No está en duda ni discusión que las gestiones de un hom­bre público caen bajo el rigu­roso escrutinio de la opinión pública. Las dos palabras que se repiten constituyen la esencia de una democracia republicana. De manera que nada puede permanecer oculto a la sociedad en cuanto a los actos que afectan el cargo de una autori­dad. Y más que nada, los de un presidente de la República. Incluso, algunas inconductas del ámbito privado pueden dañar la inves­tidura de los gobernantes. Y hasta les puede costar el cargo, como puede corroborarse en los registros de los más connotados regí­menes del mundo, que garantizan a pleni­tud el Estado de derecho y la transparencia de los acontecimientos que involucran a los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Lo concreto es que la ciudadanía tiene dere­cho a conocer hasta las condiciones de salud de quienes conducen los destinos de una nación. Así como lo hizo en su momento el entonces diputado y presidente de la ANR, Pedro Alliana. Contrariamente ocurrió con Fernando Lugo, quien se encontraba en una situación crítica –ni siquiera podía comuni­carse–, pero algunos aprovechados trataron de poner en su boca que apoyaba abierta­mente a los candidatos de la Concertación Nacional que postulaba a Efraín Alegre. Pero de ahí a escarbar en el fango para inventar “primicias” ya supera todo escrúpulo.

La degradación de algunos medios de comu­nicación agrupados en cadenas (dos, en realidad), de un sector de la oposición y de ciertos disidentes internos del Partido Colo­rado (bien identificados por su carencia de intelecto y de conducta) ya llega al punto extremo, del cual, probablemente, no se vuelva, como de la ridiculez. Rastrean las actividades del presidente Santiago Peña, no para esclarecer la verdad, sino para saciar el morbo y las bajas pasiones de un público –cuya presencia es imposible ignorar– que se alimenta de la escabrosidad, el escándalo y el chisme barato. Han dejado, definitiva­mente, la senda del periodismo honesto, serio y veraz. Eso sí, abonando repetidamente, con perversa y malvada sistematicidad, el camino de la infamia, la vileza y el rencor nunca curado a causa de sus también repetidas derrotas electorales. Porque estos medios, en alianza con los mencionados opositores de membrete (porque actúan de acuerdo con el calor que les concede el poder, sin impor­tar quien lo administra), se jugaron a muerte en contra de la candidatura del actual jefe de Estado, tanto en las internas de la ANR como en las generales. Y esa herida supurante ya les infecta el pensamiento y determina la orien­tación de sus juicios con malsana persisten­cia. Y lo evidencian sin disimulo.

Primero pretendieron mofarse de Santiago Peña porque –alegan– no fue incluido en el acto de asunción de Donald Trump. Cuando, desde el círculo del Ejecutivo se comunicó que sí hubo invitación oficial y que partici­pará de la ceremonia, empezaron a especu­lar sobre quién envió la tarjeta. Se armaron mesas redondas, conexiones de llamadas, tertulias varias y chimentos de espectáculo. Por supuesto, ninguna mente lúcida fue con­vocada para arrojar un haz de luz sobre una preocupación que para esta gente se volvió “cuestión de Estado”. El titular de un dia­rio, que antes se ufanaba de ser el faro de la libertad y la lucidez, lanzó el “impactante” titular: “Alardean del convite a Peña y Mauri dice que se forzó”. A este nivel hemos lle­gado. Mauri, a quien este medio tutea –como cómplice que son en el gobierno anterior– no es otro sino el diputado Mauricio Espínola, exasesor político con rango de ministro de Mario Abdo Benítez, quien nunca se destacó por la racional coordinación de sus ideas, sino por los dicterios lanzados como ruidosa catarata. “Mauri” es actualmente el faro que ilumina la política paraguaya. Otra que tuvo gran destaque –no es ninguna sorpresa– fue la exsenadora del PDP, Desirée Masi. No causa extrañeza, insistimos, porque fue una recalcitrante aliada de Abdo durante su man­dato. Y se ve que hasta ahora. Porque en ese lapso nunca vio, denunció ni condenó los des­carados robos de uno de los gobiernos más corruptos de nuestra historia. Ni el saqueo impune de los 1.600 millones de dólares que debieron utilizarse para enfrentar la pande­mia del covid-19 y que tuvo como dolorosa consecuencia la muerte de 20.000 perso­nas. Consecuencia del latrocinio miserable y hasta ahora impune.

Ni siquiera un error de sus colaboradores en las redes perdonan al presidente de la Repú­blica. Hasta un resentido oráculo de fracasos haciendo gala de su enfermizo deseo de figu­ración mereció, por ese hecho, espacios en los medios enemigos de este gobierno. “Quién invitó a Santiago Peña” es el tema que no les deja dormir. Medios periodísticos serios de todo el mundo analizan quiénes fueron invitados de preferencia (especialmente la derecha radical) y quiénes serán los gran­des ausentes. Pero lo hacen con el rigor de la reflexión sobre los grandes intereses geopolí­ticos en juego en la escena global.

No suele ser nuestro estilo de editorial, pero esta vez la situación lo amerita. Y el sar­casmo, más que nunca, se justifica.

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