Pocas veces en la histo­ria de las naciones se dan condiciones para el pro­greso continuo, entendido este último como el crecimiento constante en términos anuales del producto interno bruto (PIB) con creación de empleos y el aumento de los ingresos de las personas. Los países que lo lograron en su momento también tuvieron que pasar por circunstancias difíciles llegando a consensos básicos que no pueden ser tomados a la ligera.

En efecto, entre esos consensos se encuentran el orden monetario y fiscal con un presupuesto público en el que los egresos no sean superiores a los ingresos en rela­ción especialmente a los recursos genuinos provenientes de los tribu­tos en general.

Con esas variables es el sector pri­vado el que genera riqueza a través de ciudadanos comprometidos que de acuerdo a sus propias iniciativas expresadas en innovaciones y crea­tividades arriesgan sus ahorros e inversiones y contratan gente.

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Esta secuencia de intereses recí­procos entre lo público y privado es lo que posibilita lo que todo gobierno desea, esto es, que los factores como el capital y el tra­bajo trabajen armoniosamente para bien de toda la sociedad. Es de destacarse en tal sentido que con el grado de inversión obte­nido no hace mucho se mostró a propios y extraños que estamos en condiciones de avanzar hacia aquel progreso continuo al cual nos referíamos.

Esto quiere decir que estamos ante una narrativa hecha realidad que, por otra parte, a algunos les cae mal porque saben que no tienen argumentos sólidos para rebatir los logros del orden monetario y fiscal conjuntamente con el grado de inversión que, muchos países, estarían orgullosos de mostrar a la comunidad internacional.

Paraguay lo logró y lo va consoli­dando. No se puede tapar con un dedo el sol. Y si hay una verdad de la que como paraguayos debe­mos sentirnos orgullosos para así incentivar la autoestima (tantas veces golpeada por los agoreros del pasado) pues entonces lo siguiente es irrebatible: Paraguay tiene con­diciones que propician que los inversores quieran venir al país.

Y esto no es una simple narrativa como todavía algunos dicen por­que no están dispuestos a aceptar los cambios que se van dando en el país. El hecho de haber conseguido aquel grado de inversión no fue un regalo como si se hubiera sen­tido lástima por los que aquí vivi­mos; de ninguna manera, fue una calificación dada porque estamos haciendo bien los deberes y por supuesto los tenemos que seguir haciendo cada vez mejor.

El progreso continuo se está dando y el crecimiento del PIB así lo demuestra. Los efectos sobre la población en cuanto a poder adqui­sitivo del dinero, empleos y seguri­dad se van notando con los cam­bios que el gobierno de Santiago Peña propone desde el Poder Eje­cutivo.

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