Aunque el Estado tenga el mono­polio del uso de la fuerza legítima para mantener el orden dentro de la sociedad, cualquier atisbo de represión en contra de las manifestacio­nes ciudadanas siempre será cuestionable en el marco de una democracia plena. Salvo, naturalmente, que las acciones de protesta degeneren en violencia deliberada. El diá­logo es el primer fundamento para conci­liar intereses entre las movilizaciones y los agentes de seguridad. Lo acontecido en la explanada del Palacio de Justicia, en que un grupo de personas pretendía rendir tri­buto al joven dirigente del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) Rodrigo Quin­tana, fallecido durante los disturbios del 31 de marzo de 2017, registra dos versiones: la oficial y la de la oposición. Desde nuestra posición de medio de comunicación abo­gamos siempre por la resolución pacífica y prudente de los conflictos, mediante la pre­vención y persuasión, condenando los exce­sos en cualquiera de sus expresiones. Pero, de ahí a realizar paralelismos –a partir de estos desafortunados hechos– entre la dic­tadura de Alfredo Stroessner y el actual gobierno no solo raya una alucinante fanta­sía procreada por la mala fe, sino que tam­bién demuestra la desesperación, carencia de creatividad y de un mínimo programa o estrategia de los partidos de la oposición –y de la interna de la Asociación Nacional Republicana– para tratar de ganar algún rédito de cara a las siguientes eleccio­nes, tanto municipales como nacionales. Entonces, recurren a los manotazos de la improvisación, que son acompañados y amplificados por los medios de comunica­ción aliados de la anterior administración –la de Mario Abdo Benítez– y que no disi­mulan su ojeriza al líder del movimiento Honor Colorado y actual titular de la Junta de Gobierno del Partido Colorado, Horacio Cartes.

No existe comparación posible entre uno y otro régimen, por las características dia­metralmente opuestas entre un modelo cerrado, que anuló las libertades ciudada­nas y sometió al pueblo a torturas, asesina­tos, desapariciones forzadas y al doloroso exilio de todos aquellos que pensaban dife­rente, y el que tenemos ahora, de irrestricta libertad de expresión (basamento insus­tituible de toda democracia), de moviliza­ciones garantizadas (hace días tuvimos marchas sin incidentes durante tres días seguidos), donde nadie va preso por sus ideas y opiniones y donde no existen parti­dos políticos proscriptos (como muestra: el comunista). Las comparaciones, por ende, son descabelladas y carentes de sustento en la realidad. A determinados dirigentes que tocan de oído en este asunto, tal vez, se les podría excusar por ignorancia, si ese fuera el caso. Pero la estafa intelectual es irrefu­table cuando personas que vivieron aque­lla época son justamente las que inflan el globo de la desinformación y la inconducta.

El senador Rafael Filizzola, por ejemplo, sabe perfectamente que sus declaracio­nes no poseen rigor ni veracidad, porque era dirigente estudiantil en aquellos tiem­pos. Junto a la que sería, luego, su esposa, la exsenadora Desirée Masi, repudiaban la atroz dictadura estronista, pero hoy no tie­nen pudor alguno para asumir la defensa de quien continúa proclamando las “bon­dades” de aquel régimen sanguinario, es decir, Mario Abdo Benítez, hijo del exsecre­tario privado del déspota. Lo mismo pasa con el diario Abc Color, que en sus primeros diez años fue funcional e incondicional al tirano y contribuyó desde sus hojas lauda­torias para su fortalecimiento, hasta que, por alguna misteriosa ruptura (aunque se sospechan las razones) entre el director y propietario de este medio y Stroessner, terminó con su censurable clausura. Y hoy tiene entre los mimados de sus páginas al autoproclamado heredero del tiranosau­rio. Mas a nosotros no nos resulta extraño, porque la memoria es irrebatible. En 1999 quiso sostener un proyecto autoritario e, incluso, se convirtió en el abogado ofi­cioso de Lino César Oviedo, quien estaba acusado de ser autor moral del asesinato de Luis María Argaña y había amenazado con “alinear como velas” a los directores de diarios. Es decir, desde su línea edito­rial se pasa despotricando contra la dicta­dura de Alfredo Stroessner, pero no duda en cobijar bajo su cadena mediática a quien reivindica la vida y las “obras” del sátrapa general. Y son precisamente ellos quienes ahora pretenden armar este esquizofrénico paralelismo mediante la plena libertad de expresión para criticar, una garantía cons­titucional que durante la dictadura estro­nista estaba completamente prohibida.

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Con sus errores y aciertos, este gobierno es pluralista, democrático y abierto. Así lo ha demostrado en estos casi dos años de man­dato. Nos guste o no. Pero esta miserable estrategia mediática tiene un único derro­tero: desviar la atención del monumental latrocinio perpetrado durante la admi­nistración de Abdo Benítez y mancillar al actual gobierno con las más inmundas infamias y distorsiones informativas, para mirar con alguna esperanza los comicios que se vienen y así disfrutar nuevamente de las generosas mieles del poder. Ya lo intentaron en el pasado lejano y reciente. Y así les fue.

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