¿Qué hay en la cabeza del que se enamora perdidamente? Un misterio, una obsesión personalísima escondida en uno mismo, sostiene la franco-libanesa Danielle Arbid, en competición por la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián con su filme “Passion simple”.

“La pasión te hace esclavo de alguna forma, porque hay algo que te escapa, un misterio” imposible de descifrar en el otro y objeto de búsqueda sin fin, cuenta a AFP la directora y guionista Danielle Arbid (Beirut, 1970), en el hotel María Cristina de San Sebastián.

En 98 minutos, la cinta relata el romance fulgurante entre Hélène (Laetitia Dosch) y Alexander, un ruso de belleza gélida encarnado por un outsider del mundo cinematográfico, Sergei Polunin, el ‘chico malo’ del mundo del ballet.

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Tan prendada está de él que vive pendiente de los momentos en que van a verse, y apenas piensa en otra cosa: ni en su hijo adolescente, al que cría ella sola, ni en su trabajo de profesora de Literatura en la Sorbona... Poco importa que sea más joven que ella y esté casado. Cuando se ven, hacen el amor en donde encuentran: sobre una mesa, sobre una pared, en la cama...

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La realizadora conocida por “Peur de rien”, (Miedo de nada, 2015), augura que el público puede encontrar su película “divisiva”, al enfrentarse al personaje de ella, rendida ante el amor.

“O bien la condenas como espectador y te dices ‘ésta es tonta’, o bien te proyectas” en la historia, y entonces “entras en la película. Me gusta la idea de que el filme sea un poco cerrado”.

La película estaba programada en el Festival de Cannes, pero tras su anulación por el coronavirus, se proyecta este domingo en San Sebastián, donde compite en Sección Oficial con otras 12 cintas. El guión es la adaptación de una novela homónima de la francesa Annie Ernaux, editada en español por Tusquets con el título de “Pura pasión”.

Cuenta Arbid que buscó hasta dar con esa “sensual” novela porque el productor inicial de la cinta (que finalmente no pudo producirla) la animó a hacer “una película carnal”, tras apreciar su sensibilidad en el rodaje de escenas eróticas. Escenas que le interesan sobre todo por el sentimiento. “Buscaba la gracia, el movimiento, la belleza del gesto”, explica.

Hacer el amor como el que baila

Laetitia Dosch (París, 1980), actriz principal, asegura que las escenas de sexo con Polunin fueron “las más alegres”. “Era como bailar, nos reímos mucho”. Lo más duro “fue ser sutil con ese secreto que hace a uno ver la vida sin interés, salvo cuando la persona [amada] está ahí. Es mucha soledad”. Polunin, a su vez, firma su primer rol principal en un filme de ficción tras protagonizar el documental biográfico “Dancer” (2016).

Una incursión enriquecedora para este aclamado bailarín de origen ucraniano que en 2010, con 19 años, fue promovido ‘principal dancer’ en el Royal Ballet de Londres, el cual abandonó dos años más tarde causando tremendo revuelo.

“Cualquier cosa física es cómoda para mí, en tanto que bailarín”, cuenta este hombre cuyo video bailando “Take me to church” presume de más de 28 millones de visualizaciones en Youtube. Los diálogos en cambio se le hicieron cuesta arriba. “No puedo decir que no estuviera asustado, y durante el rodaje, bebía coñac”, tal como hace su personaje, cuenta entre risas.

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En los últimos años Polunin se ganó una reputación sulfurosa por su apoyo al presidente ruso Vladimir Putin -cuyo rostro lleva tatuado en el pecho-, y por unos comentarios considerados sexistas que en 2019 le costaron la invitación a actuar en el “Lago de los Cisnes” en la Ópera de París.

Ahora tiene su propia compañía -Polunin Ink-, y una idea fija en cuanto al cine: no hacer cualquier cosa a toda costa, pues lo principal es “transmitir un mensaje”. “Si salgo en una película sujetando un arma, a menos que sea una película inteligente (...) no estoy más que publicitando el que la gente se mate entre sí”. “Para ser un ‘chico malo’, es muy amable con todo el mundo”, asegura con una sonrisa su compañera de reparto, Laetitia Dosch.

Fuente: AFP.

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