo otro involucrado en el accidente –le refirió sobre aquella tarde en la que empezaba a oscurecer y la llovizna dejaba el asfalto como si la hubieran untado con aceite.
Notas
(1) Después de almorzar, mi hijo, no salgas a corretear por allí en plena siesta. Al niño soldado no le gusta que se lo moleste mientras duerme.
(2) Después de la batalla, el niño soldado vio que su madre cayó en las manos de los brasileños. Se dirigió hacia ellos y hundió su bayoneta en el vientre de un oficial. Este cayó muerto, pero los otros lo agarraron, lo ataron a un árbol y lo azotaron hasta que murió. Luego tiraron su cuerpo al arroyo.