El fallecimiento del papa Fran­cisco en las primeras horas del lunes último fue un golpe que impactó fuertemente a todo el planeta, en especial a los países cristia­nos en que el primado de la Iglesia tiene una enorme influencia espiritual. Ape­nas terminaban las celebraciones del Domingo de Pascua de resurrección de Cristo, en esta parte del mundo se ama­neció con la información de la partida al más allá de la máxima autoridad eclesiás­tica, una figura muy querida en el Para­guay. Cuando aquí el sol comenzaba a despuntar en las alturas, la dura noticia ensombrecía nuestro día con una nube de consternación: Acababa de morir el papa Francisco.

Cuando hacía solo algunas horas se lo había visto haciendo el recorrido por la plaza de San Pedro, en el Vaticano, luego de su mensaje pascual, ahora había que absorber el trago amargo de la realidad. A causa de un ataque a su cabeza ya dañada por sus recientes dolencias, comúnmente conocido como ataque cerebral, ter­minó sus días el papa que tanto amaba al Paraguay y que había cosechado mucho cariño entre los paraguayos de aquí y del exterior, especialmente de los que viven en la Argentina.

Pero como todo verdadero misionero, que tiene el encargo de enseñar el men­saje de Cristo, dejó un enorme legado espiritual a la humanidad, y un compro­miso a los que dicen ser cristianos. No se pueden ignorar sus enseñanzas ni olvi­dar sus principales mensajes. Porque de Francisco no queda solo el recuerdo, como ocurre con todos los que se han ido, sino también sus sabias palabras y las lec­ciones que predicó.

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Le sobreviven su mensaje y su ejemplo de que hay que ayudar a los demás, en espe­cial a aquellos más vulnerables de nuestra sociedad, que más que buenas palabras, necesitan la decidida acción social que implican obras y asistencia humanitaria.

Está su terminante encargo de que deben terminar las confrontaciones entre los países y grupos sociales y que el mundo debe vivir en paz a pesar de las diferen­cias. La guerra debe ser eliminada de la humanidad.

Pocos han predicado con tanta insisten­cia la necesidad de dirimir cualquier tipo de conflicto de manera pacífica para una existencia apacible. De modo que prime la conciencia de que la vida es lo más importante y que la vivencia de la paz reine en todo el orbe.

Uno de los aspectos más llamativos de la tarea de Francisco y que resaltaron varios líderes del mundo es su gran com­promiso por la inclusión de los más nece­sitados y que hay que actuar para ayudar a los pobres, los oprimidos, olvidados y más vulnerables.

Hay que poner de resalto la fuerte preo­cupación de Francisco sobre los migran­tes y refugiados, instando a la compasión y la vida pacífica. Este fue el tema cen­tral de su último discurso público, que el Domingo de Pascua leyó uno de sus asis­tentes en la plaza de San Pedro.

Según el arzobispo de Asunción, car­denal Adalberto Martínez, en su men­saje Francisco siempre ha puesto un fuerte énfasis en el espíritu de miseri­cordia enseñando que Cristo en la Igle­sia “no vino por los sanos, sino por los enfermos”, ni siquiera por los justos, sino por los pecadores. ‘’Él nos llamó a regresar a los orígenes, a caminar junto a los más vulnerables’‘, resaltó refi­riéndose a las lecciones dejadas por el papa Bergoglio.

La partida de la máxima autoridad del catolicismo ha dejado un fuerte senti­miento de tristeza en todo el mundo, en especial entre los cristianos. El legado más importante que queda es su men­saje, su ejemplo de vida y su recuerdo, que ayudarán a que los cristianos se acerquen con decisión a los más necesitados. Que no miren el mundo con los ojos cerra­dos, sino que los abran de manera sufi­ciente para ver los peligros que acarrean las guerras y empiecen a luchar por una humanidad en paz, dejando de lado las confrontaciones armadas.

En su prédica constante y su actitud de pastor, el papa Francisco siempre con­denó las guerras y pidió a los que propo­nen la muerte que trabajen por la paci­ficación. Ojalá su mensaje humanitario, más allá de las religiones y distintas ideo­logías, logre despertar las conciencias en todo el mundo para lograr una sana con­vivencia y un mundo en verdadera paz.

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