La reflexión sobre la condición humana y la necesaria relación entre los hombres y mujeres dentro de una sociedad no debería reducirse a la Semana Santa ni a las fiestas de fin de año, sobre todo en Navidad, en que se recuerda el nacimiento de Jesús. Debería ser un ejercicio permanente, cotidiano, de manera de construir un diálogo fundado en la razón, el interés común y el bienestar de nuestro pueblo. Actitud para la cual se tendrán que dejar de lado los perniciosos sectarismos y los objetivos bastardos que solo se centran en la búsqueda del poder, sin importar los medios.

Es por ello que el sentido del buen gobierno resulta en una simple ecuación: el interés general por encima de los privilegios particulares. Y es por eso, también, que la democracia tiene una doble legitimidad: una que se sostiene en su origen y otra que se justifica en su ejercicio, mediante la resolución efectiva, rápida y duradera de los problemas y conflictos que se plantean al interior del país. Por tanto, no fueron pocos los regímenes a nivel mundial que tuvieron una base acorde con las normas que reglamentan las elecciones, pero que fueron desdibujándose, por su falta de resultados.

A lo largo de este periodo democrático, iniciado en febrero de 1989, hubo altibajos en el manejo de los recursos del Estado. Así, tuvimos administraciones honestas, con grandes inversiones en los sectores sociales, y otras que, lamentablemente, se dedicaron al latrocinio y la rapiña del presupuesto público. A pesar de estas últimas, hay que destacar aquellas administraciones que apostaron a la educación, la salud, la vivienda, el empleo y, además, la reparación de las históricas deudas del Estado con los campesinos.

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En ese contexto, ocupa un sitial de singular relieve la promulgación –durante la presidencia de Horacio Cartes– de la Ley 5282/2014 “De libre acceso ciudadano a la información pública y transparencia gubernamental”, un instrumento legal que contribuyó enormemente para realizar un mayor y mejor control de la relación entre el dinero gastado y las obras ejecutadas, así como para la fijación de precios justos y garantías jurídicas para todos los participantes en las licitaciones públicas. Fue, evidentemente, uno de los ejercicios más fructíferos en cuanto a reivindicación de los grupos humanos más desprotegidos y carenciados de nuestro país, arrojando plausibles resultados en la disminución de los índices de pobreza y pobreza extrema y en la lucha contra la deserción y el desgranamiento escolares.

Estos tiempos de contrición y liberación espiritual debemos vivirlos con profunda autenticidad, que no sea un fingimiento por el cual son caracterizados los fariseos, es decir, poses para la imagen proyectada a los demás, pero carentes de un acto sincero y radical. Con el agravante de que muchos líderes políticos y medios de comunicación ni siquiera respetan la solemnidad de estos días santos, profanándolos con mentiras e intrigas, indisimulados odios y mala fe, con discursos inflamados de agresiones y titulares cargados de distorsiones y manipulación.

O sea, la preocupación y la propuesta expuestas al inicio de este editorial quedan cortas, pues, penosamente, no solo no se utiliza la reflexión racional y creadora para la convivencia cotidiana, sino que ya ni siquiera se practica en tiempos de Semana Santa. Salvo quienes, por supuesto, llevan una auténtica vida religiosa, consagrada a la visión y misión del cristianismo, y también aquellos fieles comprometidos con los ideales y las enseñanzas de Jesús.

La clase dirigente de todos los ámbitos (político, social, sindical y empresarial) tiene que avanzar en dirección hacia lo que es mejor para el Paraguay, mediante un amplio acuerdo de compromiso y entendimiento entre todos, que se enfoque en un crecimiento integral del país, en condiciones de equidad y justicia social. Y para que eso ocurra debemos asumir posiciones de renunciamientos y, sobre todo, abrir nuestras mentes y corazones a una actitud dialógica, respetuosa, conciliadora y de cooperación mutua.

Esto, de manera alguna implica renunciar a nuestras convicciones personales ni a los planteamientos ideológicos de los grupos a los cuales pertenecemos. Sin embargo, tiene que existir un punto neutral que reúna todas las coincidencias que tengan que ver con la suprema aspiración de una sociedad moderna, democrática y pluralista, y una democracia sustantiva que añada a la libertad las otras condiciones necesarias para una vida digna y de calidad. Entonces,

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