París, Francia | AFP, por Anna PELEGRI.

Hace más de medio siglo que Eduardo Arroyo pinta, escribe, esculpe, graba. Siempre lo hizo con fines combativos, pero a sus 80 años este artista figurativo español pide que la pintura le "devuelva las horas" que entregó a la política.

La serenidad hallada no es sinónimo de inacción. Estos días expone en España y Alemania, y la prestigiosa Fundación Maeght, en el sur de Francia, abrirá en julio una retrospectiva, la "más importante" de su carrera, según el pintor, que ha expuesto en museos como el Pompidou, el Guggenheim y el Reina Sofía de Madrid.

En su taller de París, a orillas del Sena, donde solo tiene que cruzar un elegante puente para visitar el mayor museo del mundo, el Louvre, Arroyo prepara el envío a la Fundación de una de sus obras más recientes que completará la muestra: la doble escena de una mujer en casa.

Aunque actualmente pasa más tiempo en Madrid, aquí empezó todo. El joven Arroyo, periodista de formación con anhelos de escritor, se inició en la pintura como forma de resistir a Franco y abrazar la ola progresista que recorría la capital francesa, donde se preparaba mayo de 1968.

– El poder de la ironía –

Su estreno en La Bienal de París no podía ser más desafiante: su obra-denuncia, "Los cuatro dictadores" (1963) son los retratos de Franco, Hitler, Mussolini y Salazar, actualmente expuestos en el Reina Sofía.

La ironía y la paradoja serán las armas fundamentales con las que Arroyo pondrá el dedo sobre la llaga de los capítulos oscuros de la Historia, la política, el arte y la sociedad.

España será "su obsesión" durante el exilio entre Francia e Italia, aunque su obra, un diálogo constante entre la pintura y la literatura, abarcará mucho más allá, haciéndose eco de hitos como la caída del Muro de Berlín o aportando una mirada singular de figuras como Napoleón Bonaparte, Winston Churchill y la reina de Inglaterra.

– Español, francés e italiano –

Pero tras crear más de 2.000 obras, Arroyo, que recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas de España en 1982, seis años después de que le fuera devuelto el pasaporte español, explica que ese impulso de denuncia "se ha ido atenuando".

"Ahora le he pedido a la pintura que me devuelva las horas que he dedicado a la política".

Fruto de su exilio, admite que durante mucho tiempo no se sintió en casa en España.

Los combatientes al régimen de Franco que se quedaron en el país "pensaban que los que combatíamos desde el exterior era gente que más bien se divertía, cosa que en parte era cierta. Nosotros pensábamos que ellos desde el interior no se rebelaban".

Ahora ya no quiere hablar de la cobardía que aseguró en su momento haber visto a su regreso en España y afirma que estas heridas subsanaron.

Con una expresión divertida, asegura que se considera "un negroni", en alusión a la bebida italiana compuesta de ginebra, vermouth y Campari: "33% español, 33% italiano y 33% francés".

– El último cuadro –

¿Por fin solo pinta por placer? Para nada. "Para mí pintar es una necesidad. Una situación complicada y en ciertos aspectos angustiosa", explica este español casado tres veces y padre de un hijo.

Quizá por ello, cuando acaba una obra, la olvida. "No vivo con ella, cuando la firmo por delante, ya no me pertenece", dice este artista que vive "muy bien rodeado de la obra de los demás".

La jubilación no entra en sus planes." Espero pintar hasta el final, todavía tengo muchas balas en la récamara y cada vez más cuenta para mí la escritura".

Su preocupación, afirma, es "cuándo sera el último cuadro".

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