Los inicios del periodismo paraguayo estuvieron fuertemente influenciados por la militancia política. Desde antes de la fundación de los dos partidos tradicionales –el Centro Democrático (liberal) y el Nacional Republicano (colorado)– había un marcado distanciamiento entre los llamados “legionarios”, paraguayos que habían acompañado al ejército de la Triple Alianza durante la Guerra Grande y los que se declararon abiertamente lopistas y herederos del nacionalismo defendido por Francisco Solano López.

Precisamente ayer, 1 de marzo, se recordó el 155.° aniversario de la inmolación en Cerro Corá del llamado héroe máximo de la patria. Sin embargo, en el momento de la creación de aquellas entidades partidarias hubo legionarios y nacionalistas en ambos bandos. Desde la prensa, los encarnizados debates no admitían términos medios y las adjetivaciones adquirían tonalidades de admirable creatividad o censurable imprecación.

Quizás, el único que mantuvo una elevada jerarquía fue el diario La Prensa, fundado y dirigido por el doctor Blas Garay hasta su desgraciada muerte el 19 de diciembre de 1899. Su lacerante crítica y su integridad ética no admitían concesiones de ninguna laya. Para nadie. Fue implacable con todos por igual, especialmente con los marcados con la mancha indeleble de la corrupción. Fue el azote de los hombres públicos que se habían desviado de la rectitud y las normas morales, de acuerdo con las atinadas observaciones de sus biógrafos.

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Ese periodismo militante no estaba atrincherado únicamente entre los partidarios liberales y colorados, sino que, en largos tramos de la historia, existían publicaciones que respondían a sectores internos de ambas instituciones políticas. Hasta que llegamos a 1954, cuando se instala la dictadura del general Alfredo Stroessner, mediante el golpe del 4 de mayo, en que paulatinamente van desapareciendo las voces discordantes, para imponerse la prensa apologética que dispensaba honores al “único líder y sus grandes obras”.

Los medios de comunicación que nacieron bajo el imperio de su régimen, ya con nuevas tecnologías y formatos, siguieron la línea laudatoria al gobierno omnipotente del déspota. No se divulgaban las graves violaciones a los derechos humanos (encarcelamientos, torturas, desapariciones, muertes y exilios). En cambio, era una práctica obligatoria la publicación en tapa de cualquier acto al que asistía el dictador. Ni siquiera denunciaban el cierre de los medios que respondían a la oposición, para cuya inmediata ejecución bastaba la “orden superior”.

Ya en la agonía del régimen, adoptaron una actitud crítica, por disputas comerciales y aspiraciones políticas (presidencialistas, alegan algunos), terminando con la clausura de uno de aquellos medios (Abc Color), cuya cinta inaugural había sido desatada justamente por Stroessner, diecisiete años atrás. Desde el inicio de la transición democrática volvieron con todo a transitar la vieja senda del periodismo militante. De hecho, todo periodismo es militante en tanto asume una causa y una perspectiva particular sobre cuestiones puntuales.

No solo desde la opinión, sino, incluso, desde la interpretación de los hechos, existe una carga ideológica. Lo altamente condenable es que, a razón de intereses partidarios o empresariales, los acontecimientos sean juzgados con una visión sesgada, distorsionada y manipuladora. En el pasado reciente, repetimos, uno de esos medios defendió abiertamente un proyecto autoritario que tenía las mismas características de la anterior dictadura: un líder mesiánico, intolerante y enemigo de la democracia.

Todavía dolidos por la derrota de sus candidatos en las elecciones internas de la Asociación Nacional Republicana del 18 de diciembre de 2022 y en las generales del 30 de abril de 2023, las dos cadenas mediáticas que cogobernaron con Mario Abdo Benítez supuran sus fracasos por medio del odio, el rencor, la mala fe y la deshonestidad intelectual. Son medios y periodistas militantes de las mentiras, de informaciones intencionalmente falseadas, de hechos aviesamente manipulados y de juicios particulares a los que pretenden darles categoría de universalidad.

Condenan el todo por ciertos errores y debilidades de algunas de las partes. Sus catastróficos titulares y sus desesperados chillidos en radio y televisión solo ambicionan socavar el gobierno del presidente Santiago Peña, al tiempo de apuntalar a los candidatos de la oposición interna del Partido Colorado, ya mirando a destiempo las internas de diciembre de 2027. La intención es tan clara que no precisa de decodificadores, puesto que sistemáticamente vienen ocultando o callando los grandes robos perpetrados en la administración anterior (2018-2023). Este periodismo militante no solo carece de rigor, sino, también, de vergüenza y, sobre todo, de honor, pues lo practican sin asumirlo a cara descubierta. Lo perdieron todo, hasta el mínimo pudor.

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