Lo que para los eternos adoradores del resentimiento y la frustración representó un fracaso, en realidad, constituyó un triunfo de las convicciones. Implica la adhesión firme y férrea a los fundamentos éticos y políticos que orientan la acción. Que, lejos de dejarse impresionar y presionar por las circunstancias y coyunturas, mantienen su fidelidad insobornable a un ideal. Ese conjunto de creencias que resiste inalterable en el tiempo, porque configura la esencia misma del ser en su relación con los demás y con el mundo. Y para quienes profesan un credo religioso, en su conexión armoniosa con su Dios. No es el egoísmo, sino la solidaridad y el esfuerzo encaminado al bien común, los motores que hicieron girar la rueda de la historia hacia su inevitable evolución. Aun en medio de las más grandes tragedias de la humanidad, los pueblos fueron capaces de sobrevivir y sobreponerse cuando pudieron hablar el mismo lenguaje y comprender un ineludible destino compartido.
En ese sentido, la frase inmortal de John F. Kennedy, hoy más que nunca, debería sonar con fuerza para desterrar el individualismo egocéntrico que nos divide y apostar por las coincidencias que nos benefician y fortalecen. Decía, en 1963, este enorme estadista y visionario norteamericano: “El vínculo más básico que tenemos en común es que todos vivimos en este pequeño planeta. Todos respiramos el mismo aire, todos valoramos el futuro de nuestros hijos y todos somos mortales”.
Entre los países con regímenes democráticos las relaciones se corresponden en dignidad y respeto mutuo. La diplomacia, por tanto, debe estar despojada de toda ideología. Lo que realmente importa es el bienestar de los pueblos mediante el trato justo entre pares y la cooperación (principalmente en los campos de la educación y la tecnología) que contribuya a disminuir las brechas de desigualdades –externas e internas–, en tanto se acrecientan los índices de la equidad y la justicia social. No se trata de caridad o de limosna, ni de preferencias a razón de una misma inclinación doctrinaria. De lo que se trata es que los países tengan desarrollo humano y crecimiento económico sostenido, para que baje el grado de dependencia y aumenten las líneas de la asistencia voluntaria (no confundir con asistencialismo) en las áreas más sensibles, de manera a apuntalar su progreso y estabilidad, incrementándose un flujo comercial beneficioso y sin exclusiones. Todos producen algo que el otro necesita.
El Mercado Común del Sur o Mercosur tiene entre sus prioridades frenar y achicar las asimetrías entre sus miembros mediante un Fondo para la Convergencia Estructural (FOCEM). El objetivo central es que, si la región crece armónicamente, tendrá mayores posibilidades de negociar en igualdad de condiciones con las economías más poderosas del mundo.
Atendiendo al contexto descrito, y no encontrando eco favorable en esos pronunciamientos elementales de toda diplomacia abierta a la diversidad, Paraguay decidió retirar la candidatura de su representante para las elecciones del secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), que tendrá lugar mañana. Repentinamente, y sin previa explicación, cinco gobiernos que habían comprometido su apoyo a la postulación del canciller nacional Rubén Ramírez Lezcano cambiaron de posición: Brasil, Bolivia, Chile, Colombia y Uruguay. Demeritando a un candidato con experiencia, que iba a representar con altura, coraje y aplomo a nuestra región y al resto de América Latina y el Caribe, acordaron, después de un “cuidadoso análisis”, que el candidato de Surinam, Albert Ramdin, era el más indicado para enfrentar “los retos contemporáneos de nuestros países, ofreciendo una perspectiva fresca que refleje las realidades y aspiraciones” de las naciones del continente.
En respuesta, el comunicado del Gobierno paraguayo fue contundente: “Esa postulación (la de Ramírez Lezcano) tenía un objetivo innegociable: la recuperación de la relevancia institucional de la OEA, dándole un nuevo protagonismo que se apoyara en una gestión moderna y eficiente, que tuviera en cuenta los lazos de solidaridad y fraternidad que unen a nuestro Continente, por encima de los intereses particulares y de ideologías”.
Continúa diciendo: “En esta visión no cabe la separación de pueblos hermanos por cuestiones ideológicas o coyunturales, sino solo la lucha por los valores, principios e ideales que hacen a nuestro Continente único. Sin embargo, y en forma abrupta e inexplicable el Paraguay fue informado por países amigos de la región, con quienes compartimos un espacio e historia común, que modificaron su compromiso inicial con nuestro país y decidieron no acompañar finalmente la propuesta del Paraguay”. Con eso fundamenta el retiro de la citada candidatura.
Uno de los principios generales del Derecho Internacional es que los Estados deben actuar de buena fe, porque de ella deriva la confianza entre las partes, la cual constituye una de las bases fundacionales de la convivencia y el desarrollo de las relaciones societarias internacionales. Y, precisamente, a ese aspecto apunta atinada y firmemente el mensaje del presidente Santiago Peña. Pero, repetimos, más que un fracaso, el hecho marcó el histórico derrotero de nuestro país en la defensa y la promoción de aquellos valores y principios que son imprescindibles para la construcción de un mundo cada vez más humano, fraterno, solidario y justo. Y de esa trinchera nunca debemos apartarnos.