Uno de los 340 asistentes que vivieron en directo las emociones únicas del recital del prestigioso guitarrista australiano John Williams, en que invitó a la concertista paraguaya Berta Rojas, el pasado 21 de julio, en uno de los teatros del emblemático Shakespeare's Globe, en Londres; fue Nick Regan, profesor de traducción en la Universidad de Bath (Inglaterra) y miembro organizador del Bristol Classical Guitar Society; quien compartió sus impresiones al diario La Nación.
Han sido muchas, y fuertes, las emociones del sábado 21 de julio, en el Globe Theatre de Londres. Hace tres años que se prepara este concierto de Berta Rojas con John Williams, periodo marcado por la interrupción causada por una grave enfermedad, y por el apoyo del grupo de familiares y seguidores que siempre acompañan a Berta; por la amistad y fe constante de John Williams, quizás el más reconocido exponente de la guitarra clásica en el mundo, por la colaboración de los equipos de Williams, del Globe Theatre y de Berta Rojas en Paraguay.
Entrar al Sam Wanamaker Playhouse del Globe es, en sí, emocionante. Pisar un solar donde vivió y practicó su arte William Shakespeare (1564-1616) es sentirse recibido en un foco de antigua y altísima cultura. El espacio es bello, hecho enteramente de madera al diseño de la época de Shakespeare, es acogedor, iluminado únicamente por seis candelabros de velas de cera. El diseño da a la voz humana, y al sonido de la guitarra, una resonancia mágica: es por esto que Williams elige este lugar, su sala preferida, para invitar a que se reúnan con él a hacer música a sus colegas más apreciados.
Fue John Williams quien impulsa el reconocimiento de la obra de Agustín Pío Barrios 'Mangoré' (1885-1944) en el 1977 a través de un disco que consiste enteramente de las obras del maestro paraguayo, a quien Williams califica como “el mejor guitarrista compositor de todos los tiempos”. Y cuando visita el Paraguay en el 1994 invitado por Rojas, momento que muchos recordamos con orgullo, para participar en las celebraciones del 50 aniversario de la muerte de Barrios, se consolida su aprecio por el Paraguay y su gente, su música, por Mangoré, y por Berta misma.
Tal es la altura de John Williams que prefiere que la velada tenga su enfoque principal, no en la formalidad, sino en lo espiritual del recital. No hay programa de sala impresa, los artistas van anunciando cada pieza, explicándola y acercándola a la audiencia, expresando así sus sensaciones personales. Es una conversación inclusiva: entre dos músicos, los autores de las piezas y los reunidos.
La primera parte es de Williams a solo. Nos ofrece una cálida bienvenida, luego comienza a tocar. Interpreta magistralmente obras barrocas, de “Terpsichore” de Praetorius, un “Concerto en Re” de Vivaldi, un “Sarabande” de Weiss, para terminar mirando hacia América con tres valses venezolanas de Lauro, Carrillo y Canonico. Esto ante los oídos y ojos cautivados de los más exigentes amigos e ilustres colegas de la música y de la guitarra. Tiene una técnica de una excelencia que apenas es comprensible, una fluidez asombrosa y encantadora, una musicalidad extraordinaria. Su instrumento Smallman suena vibrante y dulce en este espacio resonante. La música transporta y eleva las emociones. Finaliza su programa entre ovaciones; es un privilegio excepcional para los presentes.
Williams ha pedido a Berta que presente un programa de obras de Barrios. Berta elige “Un sueño en la floresta”, “Ca’azapa”, “Jha che valle”, “Julia Florida”, “Vals no. 4”, “Maxixe”, y, para terminar, “La catedral”. Casi todos conocemos estas obras maravillosas, muchos hemos tenido ya el placer de presenciar las interpretaciones sublimes de Berta de ellas, pero las sensaciones de esta noche se tornan más fuertes aún por lo que representa el momento: Berta, una figura de serena concentración como nunca, al centro del caudal de arte, emoción y técnica brillante que produce; la música de Mangoré bella y significativa como nunca. Y la audiencia que ovaciona cada pieza, las sonrisas de Berta, de los niños, jóvenes y mayores; no faltan discretas banderas paraguayas; una alegría, pero no de fiesta ruidosa, sino profunda, humana.
La audiencia pide más, y John Williams vuelve al escenario. Los dos artistas juntos interpretan “Danza Paraguaya” de Barrios Mangoré, en arreglo para dos guitarras del mismo autor. A pedido especial de Williams, Berta incorpora a momentos un toque de rasgueado de polca paraguaya. Riesgoso, esto, para algunos conocedores, pero en estas manos, el efecto fue espectacular, el de una celebración en la que Agustín Barrios se sentía presente. Los aplausos continuaron; Williams aplaude a Berta.
Esa noche experimentamos la grandeza consagrada del maestro Williams, por un lado como músico, pero además al reconocer él la grandeza de Berta Rojas como artista y como colega, máxima intérprete de la música preferida de él, una artista trascendente.
Habíamos acudido a Londres amigos, colegas y aficionados desde España, Bélgica, Paraguay, Estados Unidos, desde todo el Reino Unido. La emoción que vivimos todos fue admiración: ante la perfección en el arte y ante el fruto de la labor ejemplar de estos dos artistas por la música universal y por el Paraguay. Sentimos otorgarse justamente un maravilloso premio al compartir un momento, dígase, de mucho amor.
Después del concierto siguió la velada hasta tarde. Conversaciones alegres y serias, felicitaciones, encuentros y reencuentros. Williams amable siempre, Berta contenta entre seres queridos. Es la feliz culminación, de cierta manera, de un largo camino, para Berta Rojas personalmente, y para John Williams y la guitarra de Agustín Barrios.
Al día siguiente en Londres, un día espléndido soleado, nos da Berta una calcomanía para pegarla en el celular que reza: “Paraguay puede si vos podés”. Y más tarde, en videoconferencia con los integrantes discípulos del Ensamble Pu Rory que la llaman desde Asunción, les dice ella, con razón incluso más amplia: “Chicos, con el trabajo los sueños se hacen realidad”.
Muchas emociones.