El plástico, dueño de un estilo que combina estudios geométricos con dibujo y gran colorido alterna sus días entre Asunción y Salvador Bahía en Brasil.
“La satisfacción más grande es que en mi exposición haya 200 personas”, dice risueño este artista plástico que abraza el humor con la alegría y el colorido que asoma en su obra. Su reciente exposición “Propiedad intelectual” desarrollada en 4 Kachos fue una verdadera fiesta, con la participación de músicos como Jaime Zacher, Chirola, KP Lux, Bizarrasong, cocina gourmet y gente de los más diversos ámbitos.
“Innové un poco el vernisagge con la idea de atraer al público porque si bien hubo un momento en que era hasta “cool” ser elitista, hoy en día con las redes sociales, el elitismo no tiene más sentido porque todo el mundo está informado de lo que está pasando en todos lados. La gente tiene sed de información. Esto nos trae un poco la vuelta de la gente a los eventos de arte de calidad y masivos, buenos”, explica.
En la muestra se pudieron ver los últimos cuadros, grabados y dibujos de este polifacético autor. “Cada procedimiento tiene su lenguaje, entonces voy pintando, hago grabados, dibujo, y de repente uno todas las cosas. Pero al mismo tiempo tengo momentos en que me pongo más específico, elaboro lenguajes, una continuidad de discurso, en otras no, voy a la abstracción...”, dice mientras recorre y conversa con La Nación en su atelier asunceno.
“Cuando dibujo me gusta la ciudad de Asunción, la arquitectura, en cambio cuando pinto me gustan los espacios interiores, mi mesa, buscarse, ser, reflejarse”, cuenta. “Al mismo tiempo hay una visión mística, porque nadie necesita del arte, pero el arte es necesario para todos. Porque hay un espíritu poético que la cultura perdió hoy, es todo muy materialista. Ese espíritu quiere vivir pero también tengo que vender mi obra aunque no es ese mi objetivo primero, sino el arte, la libertad y la expresión, pero también trabajar con el mercado de arte, intentando hacer autogestión como pintor autónomo, no digo independiente porque todos dependemos de todos”, se define.
A los 21 años dejó el Paraguay preocupado por el tenor de la represión de la dictadura. “Al principio di una vuelta de unos 6 meses y después volví para intentar terminar la facultad, estaba en el 4o curso de arquitectura y de ahí ya me forzó un poco, eran tiempos de las marchas contra (Alfredo) Stroessner, éramos activistas universitarios, y vi varias escenas de violencia policial y me dije: “me voy a ir de aquí”. Me parece bien la lucha, pero no quería ser una víctima de ese sistema masacrante, si uno se exponía era medio suicida, o poner el cuerpo o te ibas, no había otras opciones para mí”, explica.
“Tuve suerte en Brasil porque trabajé de distintas cosas, tuve un restaurant, soy joyero, hice pan, fui profesor de escuela en Salvador, trabajé en la decoración del Carnaval, y hasta ahora me apasiona la cocina, comida paraguaya, bahiana, italiana, guisos. Pienso que el ser humano tiene que celebrar el placer de vivir, con mucho o poco, no importa eso, pero saber disfrutar de la vida, con lo que tenés saber hacerlo, con el arte pasa la misma cosa. Hay gente que tiene pocos recursos pero tiene mucha creatividad y hay gente que tiene muchos recursos y no tiene la creatividad. El desafío es parte del desarrollo humano, ese es el trabajo del arte”, considera.
Riesgos y estrategias
Siempre hay planes en el horizonte de Martinesi: “Salgo de mi zona de confort siempre, soy un poco gitano, viajo, el año que viene me quiero ir a Europa a ver si puedo subir el valor de mi obra, cuestión que aquí no se puede porque el mercado tiene un techo muy bajo. En Brasil hay crisis, he vendido obra, pero más de joyería y decoración, aquí es donde está enfocado mi trabajo de arte.
Siempre estoy exponiendo, una vez por año, me pongo metas y las cumplo”, asegura.
“La pintura, por la cuestión fotográfica, refleja mucho la visualidad actual, trato de pintar con fotos, tener referencias, pintar en vivo, hacer dibujos. Hago series, pero me gusta trabajar temas variados, como son mis intereses en la vida, la antropología, la sociología, la espiritualidad de los pueblos indígenas, la literatura, el cruce entre lo urbano y lo indígena. Ellos tenían su forma de organización social que no se pierde, se transmuta en otras conductas, que tenemos en nuestros caracteres, por un lado lo europeo y por el otro lo indígena. En nuestra sociedad es muy determinante el calor, porque anula muchas cosas, te deja inactivo en un punto”, ejemplifica.
“Entonces la pintura también tiene ese elemento medio inerte como la política. Es muy dificil cambiar el status quo politico y cultural porque nada está separado, todo es una sola cosa, por eso mi manera de actuar ante esa situación fue actuar desde afuera, es una estrategia”, apunta.
A pesar de ello valora positivamente a los artistas jóvenes que irrumpen en la plástica nacional. “Hay una generación nueva que me sorprende, hay muchos valores, mucho potencial, hay que ver que se capitalice, que los artistas locales puedan generar galerías propias, en Europa hay galerías comunitarias donde los propios artistas se organizan, se juntan y le piden a la municipalidad una casa donde tienen alquiler más barato, un período especial de contrato, etc, para montar un negocio de artistas”, comenta.
“Sería un respìro para no depender de centros culturales que tienen perfiles definidos y también una suerte de clientelismo político, entonces la manera autónoma de autogestión sería una salida para los que no están comprendidos en los núcleos preestablecidos. Hay mucho arte, pero poco espacio para que se muestre, entonces suele ocurrir que en ese poco espacio se mezcla todo. Hay que ser selectivos para mostrar, los artistas nacionales tienen que hacer más muestras individuales, grandes, pocos son los que tienen continuidad. El trabajo depende de eso, Paraguay necesita que los artistas crean en si mismos. En mi caso tengo una continuidad de más de 30 años, hay registro, la sociedad absorvió lo que fui haciendo”, celebra.
“Mi proyecto a futuro es seguir haciendo lo mismo pero mejor, porque creo que el artista es como el vino, con el tiempo madura y va capitalizando experiencias y transforma su propia vida y hasta la forma de ver su sociedad, los cuadros son como sonidos mudos en las paredes emitiendo una vibra, una onda que comunica”, expone.
Aprendiendo con Abramo
Nelson Martinesi confía en la línea, en todo lo que expresa, lo que define, en el sentido, así lo explica: “Tuve mucha formación de arquitectura, estudie con Livio Abramo que era muy teórico y tenía una intelectualidad muy grande para transmitir el conocimiento del dibujo y el grabado. Hice grabado en metal con él, recuerdo que me dijo “quizás seas uno de mis últimos alumnos de grabado en metal”, eso fue en el año 82, 83`, 84`por ahí. Nunca conseguí hacer un grabado bueno, pero aprendí toda la parte teórica, ¡él me escribía cartas!, tengo guardado todo en mi archivo allá en Salvador.
Tenía 19 años, me trataban como un mitai, pero él ya me trataba de señor, me decía “Capitán” o “Martinesi, usted tiene que hacer así, o asado”, me hacía ir más temprano salir al último y después tenía que ordenar todas las herramientas para que no falte nada para que no se pierda, para que quede todo limpio. El tipo me gastaba, pero después, con el tiempo le das valor, es como cuando tu papá te educa, primero no te gusta, pero después con el tiempo le das valor porque se trata de otros valores, no sólo el hecho artístico sino el valor vital. Lo capitalicé en muchas cosas, quizá por mi temperamento, no soy muy conformista y quizá por eso él me recomendó que me vaya del Paraguay a buscar otras cosas. Seguí sus consejos. Livio era un clásico del blanco y negro, yo sin embargo hago grabados muy coloridos”, cuenta.