Nuestro país, al igual que aquellos que se encuen­tran a la vanguardia de la producción de commodi­ties como la soja y otros cultivos, está expuesto al factor climático afec­tando los rendimientos por hectárea.

Los fenómenos conocidos como La Niña y El Niño son parte de un cambiante escenario climático. Los mismos repercuten de una u otra manera sobre nuestras exportacio­nes y el ingreso de divisas. Lo que ocurre en el campo tiene repercu­sión sobre nuestra economía, desde la compra de insumos, maquinarias, transporte, combustibles, semillas, salarios e inversiones en general.

Ningún compatriota, aun cuando no sea parte del sector primario, está exento de los beneficios económicos y sociales que trae consigo la activi­dad del campo.

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La notable expansión de la fron­tera agrícola en nuestro país no es un tema a desconsiderar y más tomando en cuenta los logros que se fueron dando en las últimas déca­das posicionándonos a nivel mun­dial. Con la introducción de nuevos cultivos con mejoramiento genético junto a nuevas tecnologías y prác­ticas de manejo de suelo. Así, como el esfuerzo de nuestros hombres y mujeres del campo han sido decisi­vos para los logros que hoy mostra­mos con orgullo.

Mencionemos la expansión de la agricultura empresarial mecani­zada que en el área sembrada con soja se triplicó en los últimos veinte años.

La tan denostada agricultura empresarial por parte de grupos radicalizados de izquierda es final­mente una fuente de empleos y divi­sas, afectando los ingresos de las familias del campo y de las ciuda­des. La soja y otros productos como nunca antes en nuestra historia se convirtieron en lo que se llama una cadena agroindustrial.

Sin embargo, esta fuerza pujante proveniente del campo tiene al clima como factor determinante. En efecto, los pronósticos para el pre­sente año son similares a la sequía del año 2019 tomando en cuenta la exigua cantidad de lluvias caída ini­ciado el presente año.

En estos momentos el déficit hídrico afecta amplias zonas de siembra del territorio nacional. De acuerdo a los datos que se disponen casi el 80 por ciento del área sembrada se encuen­tra con problema de agua, lo que supone una importante merma de la proyección inicial de 11 millones de toneladas de producción.

A la fecha de la publicación de este editorial todavía estamos ante la posibilidad cierta de un repunte para estabilizar la cosecha; sin embargo, todo depende del nivel de precipitaciones. La interrogante es ¿qué se puede hacer? Tomando en cuenta los extraordinarios logros en el sector como beneficiaria del bienestar de las familias y del país, sin duda, no podemos quedarnos de brazos cruzados.

Las soluciones son posibles. Resulta imperativo, por ejemplo, poner en el foco de atención estrategias de mediano y largo plazo, propues­tas técnicas viables en términos de sustentabilidad para contar con un plan de sistemas de regadío artifi­ciales mediante una alianza pública y privada donde los productores del campo sean los primeros interesa­dos en que esto, absolutamente posi­ble, pueda llevarse a cabo.

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